CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Prime Video.
Leo McCarey, evidentemente, no forma parte de la cuadra de los grandes directores de Hollywood (Ford, Hawks, Wilder, Cukor, Preminger, Capra, Hitchcock...), pero su aportación al cine clásico es ciertamente muy apreciable. Por de pronto, fue el forjador de una de las parejas más divertidas del cine mudo (y también de las siguientes décadas), Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco, pero también dirigió la que quizá sea la mejor de las pelis con los Hermanos Marx, Sopa de ganso, hizo algunas buenas y muy populares comedias, como La pícara puritana o Las campanas de Santa María, y sobre todo, hizo una película, Tú y yo (Love affair, 1939), que fue un estupendo melodrama romántico con Charles Boyer e Irene Dunne, y lo que es más sorprendente, lo volvió a rodar de nuevo casi dos decenios después, con igual título (en España, porque el original de esta nueva versión sí fue distinto: An affair to remenber, “un asunto para recordar”) y aún mejor que la anterior, que ya era muy buena.
Este raro prodigio (un “remake” que mejora a un ya notable film original) no fue cosa solo de McCarey; Hitchcock, por ejemplo, rehízo El hombre que sabía demasiado, y su versión de 1956 fue bastante mejor que la más modesta de 1934, también titulada El hombre que sabía demasiado. Pero ciertamente es infrecuente esta circunstancia. Años más tarde Warren Beatty hizo un nuevo “remake”, titulado Un asunto de amor (1994), muy inferior en todos los aspectos a los dos títulos de McCarey sobre esa misma historia.
La película se inicia en su tiempo histórico, hacia la mitad de los años cincuenta. En un noticiero se da cuenta de que Nickie Ferrante, un casanova de la alta sociedad, se casa con una rica heredera. Vemos que el tal donjuán viaja en un buque transatlántico; un botones lo busca, lo llaman por teléfono... es una de sus conquistas reprochándole que se case... Vemos también a Terry McKay, una hermosa mujer, que entabla conversación con el rico tenorio, pero, en contra de lo que le pasa a todas las féminas, no está loca por el guapo maduro. Ello hace que el instinto de cazador de él se exacerbe, y va a su camarote para ensayar una de sus maniobras de casanova, pero la mujer no le sigue el juego, hablándole de su novio, con el que se va a casar. Al final Ferrante consigue cenar con ella, aunque Terry no oculta su tono escéptico, dejándole claro que le parece mal sus relaciones con tantas mujeres...
Con buenos e inteligentes diálogos, la película presenta como peculiaridad muy avanzada para su época el personaje de ella, una mujer segura de sí misma, autosuficiente; diciéndolo con palabras de nuestro tiempo, podríamos decir que es una mujer empoderada, una mujer que, ciertamente, no se corresponde con el prototipo de fémina de la época, siempre al socaire del varón...
La película muestra una esplendorosa narración clásica, lineal, sencilla, sin complicaciones innecesarias, dando con ello lugar a un ritmo perfecto, clásico, como una seda. McCarey fue siempre un muy buen profesional, con una rara capacidad para contar historias de forma amena, y aquí ciertamente nos parece que alcanzó su cima creativa.
La relación del hombre y la mujer que, emparejados y comprometidos formalmente cada uno por su lado para un próximo matrimonio, se dan cuenta de que se han enamorado absolutamente, está contada con una sutileza extraordinaria, una sutileza que habla de cómo ambos se sienten desconcertados al no saber cómo gestionar ese amor que les ha llegado inesperada, devoradoramente; los dos, melancólicos, saben que están en un punto de inflexión en sus vidas, un punto que solo podrán resolver emplazándose para seis meses más tarde, en lo alto del Empire State, donde comparecerán si, finalmente, han decidido unir sus vidas para siempre.
Hay en la película escenas espléndidas, hechas con una sensibilidad desarmante, como la del muelle cuando ambos se reencuentran con sus respectivos novio y novia, en la que, abrazados a estos, sin embargo solo tienen ojos para mirarse mutuamente de hito en hito, aunque teóricamente sean dos parejas que no se conocen de nada. Pero hay otras escenas memorables: Ferrante esperando en la cúspide del Empire State Building, donde se citaron tras su despedida al llegar en el transatlántico, pero sobre todo la escena final, en la que ambos tienen las cartas marcadas por sus respectivos sentimientos: él, desde la tristeza de creer que ella ya no le ama; ella, haciéndose la renuente para no cargarle con el peso de su tragedia; estamos ante una escena de gran intensidad emocional, plagada de mutuos y sutiles reproches, una escena que se resolverá, muy inteligentemente, cuando ya parece que la historia finalizará con sus respectivas renuncias.
Ciertamente fue fundamental la excelente química que tuvieron entre sí Cary Grant y Deborah Kerr, componiendo una pareja ajena a las convenciones del cine del momento, una pareja de adultos iguales que se comportan como tales, en una película por supuesto plena de buenos sentimientos, pero sin las ñoñerías tan típicas del género romántico de la época. En el fondo, sí, es una auténtica “feel good”, una película para sentirse bien, cuando aún no se había inventado ese concepto (o al menos no se le llamaba así...). La música del gran Hugo Friedhofer y la preciosa fotografía en Technicolor de Milton Krasner, con hermosos colores primarios hábilmente combinados, conspiraron para que el film fuera la pequeña (o no tan pequeña...) maravilla que fue, que es.
(16-04-2025)
115'