Definitivamente, Hirokazu Kore-eda ha presentado sus credenciales para ser el heredero de los grandes cineastas japoneses: aunque pueda parecer blasfemo, en nuestra opinión, Kurosawa, Ozu o Mizoguchi ya tienen quien les suceda. Porque lo cierto es que Kore-eda presenta ya una más que interesante filmografía que, además, y al igual que ocurría con los maestros citados (y otros: Oshima, Ichikawa), tiene unas obsesiones muy marcadas. En el caso de Hirokazu, es evidente, su preocupación vital, o al menos así lo refleja en su cine, es la infancia, con frecuencia la inserción de los niños en la familia, en familias muy diversas, y cómo esa infancia, esa niñez, se relaciona con los demás miembros del clan, casi siempre de forma torturada, esquinada, peculiar.
Porque la figura del vástago, niño o adolescente, aparece invariablemente en casi toda la filmografía que le conocemos en Occidente: Nadie sabe (2004), Kiseki (Milagro) (2011), De tal padre, tal hijo (2013), Nuestra hermana pequeña (2015), incluso, aunque en segundo plano, en El tercer asesinato. Sus historias con niños siempre presentan aspectos especiales, nunca nos encontramos con familias al uso. Así, en el film que comentamos el núcleo familiar estará unido por cualquier cosa menos por vínculos de sangre: aparte de la pareja paterna, obviamente sin afinidad sanguínea, ni la abuela ni los supuestos hijos tendrán nada que ver, en términos de parentesco de sangre, entre ellos: son arrecogidos, cada uno de ellos en un momento determinado, por muy diversas causas. Conforman entonces un clan que semeja, aunque en clave bonancible, al que Dickens imaginó en su novela Oliver Twist, en la que el cruel Fagin tenía a sus órdenes a una horda de niños a los que obligaba a robar para ganarse el magro sustento. Aquí Fagin, aparte de tener los ojos rasgados, no es una figura negativa sino, al contrario, es lo más parecido a un padre que han tenido esos niños, esos adolescentes; siempre escasos de dinerario, el recurso al latrocinio estará camuflado por los falsos progenitores bajo excusas éticas (“lo que está en las tiendas no es todavía de nadie”) para mantener una apariencia de moral familiar, de valores sobre los que se sustenta esta familia inusual, una familia en la que los vínculos de sangre han sido sustituidos por vínculos afectivos: es una familia de gente que, a su manera, se quiere, aunque no discurra por sus venas el mismo líquido rojo.
En ese sentido, Kore-eda nos habla precisamente de hasta qué punto la sangre común no es sino un hecho circunstancial, accesorio, que no asegura el amor paterno, el amor materno, el amor filial; de hecho, algunos de los miembros parentales de estos arrecogidos se mostraron desafectos hasta la abyección hacia sus vástagos, y ello incidió poderosamente en que terminaran formando parte de este clan irregular donde el cariño no se tasa, aunque sus componentes sean perfectos desconocidos.
Film sobre el amor familiar más allá de los vínculos familiares, la nueva película de Kore-eda es un hermoso canto hacia lo mejor del ser humano, aunque sea en el ámbito de este grupo de hampones que no quieren serlo, de pequeños delincuentes que sobreviven como pueden y que no se paran en barras cuando tienen que salvar de sus hogares catastróficos a niños desamparados; legalmente serán unos secuestradores, pero humanamente son para ponerles una medalla.
Gran película Un asunto de familia, llena de detalles espléndidos, a la vez transida de esperanza porque entre lo que se podría considerar la hez de la Tierra, sin embargo, anide un tal ánimo regeneracionista, y también atravesada de dolor porque aquellos que debieran ser la firme columna que sostenga a los más débiles, a los más desvalidos, también a los que más deberían amar, sin embargo sean renuentes a su deber, que es también, y en grado sumo, su derecho.
Buen trabajo actoral, en especial de los pequeños actores, para los que Kore-eda tiene especial buena mano; también de los adultos, con trabajos matizados sobre todo en el supuesto “padre”, encarnado por Lily Franky, y Kirin Kiki, una desarmante “abuela”.
La película ganó, muy merecidamente a nuestro juicio, la Palma de Oro en el Festival de Cannes, seguramente el galardón más importante (Oscar aparte, que juega en otra liga, con evidentes intereses comerciales) que se otorga en el mundo del cine.
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