No entraremos en el tema de los “remakes”, nos ceñiremos a este filme como si estuviera hecho “ex novo”. Todo lo que había que decir sobre el tema lo ha dicho, y qué bien, Cristina Colmena en su artículo Remakes: Los déja vú. Las comparaciones son odiosas. Aunque a lo mejor alguna vez escribo algo, mayormente como apostilla…
Pero eso será otro día. Lo cierto es que Valor de ley, versión Coen, es un filme radicalmente distinto del que Henry Hathaway dirigió en 1969. No tanto por la historia, que sustancialmente es la misma, sino por la forma de enfocarla; lo que en Hathaway era clasicismo, contención y sobriedad, en los Coen es manierismo, estilización y humoradas marca de la casa.
No seré yo quien compare ambos filmes, sino que me limitaré a hablar de esta nueva versión que, lo diré pronto, no es para mí esa obra maestra que algunos han querido ver, ni nos devolverá a la edad de oro del western; entre otras cosas, porque no se puede resucitar a los muertos, y el western falleció definitivamente hacia 1976, cuando el gran Don Siegel y el no menos grande John Wayne hicieron juntos El último pistolero, postrer aliento, expiración definitiva de un tipo de cine que tuvo su momento y lugar, en sus escenarios naturales, el Oeste Americano, entre las décadas de los años treinta y primeros sesenta; después llegaría la etapa flamígera del espagueti-western y su definitiva descomposición con el vomitivo western trinitario. Lo que después del mentado film de Siegel se ha hecho es neowestern, como lo llaman algunos, aunque yo prefiero el término de postwestern, que acuñé hace dos decenios, pues no es nuevo sino barroquización del antiguo, “aggiornamiento” impostado; lo cual no quiere decir que no haya obras hermosas en esta última etapa: cfr. El jinete pálido y, sobre todo, Sin perdón, ambos curiosamente de un clásico del género, Clint Eastwood.
Volviendo a este nuevo Valor de ley, que me disperso: los Coen han optado por una fórmula, la reescritura en imágenes de una historia archiconocida, que parece lícita. Otra cosa es que la faena les haya salido redonda; lo cierto es que la primera hora tiene un tono notable: paladeamos, actualizándolo, el tono del western de siempre, con el sherif borrachuzo y espeso, el cazarrecompensas tirando a mentecato, el adolescente (en este caso “la” adolescente) metida en camisa de once varas, el malandrín a perseguir, los tiros y escabechinas varias… Todo tiene un tono muy clásico y a la vez moderno, en una rara conjunción que los Coen hacen como nadie. Pero, transcurrida esa primera parte, parece como si los hermanos perdieran un tanto los libros, y lo que antes era medida mezcla de drama, acción, humor y clasicismo, pierde la dosificación y se excede en humoradas (a veces sin maldita la gracia) y el tono general ya no es tan bueno.
¿Quiere ello decir que Valor de ley es una mala película? En absoluto: es un buen filme, y da un paso más en esa ilustre carrera del postwestern que cuenta con distinguidos títulos; aparte de los mentados, también habría que citar Silverado, Forajidos de leyenda, Bailando con lobos, Wyatt Earp y Appaloosa, entre otros. Pero, o mucho me equivoco, o no pondrá de nuevo de moda el género.
Algunas menciones especiales: Bridges está espléndido en su papel; heredar a John Wayne y no resultar ridículo es muy difícil, y el actor de El gran Lebowski lo consigue plenamente; pero la auténtica revelación es la adolescente Hailee Steinfeld, que hace toda una creación de su papel, una chica que hace lo impensable, recorrerse medio salvaje Oeste con una obsesión, dar caza al asesino de su padre, ese al que se refiere el hermoso versículo de Proverbios (“huye el impío sin que nadie le persiga”) con el que se inicia la película; es su obsesión de la estirpe de la de Ahab, el capitán cuya pierna se tragó la mandíbula torcida de la melvilliana Moby Dick: una obsesión sin mácula, sin resquicio para nada que no sea su venganza. Es cierto que en el caso de esta niña la venganza se justifica en la necesidad de hacer justicia, mientras que en el caso del capitán del Pequod el tema era más visceral, más télurico: acabar con quien ha matado tu vida, arrancándote una parte de ti y dejándote tullido para siempre.
Así que los Coen no han hecho mal los deberes; si acaso, los críticos que se han creído que estaban ante una nueva Dos cabalgan juntos. Pues vale, tíos, seguid con ese despiste…
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