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(En la muerte del guionista y director Terence Davies, y en su homenaje, recuperamos la crítica de una de sus más interesantes y sensibles películas).
Terence Davies es un cineasta británico que ya ha cumplido los setenta años de edad, con una filmografía que en el momento de escribir estas líneas abarca ya cuarenta años, pero cuya producción es ciertamente exigua, con sólo doce títulos, de los que tres de ellos son cortometrajes y un cuarto es un documental. El cine de Davies tiene un evidente corte minoritario, generalmente muy interesante, que habla de sentimientos, de aflicciones, de fanatismos, de dolor. En su escasa obra hay títulos notables, desde Voces distantes (1988), que le dio a conocer internacionalmente, hasta The deep blue sea (2011), pasando por El largo día acaba (1992).
En Sunset song Davies versiona la novela homónima del escritor escocés Lewis Grassic Gibbon, ya llevada anteriormente a la (pequeña) pantalla en los años setenta, con producción de la BBC. Ambientada en la década de los años diez del siglo XX, nos cuenta la historia de una joven que sueña con ser maestra, una chica de inteligencia y sensibilidad superior a sus paisanos, que sin embargo habrá de sufrir lo indecible por mor de la cerrazón de un padre ultrarreligioso que aboca a la ruina a la familia con sus disparatados designios fanáticos. A partir de ahí, cuando parece encontrar el paraíso en la Tierra con la boda con un hombre bueno que la ama y la hace feliz, el estallido de la Gran Guerra arrojará negros presagios sobre la pareja…
La última película de Davies, como prácticamente toda su escueta filmografía, nos cuenta una historia en clave poética; los textos de Gibbon, son, en este sentido, ideales para el cine del director, al reflejar los pensamientos de la joven protagonista, que vivirá el paso de la juventud a la madurez sufriendo prueba tras prueba, una mujer que intentó que su vida no tuviera que depender del varón de turno, llámese padre, hermano o marido, pero que sólo consiguió intermitentemente su objetivo.
Sunset song te gana por su tempo, tan pausado, tan hermoso; por su evanescencia, su languidez no impostada, la callada existencia de una mujer adelantada a su tiempo que no se resignó a ser un cero a la izquierda. También es la historia de una mujer enamorada que habrá de lidiar con la pesadilla de perder al amado, primero sentimentalmente, tras su inesperado regreso absolutamente transformado por el horror sin límites de la guerra, después también físicamente. Pero también es la historia de la hija sojuzgada por un padre brutal, por un padre que es la quintaesencia de cuanto se odia en el patriarcado: machista, retrógrado, violento, misógino, fanático… una joya.
Obra sensible y profunda, densa pero nunca pesada, se la ha motejado de morosa: otra cosa sería imposible, cada película ha de encontrar su tono, y el de Sunset song es parejo al de la bellísima canción del folklore tradicional escocés, Flowers of the forest, una endecha, una hermosa elegía sobre el amor, el valor, el honor, que canta la recién casada en las postrimerías de su boda, la canción del crepúsculo a la que alude el título original del filme.
Gran trabajo de la protagonista absoluta, una Agyness Deyn de aún corta filmografía pero a la que auguramos un brillante porvenir. Su antagonista, Kevin Guthrie, aporta la dosis exacta de amor, primero, y defección, después, cuando el trauma de la guerra lo asuela. Peter Mullan, del que tenemos escrito que es seguramente el mejor actor escocés vivo (con permiso de sir Sean Connery), está temible en su bronco papel de desalmado paterfamilias. Bellísima la bucólica fotografía de Michael McDonough, que juega con sabiduría con una paleta en la que predominan los tonos ocres de la tierra y en la que los fundidos encadenados alcanzan valor no sólo como recurso estético sino también temático.
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