Pilar Távora, la cineasta, ha filmado Salvador Távora, la excepción, una película producida por su firma Arbonaida Films y participada por Canal Sur Radio y Televisión. El film se inscribe en los parámetros del largometraje y en la catalogación de documental. Su temática se conforma mediante un recorrido por el currículum profesional de Salvador Távora, donde se pone de manifiesto la excepcionalidad de su trabajo y la genialidad de su persona; o, si se prefiere, la excepcionalidad de su persona y la genialidad de su trabajo.
La directora ha organizado un collage, una especie de visión caleidoscópica donde las contestaciones de las personas entrevistadas estructuran el desarrollo de la película; la oportuna segmentación de esas opiniones y su adecuada combinación mediante idóneo montaje, componen una narración que combina los ejemplos de las distintas representaciones dramáticas con las apreciaciones personales del invitado. Más de cincuenta voces, correspondientes a estamentos socio-profesionales muy distintos, integran el coro de notables cuyas declaraciones se manifiestan sobre el dramaturgo o su dramaturgia, el genio y el ingenio del personaje homenajeado, la esencialidad de su trabajo, la universalidad de su discurso, etc.
¿Qué lugar ocupa el propio Salvador Távora en este retablo verbal donde se incide sobre persona y personaje, sobre ser humano de altas cualidades, sobre un director escénico auténtica “excepción” en el mundo teatral del pasado siglo XX y en cuanto llevamos de este XXI? Como corresponde a la humildad de un genio verdadero, la directora nos lo deja entrever muy al final del film para que, a modo de despedida, rubrique con su humilde imagen y su autorizada palabra no tanto lo que ha hecho sino lo que es, lo que sigue siendo.
Del mismo modo, la cineasta, por mejor decir, su persona, se cuida mucho de traspasar las lindes de su cometido, por más que el natural sentimiento o la razonable devoción le pidiera adentrarse en el interior del cuadro; una voz en off, introductora de la película, nos advierte de la humilde cuna de este hombre llamado Salvador, de los trabajos constitutivos del primer currículum laboral del muchacho apellidado Távora, de sus personales “sueños de taurino capote” combinados adecuadamente con cierto “sentimiento trágico” y revolucionario que, poco después, le rebelaría contra su propio destino. Esa voz en off, enunciada por la propia directora, es antes admiración de hija que complemento fónico a las ilustraciones fotográficas mostradas en la introducción, aunque, en cualquier caso, eficaz procedimiento para adentrarnos en la singularidad o, por mejor decir, nuevamente, en la excepcionalidad del personaje.
Ese conjunto de voces que a lo largo del metraje van exponiendo sus variadas opiniones sobre el dramaturgo y director de escena, Salvador Távora, tiene la particularidad de ser amplio en número y heterogéneo en composición. Dos periodistas, Marta Carrasco y Eva Díaz Pérez, ofrecen, a dúo, la primera pincelada sobre el personaje, con la autoridad que les otorga ser las autoras del libro “Salvador Távora: el sentimiento trágico de Andalucía”; a partir de aquí, se irán sucediendo múltiples presencias que aportarán características y singularidades del creador artístico y de sus criaturas dramáticas: editores, profesores, actores, sindicalistas, colaboradores, productores, exministros, etc.; un significativo grupo lo componen expertos directores de escena, como otro, variadísimo, donde el compositor alterna con la diseñadora, el crítico taurino con el cantaor, el ingeniero con el chapista, y así, en ronda de opiniones, alrededor de un personaje, creador único y artista universal.
José Luis Alonso de Santos, Núria Espert, Toni Albaladejo, Juan Antonio Hormigón, Ricardo Iniesta, Luis Núñez Cubero, Jesús Campos, Joao Mota, Juan Margallo, se aproximan a Távora con el respeto a que obliga la autoridad del creador nato y con el reconocimiento a una larga carrera que ha triunfado en cuantos escenarios mundiales se ha presentado. Para ellos, el talento de Salvador creó nuevas formas y abrió puertas porque la dramaturgia se resolvía en teatro físico; donde, además, la habitual relación dramática protagonista/antagonista transformaba a éste en objeto y, consecuentemente, debía tener suficiente presencia física, incluso más de la que tiene el actor. “La Cuadra” conectó el teatro español con el teatro del mundo al tiempo que lo hizo en niveles muy diversos, tanto en el social como en el escénico, en la presencia de nuevos signos y en la relación con el público; era un teatro que hablaba del hombre desde la propia persona del dramaturgo y actuaba ejerciendo sobre el espectador una auténtica función catártica. De manera que la conformación de un lenguaje tan propio y tan personal conseguía, en aquellos tiempos, conciliar oportunamente, tanto un teatro “de agitación” como un teatro “de conciencia”. Y el estilo, personalísimo, se conseguía con una conjunción de verdadero compromiso y renovada vanguardia. Uno de los recursos dramáticos que se proponen como novedoso motivo será el flamenco. El propio director, el propio dramaturgo queda convertido numerosas veces en la voz desgarrada que clama con su “quejío” contra las injusticias, sean de la clase que sean, y defiende, con su ritmo y su compás, a cuantos, irremediablemente, las soportan.
