Pelicula: De vez en cuando aún podemos sorprendernos. Los créditos de esta Tesis sobre un homicidio alertan pronto al espectador, no digamos al crítico: en vez de los sobados, rutinarios rótulos con una musiquilla “ad hoc”, se nos presenta una imagen como de pesadilla, con la visión nublada quizá por los efluvios de alcohol generosamente trasegado, y vemos una moneda que se desliza lentamente, a la que la cámara sigue en parsimonioso travelling. Después, en un plano general, advertiremos, con esa misma sensación pesadillesca, que estamos en una estancia, lo que parece un espacioso salón de una vivienda, con multitud de papeles, libros, discos, deuvedés, desparramados por el suelo, como si se hubiera producido un registro poco cuidadoso, y finalmente vemos a un hombre aovillado en el sofá, con una mano vendada y toda la pinta de estar o bien embriagado, o bien bajo un trance, o bien ambas cosas.

Así comienza este filme que, con toda razón, ha destrozado literalmente las taquillas de la República Argentina, alzándose al segundo puesto de recaudación de todos los tiempos de las películas del país, tras El secreto de sus ojos (por cierto, con la misma coproductora española, la Tornasol de Gerardo Herrero). ¿Dónde radica el secreto de la película? Yo diría que en dos claves: una historia subyugante, que combina magistralmente intriga y psicología, en un desafío de inteligencias cuyos efectos colaterales son la muerte, y una brillante puesta en escena, en este caso responsabilidad del director, Hernán Goldfrid, del que hasta ahora no habíamos visto nada en España. Bueno, casi nada: fue director de segunda unidad en una serie televisiva de hace unos años, Hermanos y detectives, que tuvo cierta repercusión en su momento, pero en la que es evidente que Goldfrid poco podía aportar más allá de su profesionalidad como técnico.

Pero aquí (no sabemos si también en su opera prima, Música en espera, no estrenada en España) el bueno de Hernán demuestra una capacidad visual y narrativa poco comunes. Su película está contada con soltura, juega con los diálogos con habilidad, pero no es sólo un filme de palabras, sino sobre todo de imágenes: ese maduro abogado, ya retirado, que sigue secretamente al que cree pudiera ser el horrible ejecutor del homicidio del título, reflejándose en los múltiples espejos de la exposición de Picasso; ese uso del flou para darnos ora imágenes de pesadilla, ora visualizaciones imaginadas por el autor de los hechos que supuestamente han acontecido; el uso de pequeños cachivaches (el colgante con figurita de mariposa, la espadita del símbolo de la Justicia) que jugarán un papel fundamental en el desarrollo de la trama, un poco a la manera de los MacGuffins de Hitchcock. Todo en la película destila intencionalidad, personalidad, uso de pequeños detalles para fraguar una intriga creciente, capacidad para sobrecoger, para crear incertidumbre en el espectador.

Un final en anticlímax, para el que hay que tener mucho valor hoy día, pone el broche de oro a un filme nada complaciente, cuyo éxito también habla mucho y bien del público que lo ha apoyado. Hernán Goldfrid se revela así más que como una promesa, como una realidad del nuevo cine argentino, el posterior a los diversos traumas nacionales de las últimas décadas (dictadura militar, guerra de las Malvinas, corralito), una nueva hornada de cineastas que (esperemos) tengan que lidiar con cosas comunes, o con intrigas rocambolescas como ésta, pero nunca más con salvajadas como las descritas.

Ricardo Darín vuelve a conferir verosimilitud a su personaje, este abogado retirado cuya ajetreada vida sentimental se ha dejado por el camino a una esposa, quizá a algún hijo que aparece (o no) para ponerle chinitas (qué digo chinitas: peñascos como el peñón de Gibraltar…) en el camino, un hombre que habrá de enfrentarse a un enigma cuasi irresoluble cuando aquello en lo que debería ir pensando es en la dorada jubilación. Alberto Ammann, actor argentino pero criado para el teatro y el cine en España, tiene problemas con el acento porteño, aunque se resuelve razonablemente con una artimaña del guión. Quizá algo mayor para el papel, su rasurado facial total (él, que siempre luce barba), le confiere un plus juvenil que le conviene al rol, y le otorga una sensación como de malicia encriptada que también juega a favor de su ambiguo personaje.

Una pequeña delicia: ojalá Goldfrid pueda seguir dándonos en el futuro muestras de su talento.

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105'

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Tesis sobre un homicidio - by , Apr 08, 2013
4 / 5 stars
El diablo está en los detalles