Un mes en el campo

Pat O'Connor hace con ésta su segunda película. La ópera prima de este realizador norirlandés fue Cal, que tuvo una excelente acogida en cuantos festivales visitó, lo cual no le sirvió, paradójicamente, para ser estrenada en España.

Un mes en el campo nos presenta un drama de ciertos ribetes costumbristas, en clave bucólica, sobre dos veteranos de la Gran Guerra que intentan restañar sus heridas morales en un paisaje, la campiña inglesa, punto menos que idílico. A lo largo de su relación amistosa se descubrirán como seres humanos, compartirán algún que otro secreto inconfesable y se sentirán hermanados por su sufrimiento en la contienda bélica y por la búsqueda desesperada de un sentido para sus derrengadas existencias. Uno de ellos, restaurador de obras de arte, sentirá un impulso amoroso hacia la esposa del pastor, abiertamente correspondido por ella, pero abortado de raíz por la mutua timidez, por el mutuo miedo.

Otros temas se pasean también por el film, de tal forma que Dios, la libertad, la muerte, la belleza y el arte también transcurren, quizá tangencialmente, en la obra de O'Connor. El director norirlandés ha realizado un trabajo cuidadoso, de gran meticulosidad, dotando a Un mes en el campo de ese ritmo lento, algo premioso, que tan bien conviene a una obra que se quiere relajante para los protagonistas y, de rebote, para el espectador. Incluso las pasiones que la traspasan supondrían apenas leves curvas en un electrocardiograma del avisado público: está buscado y hay que reconocérselo como mérito.

Pero uno no deja de pensar lo que habría dado de sí esta honesta, inteligente y beatífica obra a poco que se hubieran calentado mínimamente las calderas. Estamos, empero, ante una película estimable y serena, cualidades ambas de rara actualidad.