La narración de Pilar Távora se ve enriquecida con ilustraciones donde se combinan fragmentos, ya históricos, ya contemporáneos, de las mil y una representaciones efectuadas por la compañía aquí o en las antípodas: “Nanas de espinas” o “Andalucía amarga”, “Don Juan en los ruedos” o “Carmen, ópera andaluza de cornetas y tambores”, “Picasso andaluz” o “Alhucema”, “Las bacantes” o “Flamenco para Traviata”. Estas secuencias complementan visualmente las declaraciones del invitado que, en unas ocasiones pertenecen al ámbito de la política, como Alejandro Rojas-Marcos, Julio Anguita o Alfonso Guerra, quienes contextualizan la actividad de Távora en sus variantes socio-culturales o dramatúrgicas, de la misma manera que los sindicalistas Francisco Casero y Diego Cañamero esgrimen las facetas más reivindicativas de la compañía desde el punto de vista socio-político con el pertinente añadido de la humanidad del director siempre sazonado con su habitual grado de compromiso.
En esta rueda de opiniones no podrían faltar dos mujeres que, al lado de Salvador, han sido piezas fundamentales, por ejecutivas y ejecutoras, en la historia de la compañía y en hacer posible, visible y audible cuanto el dramaturgo necesitaba para llevar a término su idea y materializarla sobre las tablas; me refiero a Lilyane Drillon, directora adjunta y productora ejecutiva, y a Concha Távora, actriz principal e hija de Salvador. La primera, vinculada al grupo desde los primeros tiempos, ha sido (y sigue siendo) clave en la historia de la compañía por su fervor y entrega a este tipo de teatro, de tal modo que su prolongada experiencia sería digna de materializarse en un libro de memorias o similar ; la segunda, porque en tantas piezas teatrales ha sabido actuar como esplendida intérprete de ideas paternas y, además, porque, con su directa enseñanza y su personal didáctica, está sembrando en las nuevas generaciones la semilla del tavoriano quehacer.
La directora del documental ha sabido combinar muy bien las voces que son autoridad en sus respectivas materias o profesiones con otras, más desconocidas o anónimas, sin cuya participación y trabajos las obras teatrales no hubieran gozado de ciertos privilegios artísticos y de evidentes características estéticas; ahí están, entre otros, el cantaor Manuel Vera, la diseñadora Carmen de Giles, el actor Evaristo Romero y el actor/acróbata Ángel Monteseirín, quien, en cada sesión, se jugaba la vida en el trapecio. Y, en cuanto a “las máquinas al servicio del arte”, oímos el testimonio del ingeniero Enrique del Pozo, del maestro de taller en Hytasa Antonio Vega, que nos permite conocer su participación en la creación y fabricación de máquinas y herramientas que Távora ha utilizado en sus obras. Y qué decir de los animales, perros, palomas, águila, dóciles “personajes” cuyo instinto se acomoda para ejecutar “su papel” en un tiempo determinado y en un espacio establecido. Imposible olvidarse, en “Carmen”, de ese caballo que baila con ritmo preciso y armónica belleza respetando, al tiempo, al personaje que tiene delante…
Dos cuestiones son dignas de mención en el documental: el impacto de “La Cuadra” entre los españoles exiliados en Toulouse y la participación del director Távora en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Por razones distintas, son dos emotivos momentos en la intrahistoria de la compañía.
Como anteriormente hemos dicho, el propio Salvador Távora pone punto final a este documental de “la excepción” con palabras que resumen y sintetizan tanto el sentido de su trabajo como el sentido de su vida: “…el teatro debe ser un reflejo de tu personalidad y de tu compromiso como persona, con tu sociedad, con tu gente y con tus aspiraciones, que no pueden ser sólo personales, sino colectivas”.
El genio humilde ha conquistado el teatro del mundo desde la ventana de su barrio sevillano.
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