CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin, Rakuten, Apple TV y Prime Video.
No sé por qué, pero me da toda la sensación de que esta peli no le hizo ni pizca de gracia a la Gran Dama del Crimen y el Misterio, léase Doña Agatha Christie. Para empezar, la historia de Testigo de cargo nació como un simple relato cortito con leche, incrustado en un volumen -con otros muchos- en 1948. Luego la cosa se hizo mucho más visible al convertirlo la escritora en una obra de teatro, ciertamente exitosa, pero que seguía lastrada por la ausencia de los grandes iconos de su literatura: por allí no aparecían remotamente ni Hércules Poirot, ni Miss Jane Marple, ni tan siquiera el secundario Parker Pyne...
Sin embargo el avispado Billy Wilder, en plena madurez de su carrera, intuyó que allí había madera para fabricar un enredo a su medida y centró su elaborado guión en dos personajes, clave para que escenificaran su habitual juego de mordaces diálogos, réplicas jocosas, chispeantes situaciones, idas y venidas... todo ello con una impecable fotografía en blanco y negro que firma el gran Russell Harlan.
Un viejo y temible abogado con problemas cardíacos y su insistente y machacona enfermera son los evidentes reyes de la cinta. Y de ello se resiente la otra parte, la convencional historia de un joven acusado de matar a una anciana viuda a la que había camelado (y convencido) para que lo nombrara heredero, aderezado con sus idas y venidas con otras féminas... un tinglado artificioso a pesar del convincente trabajo que despliega Tyrone Power, justo un año antes de su prematura muerte...
Esa pareja clave que antes nombrábamos como reyes de la función son Charles Laughton y su esposa Elsa Lanchester, que encarnan al abogado y a la enfermera. Él, gordo, sudoroso, gesticulante, exagerado e histriónico, compone una impresionante interpretación, siempre aguijoneado por la persistente, despierta y chispeante Elsa, que no lo deja ni a sol ni a sombra, que vigila sus puros prohibidos y camuflados en el bastón, y que lo fuerza a tomar sus pastillas aunque esté en pleno interrogatorio en la sala de juicios. Hay muchos detalles ingeniosos, como el juego del monóculo reflejando el sol (para desconcertar a los testigos incómodos) o las subidas y bajadas por la escalera... Ambos espléndidos comediantes finalmente fueron nominados por la Academia para los Oscars, pero quedaron tan solo como candidatos...
Las piruetas argumentales de todo el tramo final, el inteligente uso de los espacios cerrados (que no cansan al espectador), el guiñolesco papel de la gran Marlene Dietrich, o la resolución ciertamente sorprendente del nudo narrativo contribuyen a completar una sugerente prueba del estado de gracia de un autor que cuando todo el mundo esperaba que firmara una cinta más de las peyorativamente tildadas "de juicio", lo que hizo fue darle la vuelta y fabricarse una muesca más en su larga lista de éxitos...
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