Pelicula:

Hablar de Howard Hawks es hablar del gran Hollywood clásico. Junto con John Ford y pocos más, forman la élite incuestionable del mejor cine que se haya hecho jamás en el mundo, el que se hizo en Estados Unidos en las décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Las características del cine de Hawks se pueden resumir en un eclecticismo absoluto (era capaz de rodar cualquier género, y en todos ellos de forma espléndida) y en lo que se suele llamar “el estilo impersonal”, sin subrayados que recuerden quién está detrás de la cámara; porque esa era una de las improntas hawksianas, su cine es cine sin más, sin florituras, sin adornos ni aditamentos, pero no por ello es menos interesante, ameno, fresco y original.

Su obra está jalonada de películas extraordinarias: comedias como La fiera de mi niña (1938), Luna nueva (1941), Bola de fuego (1941), La novia era él (1949), Me siento rejuvenecer (1952); wésterns como Río Rojo (1948), Río Bravo (1959) y Eldorado (1967); musicales como Los caballeros las prefieren rubias (1953); thrillers de denso cine negro como Scarface (1932), Tener y no tener (1944), El sueño eterno (1946); dramas como Solo los ángeles tienen alas (1939), El sargento York (1941); aventuras exóticas, como ¡Hatari! (1963); hasta terror, aunque en El enigma de otro mundo (1951) no figuró acreditado como codirector, como hubiera correspondido por haber ejercido como tal.

Sin embargo, tras haber hecho una obra maestra como Río Bravo y una notable película como ¡Hatari!, lo cierto es que Hawks falló con esta Su juego favorito, una comedia romántica de enredo que tiene varios problemas que ni siquiera el genio de Howard pudo salvar. El guion es pesado, con frecuencia incoherente, previsible, fiándolo todo en dos tipos de humor que, o se hacen bien, o encallan en su intención de hacer reír (o sonreír, que es mucho más difícil) al público: y es que los guionistas tiran de los malos entendidos como filón verbal sobre el que construir su historia, y del humor físico para cubrir las partes que no pueden hacerlo con el otro recurso citado. Así las cosas, ni siquiera Howard Hawks era capaz de deshacer este entuerto.

La historia (una marcianada a la mitad de una década en la que los jóvenes habían mandado a por tabaco a la antigua sociedad conservadora y clasista americana, abriéndose a nuevas experiencias y nuevas formas de vida) se ambienta en San Francisco, donde Roger es un apreciado vendedor de cañas y aparejos de pesca en unos grandes almacenes; tiene gran reputación en su oficio e incluso ha publicado un manual de pesca; lo que nadie sabe es que Roger no ha pescado en su vida, incluso es refractario a tocar los peces, y que todos sus trucos proceden de confidencias de pescadores de verdad, que él hace pasar como experiencias propias. Pero cuando dos mujeres, Abby y Easy, relacionadas con uno de los concursos de pesca más importantes del país, se empeñan en que participe en ese evento, Roger, finalmente, no tendrá más remedio que hacerlo...

La película carece de la gracia alada, fresca, ligera, que debe ser la primera de las premisas de cualquier comedia, aunque sea, como es el caso, de enredo y romántica. Tampoco ayuda precisamente el hecho de que Rock Hudson, que fue un muy apañado actor dramático (sus películas con Douglas Sirk son justamente famosas y recordadas entre otras cosas por las magníficas interpretaciones de Hudson), sin embargo carecía de las aptitudes adecuadas para la comedia de humor físico: con un cuerpo demasiado grande, no tenía la gracia necesaria para moverlo con soltura, y la película se resiente de ello, en las numerosas escenas en las que hay que hacer reír con trapisondas físicas y que cuentan con Rock como principal artífice. Tampoco ayuda la nula química entre Hudson y Paula Prentiss, a los que es imposible imaginar en una escena romántica, en una película en la que tampoco el guion está fino en ese sentido, cuando la comedia amorosa de la época ya había planteado con anterioridad historias mucho más picantes y atractivas, como las de La tentación vive arriba o Con faldas y a lo loco, por citar un par de ejemplos evidentes.

Parece claro que había pasado ya el tiempo de la comedia blanca, etiqueta que se le puede atribuir perfectamente al film, y del que no se aparta un ápice, ni siquiera en la escena en la que las dos pánfilas se ponen chorreando bajo la lluvia y el protagonista, pudoroso, aparta la vista para no ver las carnes de las bellas bajo las transparencias de la camisas mojadas... El coqueteo de Abby con Roger carece de romanticismo, no digamos ya de erotismo: suena a artificioso. No deja de ser curioso que el único momento de cierto erotismo lo escenifique la prometida del protagonista, en una escena de diálogo telefónico, en la que ella aparece con un conjunto de “desahabillé” ciertamente más que sugestivo; por el contrario, la coprotagonista, la llamada a ser la enamorada del personaje central, es de lo más sosita, de lo más recatada (y lo malo es que nos tememos que tal cosa no era intencionada, que hubiera sido una opción...).

Repetir el mítico gag de La fiera de mi niña, en el que Cary Grant se colocaba tras Katharine Hepburn cuando a esta se le rompía el vestido por detrás, para poder salir de la fiesta decorosamente, no se sabe si fue homenaje o falta de imaginación, tirando de un chiste visual que ya había hecho fortuna (y de qué modo...) casi tres décadas antes.

Así las cosas, cabría decir que la peli, aunque desde luego hay que ponerse en el contexto en el que está hecha, peca de una mirada abiertamente misógina: todas las mujeres que aparecen son volubles, o veletas, o calculadoras, o todo ello junto; y por supuesto hablan mucho, mucho... Claro que la película está irreprochablemente filmada por uno de los grandes, pero el conjunto es claramente inferior al resto de la obra hawksiana.
 
(16-07-2020)


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120'

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Su juego favorito - by , Jul 16, 2020
2 / 5 stars
Una marcianada imposible hasta para Howard Hawks