ESTRENO EN PRIME VIDEO
Hay productos audiovisuales (y no solo audiovisuales... recordemos el turrón 1880, cuyo eslogan publicitario era “El turrón más caro del mundo...”) cuya publicidad consiste mayormente en decirnos lo muchísimo que ha costado, como si gastarse más o menos dinero en algo fuera garantía de calidad... Es el caso: esta serie, Citadel, se ha anunciado profusamente como “la serie más cara de la historia”, haciendo ver que ha costado la bonita cifra de 200 millones de dólares; nos ha recordado la vieja anécdota de aquel fichaje del entonces presidente del Betis, Manuel Ruiz de Lopera, en 1997, del astro brasileño Denilson, que le costó a las arcas del club verdiblanco la cifra de 5.300 millones de las antiguas pesetas, al cambio 31,75 millones de euros, convirtiéndose en el fichaje más caro de la historia del fútbol mundial hasta entonces; siempre sospeché que Lopera podría haber conseguido los servicios del chico brasileiro por mucho menos dinero (vamos, que no era Pelé...), pero el presidente bético quizá insistió al club vendedor para pagar más, hasta superar los 5.000 millones que entonces era el récord, para poder fardar de tener entre sus filas al futbolista más caro de la historia; por supuesto, es una sospecha malévola del autor de estas líneas, nada más, pero que, dada la peculiar idiosincrasia del personaje, no nos extrañaría nada...
Y es que, efectivamente, en el lanzamiento publicitario de esta Citadel, en Prime Video, se ha hecho un alarde un tanto enfático (y también un poco obsceno...) de los cuantiosos medios económicos utilizados, pareciendo por momentos que ésa era la razón última por la que debía verse el producto, y no sus supuestas bondades como serie.
Es verdad que se nota que aquí el dinero ha corrido a espuertas: numerosas localizaciones a lo largo de todo el mundo: Estados Unidos (Oregon, Wyoming, Nueva York, Washington...), Marruecos (Fez), Europa (Valencia, París, Londres, Atenas...), costosos efectos especiales, espectaculares escenas de acción (aunque aquí también parece que los CGI, los efectos digitales, han hecho buena parte del trabajo)... un auténtico derroche, como si tuvieran que justificar tantos millones con muchas localizaciones cosmopolitas y exóticas...
La acción se desarrolla en un tiempo indeterminado, pero que se supone es un futuro más o menos próximo. Nos enteramos de la existencia de Citadel, una agencia de espionaje no adscrita a ningún país, una organización centenaria cuyo objetivo es preservar la paz en el mundo; y también la de su némesis, Manticore, que busca dominar el mundo por cualquier medio, legal o ilegal, pacífico o violento. En un tren futurista y supersónico vemos a dos agentes de Citadel, Mason y Nadia, que han sido situados en ese medio de transporte para impedir que se proceda en el mismo a una clandestina transacción de uranio enriquecido. Pero cuando están puestos a la faena se dan cuenta de que todo es una trampa. Al mismo tiempo, en otras muchas partes del mundo, otros miembros de la agencia están cayendo también en otras emboscadas, con resultado de muerte en casi todos ellos. Mason y Nadia salvan la vida por poco; por separado, para preservar los secretos de la organización, ambos son sometidos por Citadel a un borrado de recuerdos, con lo que cada uno de ellos (que antes tenían entrambos una relación sentimental) rehará su vida por separado sin recordar la existencia del otro. Manticore, ocho años más tarde, está en disposición de hacerse con el maletín de armas nucleares de Citadel, maletín que contiene también todos los secretos de sus agentes...
Lo cierto es que, sin ser una mala serie, nos parece que Citadel peca de gigantismo, queriendo ser lo más de lo más, para lo que no se para en barras y, además de tanta localización, también echa su cuarto a espadas en lo que respecta a los saltos atrás y adelante en el tiempo, de tal manera que constantemente estamos con flashbacks y flashforwards. Nada que objetar, en principio, si bien nos parece que tanto movimiento obedece también a instalar en la mente del espectador la idea de la grandiosidad de la serie, que requiere tantos espacios y tantos tiempos distintos, aunque después la sustancia, el meollo en cuestión, tampoco sea como para tirar cohetes.
