Tommaso

Abel Ferrara es un cineasta norteamericano de obvios ancestros italianos. Empezó a dirigir cine a principios de los años setenta del pasado siglo, aunque su época dorada se puede considerar que fue la década de los noventa, con títulos como El rey de Nueva York (1990), Teniente corrupto (1992), que se considera justamente su obra maestra, The addiction (1995) y El funeral (1996). A partir de principios del siglo XXI, tras los atentados del 11-S, Ferrara se instala en Roma, desde donde ha seguido haciendo cine, aunque ya el interés del mismo ha descendido apreciablemente. En los últimos años ha vuelto a estar en candelero con su biopic Pasolini (2014), sobre el famoso poeta, filósofo y cineasta boloñés, que interpretó Willem Dafoe, actor que se ha convertido en fetiche para Ferrara, habiendo trabajado juntos hasta ahora en seis ocasiones (más Siberia, que está en camino...).

Tommaso cuenta la historia de un artista (director, actor) norteamericano afincado en Roma, donde da clases para mejorar su italiano. Vive con su pareja, Nikki, y con la hija de ambos, Deedee, de tres años. También prepara el storyboard de su nuevo proyecto, asiste a las reuniones de Alcohólicos Anónimos (AA), realiza regularmente sus ejercicios de yoga y da clases de interpretación, entre otras tareas. Pero su relación con su pareja no pasa por su mejor momento...

Tommaso es un autorretrato más bien poco velado del propio Ferrara; todo concuerda: su profesión, cineasta americano radicado en Roma, su pareja e hija interpretan esos mismos roles en la película... como afirma el dicho español, “blanco y en botella...”. Ferrara se autorretrata la mayor parte de las veces con tintes indulgentes: se nos muestra, con su alter ego “Tommaso” (Dafoe, su actor fetiche, como hemos visto), como un participativo miembro de AA, como un hombre comprensivo, tolerante, siempre dispuesto a echar una mano, buen padre de familia... pero, sin embargo, como era de prever, no es oro todo lo que reluce: quizá como secuela de su época de alcohólico, tiene recurrentes fantasías en las que imagina a su pareja con otro hombre, siempre el mismo, en un rapto de celos sin fundamento, lo que, junto a roces sin mayor trascendencia de la vida cotidiana, va minando la convivencia de ambos...

Estamos entonces ante una película que, nos lo tememos, es más un intento de redención del propio Ferrara, un exorcismo de sus propios demonios familiares, antes que una película en sentido estricto. Por supuesto, los artistas son capaces de sintetizar los sucesos de su vida para generar obras de arte, pero aquí parece más bien como si Ferrara lo que quisiera fuera pedir perdón por sus excesos de violencia doméstica, por sus devaneos con otras mujeres, por su desatención familiar, aunque se cubra las espaldas con un retrato, en otras facetas, casi de santo laico.

Cinematográficamente hablando, lo cierto es que no se sabe muy bien qué nos quiere contar este Tommaso, aparte de hablarnos de su vida cotidiana en Roma, de sus rutinas y tareas consuetudinarias, un “vivir cada día” que, en puridad, tiene relativo interés. Por supuesto, no es una película fallida, porque está bien rodada y el retrato del personaje (el propio Ferrara, como hemos visto, a través de una ficticia persona interpuesta) nos llega con nitidez, aunque nos parece el acto de contrición más caro de la historia.

Buen trabajo de Willem Dafoe, como siempre estupendo, si bien es cierto que, cuando tiene que explotar en las violentas discusiones con su pareja (que es la pareja de Ferrara...) y su niña (que es la de Ferrara...), nos parece artificioso y sobreactuado, quizá sin creerse demasiado que ese pedazo de pan que está interpretando pueda portarse tan cochinamente con sus seres más queridos...

(11-11-2019)