La estructura de historias que se entrecruzan tiene ilustres antecedentes, desde Vidas cruzadas (1993), de Robert Altman, a Crash (2004), de Paul Haggis, pasando por Magnolia (1999), de Paul Thomas Anderson, entre otras muchas. Los filmes ambientados total o mayoritariamente en vehículos también tienen su tradición, desde la ya antediluviana El diablo sobre ruedas (1971), thriller deliciosamente “vintage” con el que Steven Spielberg se dio a conocer, hasta Locke (2013), de Steven Knight, con un excelente Tom Hardy.
En Rumbos se mezclan ambas tendencias, las historias cruzadas y las que se desarrollan abrumadoramente dentro de vehículos a motor. Pero, habrá que decirlo pronto, en este caso no se ha llegado a la calidad de los títulos citados (es verdad que hemos citado “la crème de la crème”, como diría el personaje de Maggie Smith en la estupenda Los mejores años de Miss Brodie). Rumbos plantea hasta cinco vehículos distintos, todos rodando por las calles de una Barcelona canicular: un taxi, un descapotable deportivo, una ambulancia, un autobús y un camión. En ellos se desarrollarán de forma casi absoluta otras cinco historias que acabarán por confluir en un final en el que se masca la tragedia.
Pero lo cierto es que la película no termina de convencer. Tiene detalles y virtudes, como el mero hecho de contar una historia con actores y paredes, como decía Vicente Aranda (bueno, actores y cristales de coches, camiones, etcétera…), de gente común, ni marginales (tan habituales en el cine español) ni tampoco millonetis: gente corriente, clases medias trabajadoras; incluso cuando aparece algún personaje que podríamos denominar lumpen (con esa terminología tan de la Transición, ahora también tan “demodé”), como el de la puta arrastrada que compone Carmen Machi, no se entra en la típica espiral de la marginación y la degradación en la que tanto gusta hozar nuestro cine.
Pero los diálogos son con frecuencia marcianos, y a fuer de querer ser coloquiales, terminan incurriendo en la cháchara, que es lo opuesto a la amenidad en este tipo de filmes donde la palabra es fundamental. El cruce de historias también resulta con frecuencia muy pillado por los pelos, a la manera del demiurgo que retuerce la lógica de las cosas para que sus personajes hagan lo que le interesa a él (a ella, en este caso, la guionista y directora Manuela Burló Moreno), aunque ello vaya en contra de la verosimilitud del filme.
Burló hace con éste su segundo largo de ficción, tras Cómo sobrevivir a una despedida (2015), y después de una larga serie de cortometrajes muy premiados, de los que se recuerda especialmente Pipas (2013), que llegó a estar nominado en los Premios Goya. La directora murciana vuelve a demostrar su dominio del lenguaje cinematográfico y sale con bien del “tour de force” de rodar toda la película en los angostos límites de los interiores de coches y camiones. Pero el conjunto resulta como deshilvanado, como si las historias fueran cada una por su cuenta y sólo el deseo de la guionista y directora terminara haciéndolas chocar (en algún caso, literalmente…).
Me quedo entonces con algunas de las escenas de alto voltaje emocional que nos regala una Carmen Machi que, afortunadamente, parece estar saliendo del corsé interpretativo que le había dejado como marca indeleble su personaje en la serie televisiva Aida. El momento en el que la sufrida puta que interpreta evoca el día en el que su hijo adolescente le pide a su madre que le ponga una cerilla en una magdalena y le desee feliz cumpleaños, merece pasar a la antología de los momentos realmente conmovedores del cine español de los últimos tiempos. Lástima que no siempre se raye a esa altura, y que con mucha más frecuencia se incurra en la altisonancia como forma de intentar emocionar, como ocurre con el personaje de Pilar López de Ayala, muy pasado de vueltas y, por ello, tanto más increíble.
El conjunto, entonces, tiene luces y sombras. Burló parece tener buena mano en la puesta en escena; un avezado guionista que coescribiera con ella sus historias podría mejorar su obra: todos saldríamos ganando, no sólo ella…
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