La Historia reciente, combinada con la página de sucesos, puede dar mucho juego en cine (ahora tan ahíto de temas), siempre que se haga, como en este caso, olvidándose de hacer un pulcro biopic y creando, innovando, explorando el cine, eso que tan difícil es, a veces, hoy día, a pesar de tantos y tan extraordinarios avances tecnológicos.
Yo, Tonya nos cuenta, a su manera, la historia de la famosa patinadora norteamericana Tonya Harding, que en los años noventa estuvo en la cima de su fama (su personaje dice de ella misma en un momento del film, “fui la persona más conocida del mundo tras Bill Clinton”) tras conseguir ser la primera norteamericana que hacía un “triple axel”, un salto con un giro sobre sí misma de 1260 grados (lo que viene siendo tres vueltas y media), pero que poco después se enfrentó a un infierno cuando el entorno de su exmarido montó un tinglado para lesionar a su rival más próxima, Nancy Kerrigan, y descubrirse poco después todo el pastel, con sentencias condenatorias para todos los intervinientes, por activa o por pasiva...
Pero, alejándose de lo fácil, que hubiera sido contarnos pulcra pero vacuamente la historia de Tonya Harding, el director australiano (aunque formado en Estados Unidos, a donde se mudó cuando tenía 19 años) Craig Gillespie, y su guionista Steven Rogers, optan por darnos esa historia a partir de supuestas entrevistas realizadas a los protagonistas de la misma, desde la propia Tonya a su madre, LaVona, su marido Jeff (exmarido ya cuando sucedió “el incidente”, como eufemísticamente llaman a la agresión a Kerrigan), y el supuesto guardaespaldas de Tonya, un tipo gordo como una boya llamado Shawn. Con mimbres de “mockumentary” o falso documental, más la recreación de la vida de Tonya y sus allegados, se consigue una notable película, elegante en su ejecución y muy moderna en su plasmación en imágenes, con los personajes dirigiéndose al espectador directamente dentro de una escena, lo que contribuye poderosamente al tono cáustico, irónico, sarcástico, que la emparenta con un tipo de comedia negra que no estaría demasiado lejos del que a veces frecuentan los hermanos Joel y Ethan Coen en sus películas.
La alusión a los Coen no es ociosa, pues algunos de sus personajes, singularmente los de Jeff, Shawn y los dos carajotes que contratan para “asustar” a Kerrigan, podrían habitar sin ningún problema algunos de los films coenianos en esa onda de comedia negra, desde Fargo a Quemar después de leer.
Con un ritmazo espléndido, con una muy inteligente planificación que nos hace seguir con facilidad la historia de esta “pobre chica mala”, con ambigüedad sobre lo que realmente ocurrió y, sobre todo, hasta qué punto Harding estuvo implicada, o no, en el ataque a Nancy Kerrigan, Yo, Tonya se constituye en una devastadora mirada sobre el fallido sueño americano, confirmando que, como sabíamos, si eres pobre, tienes una madre hija de puta, careces de formación y te casas con tipos infectos, por mucho que te esfuerces, tus posibilidades de salir del hoyo son menos que cero.
Y es que el caso de Tonya Harding es de los de libro en cuanto al reverso del sueño americano: en contra de lo que este proclama, en los USA lo tienes crudo si tu cuna no tiene altura, si tu familia no dispone de los cuantiosos fondos allí necesarios para una adecuada formación, si quien debía velar por ti, en las distintas etapas de tu vida, padres y cónyuge, no solo no te ayudan sino que te destrozan la vida.
Mención aparte para los personajes, de los que Yo, Tonya tiene una colección como pocas veces hemos visto en el último cine yanqui: aparte de la protagonista, Harding, finalmente quizá el más positivo de todos ellos, el del marido es como para enmarcarlo, un tipo con serrín en el cerebro, al que debía costarle trabajo saber de qué color era el caballo blanco de Santiago, un memo integral que se cargó (con la ayuda inestimable de otros mentecatos) la vida de su exmujer; el supuesto guardaespaldas, un gordinflas que se cree especialista en espionaje internacional y no era sino una masa sebosa de inutilidad supina que contribuyó, y de qué forma, a arruinar la vida de su supuesta protegida; y los dos descerebrados a los que se les encargó el “trabajo” de lisiar a Kerrigan, que harían parecer Einstein a los protagonistas de Dos tontos muy tontos.
En cuanto al apartado de interpretación, ciertamente estamos ante un film lleno de grandes actuaciones; mención especial para Margot Robbie, la estupenda Harley Quinn de Escuadrón Suicida (2016), lo mejor de aquella por lo demás olvidable peli de superhéroes; Robbie hace creíble el personaje de esta mujer cuya vulgaridad no fue perdonada por el muy elitista y muy clasista deporte olímpico yanqui; Sebastian Stan, un actor de origen rumano afincado en Estados Unidos desde que tenía 12 años, compone un marido o exmarido ciertamente notable en su idiocia, un tipo estúpido con una rara capacidad para estropearlo todo y también para el maltrato doméstico, por si le faltaba alguna “virtud” (y encima de todo llevaba un horrible bigote...); pero la que está absolutamente sensacional es Allison Janney, que da vida al personaje más malvado que se haya hecho en los últimos tiempos, la madre de Tonya, a cuyo lado la Bruja de Blancanieves y la Madrastra de Cenicienta son Heidi y la abeja Maya, respectivamente. Janney da vida a una villana integral, una mujer que parece nacida para hacer el mal, mayormente a su hija, a la que, incluso cuando parece que se quiere reconciliar con ella, realmente la está emboscando...
Gran película esta Yo, Tonya: moderna, transgresora, demoledora en su mensaje... que la haya perpetrado un cineasta al que hasta ahora no se le conocían más que medianías (quizá salvo Lars y una chica de verdad, que era la única que apuntaba maneras), nos hace creer, a estas alturas, en la posibilidad de que aún se puedan producir prodigios...
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