Las populares novelas sobre los personajes de Don Camillo y Peppone, originales de Giovanni Guareschi, dieron para toda una saga de filmes y series televisivas. En ellas (novelas y películas) se presentaba la peculiar dicotomía del párroco Don Camilo y el alcalde comunista Peppone, ambos vecinos de una pequeña localidad italiana en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Entre ambos había una rivalidad evidente, dadas sus muy diferentes formas de entender el mundo (éste y el otro, si es que lo hay), pero en el fondo los dos opuestos se querían, a su manera, y podían llegar a entenderse.
Pues la historia que se nos cuenta en esta Si Dios quiere no es muy diferente, aunque por supuesto toma ropajes distintos: estamos ya en la segunda década de los años diez del siglo XXI, y el mundo ha dado la vuelta como un calcetín. Famoso cirujano cardiovascular, de horrible carácter y fuertes convenciones ateas, se encuentra de la noche a la mañana con que su hijo confiesa a la familia (cuando todos creían que les descubriría su supuesta condición gay, para lo que estaban ya preparados) que quiere ser sacerdote. El padre, en principio, acepta aparentemente la decisión del hijo, pero investigará para saber qué le ha llevado a ello. La pista le conduce hasta un ex recluso, ahora cura, que monta espectaculares “performances” al estilo del Club de la Comedia, en las que encandila a docenas de chicos y chicas…
Si Dios quiere presenta una situación curiosa: si en tiempos la salida del armario de un hijo era visto por el cine (y la literatura, y el teatro, y la sociedad misma) como una tragedia, aquí, afortunadamente, se presenta como algo plenamente aceptable; sin embargo, la opción religiosa tiene (para algunos: el protagonista, cuyo criterio ateo parece invencible) serias reticencias por dedicar una vida a lo que no existe, en palabras del personaje central, el padre del interfecto.
Pero no hay muchas más virtudes en esta comedia que parece actualizar la contraposición de Dios y su ausencia. Eso sí, alguna escena es, literalmente, descacharrante, como aquella en la que el padre ateo lleva al cura a su supuesta casa (finge con él que tiene una familia desestructurada, con graves problemas económicos, mujer que le pega y hermano disminuido psíquico), donde se despliega una gracia de “slapstick” a la italiana, con resabios de Monicelli o Sordi, que lamentablemente no se mantiene durante el resto del metraje.
Lástima, porque esa veta de histrionismo cuasi surrealista hubiera tenido recorrido y, desde luego, nos hubiera regalado más carcajadas que esta comedia por lo demás bienintencionada, que parece tender puentes entre posiciones antagónicas (vamos, como Guareschi con Don Camilo y Peppone…). Filme finalmente con cierta tendencia a enaltecer más la divinidad que su negación, Si Dios quiere resultaría ser la película que podría haber hecho un Luigi Comencini que viviera en nuestro tiempo, aunque, me temo, el viejo cineasta (que ya rodó alguna versión sobre Don Camilo y su amigo/enemigo comunista) habría sacado mucho más partido de estos dos besugos condenados finalmente a entenderse.
Edoardo Falcone debuta en la dirección cinematográfica tras una ya bastante dilatada carrera como guionista. No es un cineasta brillante pero sí se le ve cierta capacidad para poner en escena historias que prenden en el espectador, aunque sea a base de recauchutar y actualizar libérrimamente los temas de las viejas novelas guareschianas.
Marco Giallini, actor de carrera no especialmente brillante, confiere a su papel la adustez de un doctor House, tan desagradable como éste y con la previsible evolución que toca en estos casos. Alessandro Gassman, que se sabe carente del talento de su padre, Vittorio Gassman, compone adecuadamente el rol del cura “showman”, si bien imaginamos lo bien que lo hubiera hecho un Nanni Moretti que ya se colocó el alzacuellos en La misa ha terminado.
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