Las Islas Canarias no suelen ser, desafortunadamente, localización de series o películas policíacas. Decimos desafortunadamente porque parece obvio que la orografía, los paisajes, pero también los paisanajes de las islas españolas del Atlántico son muy atractivas y podrían acoger intrigas estimulantes. En los últimos tiempos, si no nos falla la memoria, se ha rodado allí La niebla y la doncella (2017), adaptación tirando a mediocre de una de las novelas de Lorenzo Silva incursas en el llamado Ciclo de Vila y Chamorro, su peculiar pareja de guardias civiles. También esta serie, Hierro, se ambienta en la isla homónima, más conocida como El Hierro, la más occidental y meridional de las también conocidas, al menos desde una perspectiva turística, como Islas Afortunadas. La concepción de la serie fue un tanto accidentada: en principio planteada por la productora Portocabo para el grupo Atresmedia, finalmente el conglomerado empresarial de la familia Lara se descolgó del proyecto, pareciendo que este se terminaba ahí, pero finalmente la productora llegó a un acuerdo con Movistar+ para producirla, en comandita con la francesa Atlantique Productions y ARTE.
La acción se desarrolla en nuestros días, en la isla de El Hierro, donde aparece el cadáver sumergido de un muchacho, Fran, el mismo día en el que se iba a casar con su novia, Pilar, a su vez hija del prohombre de la isla, Díaz, un empresario con oscuros negocios. Será el primer caso que tendrá que afrontar la jueza Candela Montes, destinada a la isla al parecer por problemas con sus superiores. La jueza tiene un hijo con una incapacidad intelectual y física severa. Candela pronto se dará cuenta de que la isla es un lugar especialmente complicado para ejercer su profesión...
Hierro plantea una intriga en un universo cerrado, no solo por la insularidad de la isla, sino también por el carácter de los lugareños, a los que el aislamiento con el resto del archipiélago, y no digamos con la península, ha dotado de un carácter muy particular, muy apegado al terruño y a las viejas tradiciones, que alcanzan el grado de ley. La jueza, mujer de trato más bien difícil y a la que la vida no ha tratado precisamente bien, tendrá que intentar no solo desenmarañar la verdad del asesinato, sino también hacerlo contra la opinión de la gente, que la ve como una intrusa que nada sabe de la isla y que procura torpedear solapadamente su labor.
La trama se enriquece con otros elementos: aunque su eje central pivota en torno al asesinato y al presunto culpable, habrá otras historias que confluyen, desde las relaciones de Díaz con una siniestra mafiosa que domina el tráfico ilegal de sustancias en las Canarias, hasta la tragedia de uno de los miembros de la Guardia Civil al servicio de la jueza, que provocará un fuerte impacto emocional en la alta funcionaria, con derivaciones de autoculpabilidad que adensan la trama y la hacen a ratos más dramática que policíaca. Es cierto que, como casi es inevitable en este tipo de miniseries, los capítulos terminan con frecuencia en aparatosos “cliffhangers” que resultan ser falsos, pero es evidente que ese tipo de trucos son necesarios en estas intrigas por entregas para mantener la expectación del espectador y predisponerle a ver el siguiente capítulo.
Los creadores, Pepe Coira y Alfonso Blanco, consiguen un producto solvente, argumentalmente bien construido y dirigido sólidamente por Jorge Coira, en el que los paisajes agrestes de la isla son un personaje más de la historia, la de una profesional de la administración de Justicia, pero también una mujer, que habrá de enfrentarse a sus fantasmas personales en un lugar de constreñidas dimensiones, donde el mar impone una frontera invisible de donde no es posible escapar si no es con medios náuticos. A la manera del clásico de Cortázar, la jueza también estará encerrada con un solo juguete, aunque este sea múltiple, aunque este, como la famosa hidra, tenga varias cabezas.
Interesante thriller insular, entonces, esta Hierro, con una Candela Peña que, es evidente, lleva sobre sus hombros toda la serie, en un rol que ella dota de credibilidad, de carne y sangre, haciéndola humana. Del resto nos quedamos con un Darío Grandinetti que últimamente parece haberle pillado el gusto a los villanos, aunque, como en este caso, sean villanos ambiguos, ambivalentes. Peor vemos a Antonia San Juan, muy pasada de rosca en su papel de “capo” de la mafia canaria.
Cuando se escriben estas líneas se sabe que la serie ha renovado para una segunda temporada, por lo que seguiremos teniendo noticias de esta jueza cuyo nombre de pila coincide, ¡oh, prodigio!, con el de la actriz que la encarna...