Tras agostarse la veta de la saga Torrente, declinante en interés y (sobre todo, a los efectos “alimenticios” a los que se dedicaba con fruición) en taquilla, Santiago Segura, que es listo como el hambre, ha optado por cambiar de tono, aunque no de género, que sigue siendo la comedia, para continuar con su carrera como director.
Sin rodeos es la versión española de un exitoso film chileno, Sin filtro (2016), dirigida por Nicolás López, película no estrenada en España, pero que tuvo en su país una notable repercusión, con más de 1,2 millones de espectadores, lo que, para la nación andina, equivale a arrasar en taquilla, hasta el punto de que ya se ha estrenado también otra versión en México, con el título Una mujer sin filtro.
Madrid, en nuestros días: Paz es una mujer, alrededor de los cuarenta, profesional de la publicidad. Su problema es la ansiedad que le provoca el trabajo, la familia, el vecindario, las amistades... Todos ellos pasan por encima de Paz, todos hacen con ella lo que les apetece, y Paz no es capaz de imponerse nunca. Hasta que, tras un fuerte dolor en el pecho por un ataque de pánico, decide acudir a la consulta de un supuesto gurú indio, que le receta un brebaje que, tomado sorbo a sorbo, debe facilitarle afrontar la vida con otra determinación. Pero la mujer se toma el mejunje de un tirón, y a partir de ahí aflora su otro yo...
Sin rodeos es una comedia agradable de ver, que sin duda hace pasar el rato, aunque es verdad que se le nota un cierto acartonamiento, un envaramiento que habrá que achacar a un guion que gusta demasiado del subrayado, como si al espectador hubiera que convencerlo de que a la pobre Paz la toman por el pito del sereno todos los que están en su vida (y los que no lo están, como el instalador del wifi). Tanta reiteración funciona en contra de la película, tanto en la parte en la que la prota es objeto de todo tipo de burlas, humillaciones, vejaciones y menosprecios, como cuando se pone el mundo por montera y empieza a decir las verdades del barquero. Tampoco el tráiler ayuda mucho, porque quien lo haya visto, ya se sabe la peli completa, sin resquicio de sorpresa (eso es, lamentablemente, demasiado frecuente hoy día...).
Un metraje excesivo para lo que se nos cuenta (y es que, claro, hay que llegar como sea a las proximidades de la hora y media, aunque sea rellenando con paja) y una previsibilidad en las reacciones de la protagonista cuando tome las riendas de su vida, no son las mejores bazas de esta comedia que, por lo demás, sí acierta cuando fustiga sin piedad algunos de los elementos que hoy día están presentes en nuestra sociedad, como la pujanza de la vacuidad de los instagramers, tuiteros, youtubers, y demás hijoputers, que están convirtiendo las redes sociales (ergo la sociedad) en algo parecido a un parvulario de descerebrados; la preeminencia de la juventud y la belleza, aunque sean inanes, sobre la madurez y la cabeza bien puesta sobre los hombros; la inepcia de los jefes que ocultan sus carencias tras fatuas caretas de supuesta modernez y utilizan su poder en beneficio de su rijosidad; la plaga de los haters, los que odian por sistema como si no hubiera mañana; la memez de hablar a máquinas como si fueran personas; el arte como añagaza para vivir a costa de los demás, a los que supuestamente quieres...
Esas son las mejores armas de Sin rodeos, cuando vapulea a tanta majadería como nos asuela en estos tiempos extraños que nos ha tocado vivir. Que para salir de ellos haya que partirle la cara a una imbécil, quemarle el coche al vecino cabrón, o romperle el corazón a una hermana, parecieran efectos colaterales que Segura y sus coguionistas dan por buenos.
Film de final evanescente (era difícil acabarlo de manera más o menos coherente o brillante), Sin rodeos posiblemente repita el éxito del original chileno (las cifras de recaudación del primer fin de semana parecen ir en esa línea), si bien es evidente que tampoco establece un nuevo camino para Segura; o, si lo hace, el madrileño habrá de perfilarlo mejor. Por supuesto, nada que objetar a hacer un “remake”, de los que está llena la Historia del Cine, máxime cuando, como en este caso, la peli versionada no se ha llegado a estrenar en España. Pero sería bueno que Segura, que, como hemos dicho, es un tío listo, se mirara en el espejo de Álex de la Iglesia, cuyo “remake” Perfectos desconocidos (2017) sí que fue una aportación brillante al mundo de la comedia y llegó perfectamente, sin demasiados subrayados, al público, convirtiéndola en la película española más taquillera del año.
Tenemos escrito que Maribel Verdú puede estar excelsa si está bien dirigida, pero que puede ser nefasta si no es el caso. Aquí da la impresión de que ha sido “medianamente” dirigida, porque su trabajo, aunque entregado, no es del todo satisfactorio; quizá la reiteración de situaciones, en el antes y en el después, juega en su contra, sobre todo porque los diálogos son pesados y no precisamente brillantes. Del resto del abultado reparto me quedo con la aparición del propio Segura en plan gurú hindú (más o menos...), un hombre de reconocida comicidad incluso cuando no lo pretende, lo que no es el caso.
En su personaje de presunto gurú exótico, Segura le dice a su paciente (nunca mejor dicho...) Paz que “la pasta de dientes, una vez sacada del tubo, no se puede volver a meter dentro”, en evidente alusión al volcánico proceder de la mujer cuando se ha tomado el elixir liberador; quizá, a la manera de esa misma analogía, cabría suponer que Segura, una vez que ha dejado atrás la comedia casposa y grasienta de la saga Torrente, se va a instalar definitivamente en esta que, desde luego, resulta bastante más agradable de ver (al menos no dan ganas de vomitar...). Si es así, bienvenida la analogía de la pasta de dientes, que no solo serviría, en ese caso, para la protagonista...
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