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La profesión de actor ha dado muy buenos directores, desde Charles Chaplin a Orson Welles, desde Buster Keaton a Woody Allen, entre otros muchos. Posiblemente el británico Harry Macqueen no alcance esos niveles estratosféricos, pero ciertamente sí que tiene interés y sus películas como director, hasta ahora, están concitando justa atención. Macqueen (Leicester, 1984) se educó en la prestigiosa Royal Central School of Speech and Drama, la escuela de interpretación en la que se formaron gente como Laurence Olivier, Judi Dench o el dramaturgo Harold Pinter. Como actor se inició en un papel secundario en Me and Orson Welles (2008), de Richard Linklater, aunque después su carrera no ha sido especialmente brillante en ese apartado. Sin embargo, a partir de 2015 inició una carrera como director, con Hinterland, que parece tener mejores perspectivas. Se trataba de un drama romántico sobre una relación tras años de separación, un film pequeño, melancólico, transido de nostalgia y que utilizaba con habilidad los inhóspitos paisajes de Cornualles como un tercer personaje orográfico en esa historia de amistad y amor, tantos años después.

Esa buena mano para el cine pequeño, con pocos intérpretes, vuelve a ponerla de manifiesto Macqueen en esta hermosa obra de cámara, Supernova, en la que de nuevo se centra en una pareja, ahora distinta, aunque quizá no tanto: Sam es un célebre concertista de piano alejado de los escenarios para centrarse en el cuidado de su pareja desde hace dos décadas, Tusker, renombrado escritor al que se le diagnosticó hace algún tiempo que estaba afectado por el mal de Alzheimer. Juntos deciden hacer un viaje por el condado de Cumbria, en Inglaterra, para visitar a Lilly y Clive, hermana y cuñado de Sam, respectivamente. En el transcurso de ese viaje, que ambos intuyen es quizá el último en el que Tusker aún sabrá quién es, y todavía podrá reconocer a Sam, los dos tendrán ocasión de expresar cómo quieren afrontar ese último recodo del camino...

Tiene Supernova la virtud de lo pequeño, sin alardear de ello: lo bueno de las obras de cámara (a la manera de la música clásica, por supuesto) es su inmediatez, su cercanía; no requieren de grandes escenarios, ni de elencos nutridos: bastan unos pocos instrumentos (ya que estamos con la analogía...) para darnos un completo recital. Es el caso, con un guion milimétrico del propio Macqueen, que nos va dando, con solo unas pinceladas, la relación entre los dos protagonistas, dos hombres que comparten su vida desde hace muchos años, una relación en la que no es difícil apreciar esos roces estúpidos que a veces provoca la convivencia cuando esta se convierte en inercia. Pronto nos enteramos de la condena (pues no de otra manera cabría llamarla) que supone para ambos, de distinta forma, la aparición del Alzheimer en sus vidas, y pronto podremos apreciar cómo ese hecho influirá determinantemente en su relación futura.

Hecha con mimo, cuidando el detalle, pero sobre todo cuidando que los actores protagonistas y sus personajes sean el centro y eje de la trama, Macqueen consigue un pequeño drama irisado de emoción, un psicológico descenso al infierno de una pareja que habrá de enfrentarse a un futuro devastador donde uno dejará de ser lo que fue, y donde el otro tendrá que afrontar, si quiere, sabe y puede, un tiempo en el que lo más amado para él perderá su identidad, perderá incluso el amor que le profesa, perderá finalmente su propia capacidad de ser persona. Lejos de postularse como un film en clave “Viva la gente”, Supernova está llena de dudas, de estremecimientos, de una dolorosa sinceridad ante un hecho irrevocable al que los íntimamente concernidos, por activa y por pasiva, quieren enfrentarse de modo tan distinto, en el fondo tan similar: entregarse absolutamente al ser amado, hacer lo que creen mejor no para sí mismos, sino para el otro.

Obra no dura, sino durísima, Supernova es una pequeña joyita en la que, es cierto, la primera parte quizá chirría un poco, con ese viaje hasta la casa de la hermana y el cuñado y la fiesta de (solapada) despedida que allí se le tributa a Tusker, lejos del tono desolado, íntimo y humanísimo de la segunda parte del film. Era difícil, es cierto, hacer que toda la historia pudiera tener el mismo tono transido de purísimo sentimiento, la misma intensidad emocional de ese último segmento, pero ese ligero desequilibrio empaña la que quizá podría haber sido una obra maestra.

Con todo, la triste belleza de este (sin embargo en el fondo) esperanzado canto a la existencia en tanto que vida que pueda llamarse así, resulta toda una experiencia como espectador. Gusta mucho que Macqueen no pastoree al público recurriendo a las torpes trampas habituales para propiciar la lágrima fácil, sin que ello suponga que la emoción no esté ahí, porque está, y de qué manera. Pero el todavía neófito realizador está claro que conoce perfectamente los resortes para llegar al corazón del espectador con elementos nobles: los parlamentos de los personajes, que saben tan a verdad, que llegan tan adentro; una interpretación exquisita, en la que se intuye que los actores se han vaciado absolutamente; un irreprochable respeto hacia el público, al que se le trata como los seres humanos adultos, maduros, que son.

Por supuesto, la película no sería la que es sin la extraordinaria actuación de sus dos protagonistas, que demuestran además una inusitada química que, evidentemente, trasciende el mero hecho de su demostrada capacidad actoral. Estamos maravillados ante la excelente evolución de un Colin Firth que en su juventud fue un galán no especialmente dotado para la interpretación, pero al que la madurez (como le ha sucedido, por ejemplo, a Matthew MacConaughey) le está sentando estupendamente, aquí en un personaje lleno de dudas, aunque también imbuido de una fuerza de voluntad que quizá ni él mismo sabía que poseía. De Stanley Tucci no podemos decir que estemos maravillados, porque venimos admirándole desde hace décadas, uno de esos actores secundarios que hacen grandes sus papeles, por pequeños que sean, y que aquí, en uno de los escasos protagonistas que le han dado en su carrera, está absolutamente espléndido, el hombre que ama y que quiere evitar el calvario a su amado, pero también quiere dejar este mundo sabiendo quién es, quién fue.

El título del film, tan sugestivo, juega a la metáfora de establecer un paralelismo entre las estrellas que, llegado el término de su existencia, estallan convirtiéndose en supernovas, con un fulgor fugaz que finalmente se extinguirá como si nunca hubieran existido, pero dejando como legado un poso de elementos materiales que formarán futuros organismos complejos, y la existencia de Tusker, del ser humano en definitiva, cuyo fin, quizá también fugaz y fulgurante, será simiente de futuro.

(30-10-2021)


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95'

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Supernova (2020) - by , Jun 13, 2022
4 / 5 stars
Una hermosa obra de cámara