El actor Matthew Broderick, en su primer papel de adulto (antes había sido invariablemente el adolescente por antonomasia, como Michael J. Fox y Ralph Macchio, que estuvieron haciendo papeles de púberes aunque ya habían cumplido holgadamente los treinta años), interpreta aquí a un coronel blanco que, durante la Guerra de Secesión en Norteamérica, comanda el primer regimiento formado exclusivamente por hombres negros. Su anhelo desde que lo nombraron jefe de esa fuerza será poder combatir en primera línea de batalla como los otros regimientos formados solo por blancos. Tanto empeño, como cabría esperar, no será desoído: para la abyecta moral (por decir algo...) de la época, siempre sería mejor que la carne de cañón fuera negra que blanca...
Tramposo filme supuestamente antirracista, equipara la igualdad de oportunidades nada menos que con la igualdad ante la muerte, con esa inicua ética de otorgar el derecho de morir, pero sin embargo no el derecho de vivir como iguales a los blancos y cualesquiera otras razas. Consecuentemente con ese truco, tan apreciado por los supuestos liberales jolivudenses, obtuvo tres Oscar, uno de ellos al Mejor Actor Secundario para Denzel Washington, que en aquel entonces era uno de los intérpretes fetiche de Spike Lee; por cierto, fue el tercer Oscar para un intérprete negro, medio siglo después de que se lo dieran a Hattie McDaniel por su personaje de Mammy de Lo que el viento se llevó (1939), y un cuarto de siglo después de que se lo dieran a Sidney Poitier por su papel de Los lirios del valle (1963), de Robert Rossen.
Dirige solvente pero impersonalmente Edward Zwick, un realizador fogueado en teleseries como Treinta y tantos, aunque el tiempo lo ha mejorado, como se pudo comprobar posteriormente en films como El último samurái (2003) y El caso Fischer (2014).
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