ESTRENO EN NETFLIX
La película El gatopardo (1963), dirigida por Luchino Visconti, conde de Lonate Pozzolo (vamos, que de aristocracia sabía de primera mano...), era hasta ahora la única adaptación audiovisual sobre la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, príncipe de Lampedusa, publicada en 1957 por Feltrinelli, novela que se convirtió en un clásico instantáneo, una novela para cuyo personaje principal Lampedusa se inspiró en su bisabuelo, de la que el príncipe de Salina, protagonista de la novela, es un claro trasunto.
El film de Visconti se consideró en su momento, y sigue teniendo igual conceptuación, una de las grandes películas de un cineasta en cuya filmografía menudean las obras maestras (Rocco y sus hermanos, La caída de los dioses, Muerte en Venecia, Confidencias...), un film, por tanto, cuya revisitación en el audiovisual podría considerarse poco menos que herético. Sin embargo, nos parece que esta nueva versión, en formato de miniserie de 6 capítulos, sin igualar ni de lejos la clase, la elegancia, la penetración psicológica de Visconti, se puede considerar un “remake” con un resultado aceptable, lo que, visto lo visto, es lo más parecido a un elogio que se podría decir de un empeño (que algunos considerarán suicida, incluso blasfemo) como este.
La acción se desarrolla en la isla de Sicilia, hacia 1860. Unos rótulos iniciales nos informan de que la isla, gobernada por los Borbones durante más de cien años, se prepara para afrontar el movimiento que la Historia conocerá como Il Risorgimento, la revolución italiana que, en pocos años, consiguió la unidad del país, hasta entonces dividido en varios reinos de diversa laya. Ese movimiento unificador, a cuyos mandos se encontraba Garibaldi, va a llegar a Sicilia, donde conocemos a Don Fabrizio Salina, príncipe de Salina, conocido popularmente como “El Gatopardo”; este aristócrata ha sido y sigue siendo el poder en la sombra de la isla, donde no se mueve una hoja sin que él lo sepa y dé su consentimiento. El ascenso de la nueva clase social, la burguesía, se plasma en la figura del alcalde de Palermo, Don Calogero, hombre de toscos modales que ha conseguido una gran fortuna por medios a veces controvertidos. El príncipe tiene varios hijos e hijas, pero también un sobrino, Tancredi, de familia económicamente venida a menos, al que Salina quiere como a un vástago. Su hija Concetta está enamorada de Tancredi, pero cuando este conoce a la hermosa Angelica, hija de Don Calogero, cae rendido a sus pies (y a los de la fortuna del padre...), a la vez que se alista en las filas de Garibaldi, en cuyo ejército pronto asciende. Tancredi intenta tranquilizar a su protector tío Don Fabrizio sobre su adhesión a las filas garibaldinas...
La miniserie de 6 capítulos está grabada bajo los auspicios de Netflix, que se reserva los derechos para explotarla en su catálogo en todo el mundo. Su creador es Richard Warlow, guionista de varias series en su país que han gozado de cierto éxito, series generalmente incardinadas en los géneros del thriller policíaco. Con El gatopardo cambia el tercio, y ciertamente no se puede decir que haya fracasado, porque su versión del texto de Lampedusa (siempre con la sombra inevitable del clásico que nos legó Visconti) es moderadamente interesante y, en cualquier caso, no insulta la memoria de su glorioso antecesor. Es cierto que, a ratos, se nota un poco el que podríamos llamar “tono Netflix”, un cierto preciosismo vacío que le perjudica, pero en su conjunto, y sobre todo tras un comienzo un tanto titubeante, la miniserie se afianza y consigue transmitir razonablemente su mensaje, el de la crónica de la decadencia de una clase social, la aristocracia, que hasta mediado el siglo XIX lo fue todo en Sicilia (también en los diversos estados que darían lugar a la nación italiana), una clase social, la nobleza, acostumbrada a que los plebeyos fueran sus lacayos, aquellos que, por cuna, estaban (y, supuestamente, estarían siempre...) por debajo de ellos, a sus órdenes. Pero las corrientes nacionalistas que ya entonces corrían por los diversos reinos europeos llegaban a Italia, a Sicilia también, y con esos aires renovados llegaba la nueva clase social dominante, la burguesía; de la inútil resistencia de la nobleza a ese nuevo orden trata, en buena medida, la novela El gatopardo, y también las dos adaptaciones audiovisuales. La de Warlow, que ha contado con el avezado Tom Shakland como director principal, es una versión aceptable, que presenta adecuadamente esa visión del cambio social que se irá produciendo en la isla, como en el país, a partir de la unificación garibaldina.
