Es relativamente frecuente que uno o varios productos de éxito inspiren, o generen, otros productos que beben en sus temas o en sus estilos. En el tan de moda fenómeno de las series se está viendo cada vez más. En esta Hache, por ejemplo, hay varias influencias (por llamarlo de alguna manera) que nos parecen evidentes, como el sexo sadomaso “light” de la serie literaria y cinematográfica iniciada por la novela y la película Cincuenta sombras de Grey, esa que algún crítico describió, con fortuna, como “porno para mamás”. Secundariamente, hay resabios de series de narcotraficantes y la habitual brutalidad que, “velis nolis”, toda franquicia que hable de ellos tiene que contener hoy día... No sería ocioso citar algunos ejemplos recientes, tanto en el mercado internacional, con el exitoso Narcos, como en el nacional, con el también triunfante (a nuestra escala) Fariña. También podría citarse como referencia (si bien es una serie bastante anterior a las mencionadas) el serial La reina del sur, sobre textos de Arturo Pérez-Reverte, en la que una mujer de extracción humilde, como aquí, termina liderando un imperio de la droga.
La acción se desarrolla en la Barcelona de comienzos de la década de los sesenta del siglo XX. En ese contexto conocemos a Helena, una mujer de clase social baja que se dedica la prostitución y a sisar carteras para mantener a su hija de corta edad e intentar sacar de la prisión a su marido, encarcelado por el régimen franquista por asuntos políticos. Huyendo de un hombre al que le acaba de robar la cartera, entra en el club Albatros, un exclusivo local de ocio nocturno regentado por Malpica, quien dirige la rama catalana del narcotráfico de heroína, en botes que marca con una “hache”, misma letra con la que llamará a Helena, a la que quiere hacer suya a toda costa, y a la que, de hecho, marcará literalmente a fuego con la M de su apellido. La mujer, viendo la oportunidad de conseguir dinero para sacar a su hombre de prisión, accede a ser su amante, pero pronto se da cuenta de que, jugando sus cartas con astucia, podría llegar a bastante más que ser la concubina de turno del narco...
Tiene Hache el problema de que se le notan las costuras: es el típico producto de laboratorio en el que se van añadiendo los ingredientes que generalmente consiguen el éxito en las series y películas de gran calado comercial: sexo (caliente pero no demasiado, para no espantar a las familias...), intriga, traición, violencia brutal, acción... Pero lo malo es que, aparte de esa cualidad de historia alambicada, obtenida a través de esas dosis calculadas para intentar dar con la fórmula magistral del éxito, se le notan demasiado los parecidos a otras series, como las citadas en párrafo anterior. Además, como si no hubiera serie de éxito que no tuviera que entrar por ese aro, en cuanto a la forma, en Hache se ha optado por la al parecer inevitable cámara en mano, nerviosa y artificialmente movida para que veamos qué “modelno” es el equipo de realización, sin que ese recurso cinematográfico esté justificado por nada. Ítem más, se opta por la truculencia en todo: en el sexo, buscando epatar (siempre de forma descafeinada, insistimos), y, sobre todo, en la violencia, donde todo tiene que rezumar una brutalidad desaforada, gratuita, que suena a impostada, a falsa. Históricamente también nos parece que yerra: la heroína, a principios de los años sesenta, en la aherrojada España de Franco, tenía una incidencia próxima a cero; ni siquiera en la ya bastante cosmopolita Barcelona existía mercado como para que hubiera tráfico de esa sustancia a los niveles masivos que justificarían la existencia de todo un capomafia como Malpica.
Verónica Fernández, la creadora de la serie, tiene tras de sí una ya larga relación de créditos como guionista en seriales de éxito, de todo tipo y jaez, desde culebrones familiares y nostálgicos como Cuéntame cómo pasó a franquicias de temática médica, como Hospital Central, o evanescentes dramedias, como Velvet Colección. Queremos decir que es, evidentemente, una todoterreno, pero da la impresión de que aquí ha ido con toda la intención de aplicar una supuesta fórmula química que hipotéticamente garantizaría el éxito; como suele ocurrir en estos casos en los que el cálculo sustituye al talento y a la creatividad, el resultado ha sido artísticamente negativo.
Lo cual no obsta para que los datos de audiencia de Hache en su pase a través de Netflix, que es quien la distribuye mundialmente, hayan sido lo suficientemente buenos como para que la poderosa empresa audiovisual norteamericana haya firmado ya la renovación de la segunda temporada, tras la primera tanda de 8 episodios hasta ahora emitida. El cierre de esa temporada, en punta, como es habitual en estos casos (aunque ese “cliffhanger” ha sido ejecutado aquí con una evidente falta de fuerza, todo hay que decirlo), permitiría esa segunda etapa que, esperemos, mejore con respecto a la primera serie de capítulos.
A Adriana Ugarte, como siempre, se la ve muy implicada. Es una actriz a la que es difícil ver con el piloto automático, la vemos siempre muy entregada a sus roles, si bien este era lo suficientemente tópico (la chica del arroyo que se prostituye para alimentar a su hija y sacar de la cárcel a su pobre marido, cuántas veces hemos visto ese cliché...) como para que le cueste trabajo sacarlo adelante de forma convincente. Javier Rey, a nuestro entender, es un error de casting: el personaje de Malpica debería tener una fuerza (no física, claro, sino mental) de la que el por lo demás buen actor gallego carece, debería inspirar un temor insuperable que ni de lejos consigue. Del resto del reparto destacaríamos la presencia de una Ingrid Rubio a la que hacía tiempo que no veíamos en una producción relevante, aquí en un personaje secundario sin demasiado brillo. Eduardo Noriega, otra de las (escasas) estrellas de la serie (él, Ugarte y Rey), deambula por la serie sin tener demasiado claro cuál es su personaje, una mezcla más bien indigesta de tantos detectives como en el cine y la televisión han sido: “con pasado”, recto pero pronto a auxiliar al compañero incluso saltándose la ley... y encima de todo, con un sombrerito horrible que el equipo de vestuario ha debido de comprar en el chino de la esquina...