Y es que se notan quizá demasiado las influencias, desde la más evidente, la de James Bond, el agente 007 con licencia para matar, presentando aquí a una especie de Bond estilizado y futurista (el protagonista, Mason Kane), hasta otras que también nos parecen claras, como el tópico del agente amnésico que mantiene subconscientemente su potencial como extraordinario luchador, como ocurría en, por ejemplo, Memoria letal, y, sobre todo, en la serie cinematográfica iniciada por El caso Bourne. Así mismo podría hablarse de influencias de series televisivas tan populares como Misión imposible (también, por supuesto, de la saga fílmica heredera de ésta, producida y protagonizada por Tom Cruise) o El agente de CIPOL. De 007 no solo toma al protagonista, sino incluso el trasunto de algún secundario, como el personaje de Q, el suministrador de “gadgets” de Bond, aquí llamado Bernard (un Stanley Tucci, como siempre, soberbio), que en este caso no se limita simplemente a hacer juguetitos de sofisticada tecnología futurista, sino que tiene también una importancia capital en el devenir de la agencia, de la que es un muy alto cargo, con poderes cuasi omnímodos. El clásico esquema de organizaciones antitéticas que representan el Bien y el Mal también se reproduce aquí, si bien es cierto (y eso es un punto a su favor) con un enfoque que presenta a una entidad supuestamente alineada con los buenos que se permite actuar casi como los villanos (y no daremos más pistas para no hacer “spoilers”...). Y es que conforme al signo de los tiempos, los agentes de Citadel, en esta época de moral líquida, son casi tan malos como los villanos de pata negra...
Ya sabemos, a estas alturas, casi 130 años después del nacimiento del cine, que es difícil ser original, pero a veces las costuras se notan demasiado... Es el caso de esta miniserie de 6 capítulos (de la que ya se anuncia secuela: Citadel: Diana), en la que además, todo tiene que ser “lo más”, como esas escenas de lucha que son tan al límite de la realidad que terminan resultando increíbles, inverosímiles.
Estamos entonces ante una distopía mezclada con cine de espías y de acción, aspecto este último en el que ciertamente hay que reconocer que las escenas son muy variadas, con localizaciones muy diversas, desde persecuciones por la nieve con esquíes y paracaídas, hasta el interior de un tren de alta velocidad, pasando por la cubierta de un submarino emergido, e incluso en algunos paisajes urbanos ciertamente notables (y reconocibles para los españoles), como la valenciana Ciudad de las Artes y las Ciencias, con su aspecto como de gigantesco esqueleto de dinosaurio. Los "cliffhangers" o finales en punta de cada capítulo están bien armados, dejando en vilo al espectador y con ganas de más, que es lo que se pretende con ellos, lógicamente. Algunos de los episodios, como el cuarto, son más densos y dramáticos, enfrentando a sus protagonistas al dilema de las decisiones sin marcha atrás, como borrar la memoria a una agente de la que se tienen fundadas sospechas sobre su deslealtad, o el sexto, en el que se descubre (gracias a la recuperación de la memoria por parte del protagonista) el enigma de la madre de Mason, cómo su desaparición cuando éste era niño se debió a una poderosa razón, y cómo esa madre tiene una influencia determinante en los hechos que acontecen durante la serie a Citadel y a sus agentes.
De lo mejor, la villana que compone Lesley Manville, una mujer carente absolutamente de escrúpulos, que no pestañea al ordenar la muerte de gente inocente, niños incluidos, una mala con todos sus avíos, como tienen que ser los malos, una asesina nata sin conciencia ni remordimiento alguno. A su lado solo iguala el envite el siempre magnífico Stanley Tucci, uno de nuestros secundarios favoritos, capaz de hacerlo todo, y de hacerlo todo bien, como este agente de altos vuelos que se verá en la tesitura de perderlo todo (incluso a sabiendas de que lo va a perder de todas maneras) o que el mundo se pierda absolutamente. Con Manville y Tucci de referencias, Richard Madden (el Rob Stark de Juego de tronos, involuntario protagonista de la célebre Boda roja) y Priyanka Chopra Jonas (la actriz hindú que lleva camino de convertirse en una nueva diva de Hollywood) bastante hacen con aguantar el tipo...
Anthony y Joe Russo, los poderosos directores y productores del díptico final de Los vengadores, Infinity War y Endgame, se adivinan como el auténtico poder en la sombra de esta costeadísima serie, aunque los creadores “teóricos” sean Josh Appelbaum, Bryan Oh y David Weil, gente con mucho menos peso en la industria audiovisual que estos talentosos hermanos, que actúan aquí como productores ejecutivos… al igual que otras 19 personas más con el mismo cargo en la serie, aunque se intuye que, al final, ellos son los que han cortado realmente el bacalao…