Un cambio social que, como dice el sobrino Tancredi a su tío Don Fabrizio, es necesario porque “hay que cambiarlo todo para que nada cambie”, poniendo en palabras la famosa (y cínica...) afirmación según la cual, al final, sea cual sea el régimen, sea cual sea la forma de gobierno, los que detentan el poder serán siempre los mismos.
Como toda obra literaria que se precie, El gatopardo de Lampedusa tenía (y también este audiovisual, que la sigue bastante de cerca) varias líneas narrativas, todas las cuales irán entrecruzándose: la principal, por supuesto, será la relación del príncipe con los nuevos aires que traen desde el continente los ejércitos garibaldinos, pero también, y muy en primera línea, el enamoramiento de Concetta hacia su primo Tancredi, y la traición de éste (cuando todos dan por hecho de que ambos se casarían) al elegir a la bella Angelica para contraer matrimonio; la relación del exquisito Salina con el muy ordinario Don Calogero (en buena medida el arquetipo del arribista que, en aquel río revuelto del cambio de régimen, supo arrimar el ascua a su sardina y colocarse inmejorablemente para beneficiarse del poder) será otra de las tramas alternativamente paralelas y perpendiculares, una relación marcada por el desprecio del noble hacia el plebeyo, al que considera (con toda razón...) un “parvenu”, un advenedizo, pero también por la exacerbada envidia del segundo hacia el primero, que en su fuero interno lo que quiere ser es “el príncipe en lugar del príncipe”.
Estamos entonces ante una disección elegante de la decadencia de la aristocracia que gobernó Sicilia, e Italia, durante siglos. Aunque, evidentemente, le falta la profundidad dramática de la versión de Visconti, deja ver con sutileza que el tiempo de la nobleza como clase dominante tocaba a su fin, en un mundo que se aprestaba a cambiar radicalmente, al menos en los contrapesos del poder.
Formalmente la miniserie es irreprochable, con una suntuosa ambientación en palacios de la época, habiéndose grabado en escenarios naturales y arquitectónicos de Palermo, Siracusa y Catania; también se puede afirmar que está muy cuidada en apartados tales como el vestuario, la peluquería y el atrezzo. Las escenas de combate entre los garibaldinos y los soldados del antiguo régimen están rodadas con solvencia, sin que se aprecie ese tono un poco acartonado de estas secuencias cuando no están realizadas convincentemente. Es cierto que a ratos resulta un tanto elemental, especialmente en los primeros capítulos, en los que aparece cierto gusto por el subrayado y la enfatización, con frecuentes contrapicados del príncipe como para confirmar (sin que sea necesaria) su posición preeminente en la sociedad siciliana de la época.
Con un bonito envoltorio formal, articulado a través de la preciosista fotografía de Nicolai Brüel, y de una hermosa música, adecuadamente lánguida y un punto sensual, con tonos clásicos, a veces incluso barroquizantes, obra del veterano Paolo Buonvino, un poco en la línea de la famosa banda sonora que compuso Nino Rota para la peli de Visconti, la miniserie El gatopardo nos parece un producto digno, cuyo mayor mérito está en actualizar, sin traicionarla, la historia de Giovanni Tomasi di Lampedusa, contando razonablemente bien una historia ciertamente inmortal.
A veces Kim Rossi Stuart puede parecer un Gatopardo excesivo, alejado del que compuso en la versión viscontiana Burt Lancaster, cuyo príncipe era más elegante, más aristocrático, a pesar de lo cual nos parece que el italiano hace un trabajo interesante, consiguiendo representar adecuadamente este personaje que lo fue todo, pero al que le tocó en suerte ser el último eslabón de los de su estirpe al mando de su tierra. Como curiosidad, Rossi Stuart tiene aquí un parecido más que razonable con Hugo Silva, y Saul Nanni, que interpreta a Tancredi, lo vemos bastante semejante al Gael García Bernal de hace veinte años.
(29-04-2025)