Enrique Colmena
La noticia ha corrido como la pólvora en los ambientes cinéfilos: Alta Films, la distribuidora de referencia en España en cuanto a cine independiente y de autor, va a cesar en su actividad próximamente, acuciada por la crisis en general y por la del cine en particular.
Se trata de una pésima noticia para los cinéfilos, pues Alta Films no sólo distribuía buen cine en toda España, sino que además producía películas y también tenía un amplio circuito de exhibición en salas en buena parte de nuestro país, siempre en el ámbito del cine de interés cultural. La producción también se verá afectada por este cese de actividades, y la exhibición se verá reducida (al menos por ahora) a la mínima expresión de los cines Princesa y Renoir en Madrid, cuando llegó a alcanzar casi las doscientas pantallas en todo el territorio nacional. La historia de Alta, además, data de los tiempos de la Transición, allá por los años setenta, cuando el buen cine que distribuía contribuyó poderosamente, junto a otras empresas de la época (como Musidora, de los cines Alphaville, o X Films, que a pesar del nombre nada tenía que ver con el cine porno), a una puesta al día del ciudadano español, por aquel entonces con décadas de atraso en cuanto a la cultura en general y el cine en particular.
El caso es aún más llamativo por cuanto el propietario y
alma mater de Alta es Enrique González Macho, un histórico del cine en España y, para más inri, actual presidente de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de España, el más importante cargo de una entidad audiovisual no perteneciente a las administraciones públicas.
González Macho ha responsabilizado del cierre (o, al menos, de la fortísima reducción de su actividad) del complejo de empresas que giran bajo la denominación de Alta a varios factores, desde el desinterés que la actual RTVE (ente que engloba, entre otras empresas, a los canales de la televisión pública estatal) muestra por el cine de autor, con la consecuente falta de adquisición de sus productos para emitirlos a través de las cadenas nacionales (La 1 y, sobre todo, La 2, especializada en cultura), al hundimiento del mercado del DVD, actualmente en la más absoluta indigencia, pasando por el fenómeno de las descargas piratas en Internet y el fortísimo incremento del IVA en las entradas, hasta el 21%, sin olvidar el progresivo desinterés que buena parte de la ciudadanía muestra hacia el cine en salas.
Tiene razón el presidente de la Academia en todos sus argumentos, pero lamentablemente no habla de la que podría ser la salvación, o al menos el alivio de tan traumático problema: hoy existen productos y servicios de todo tipo en la sociedad bajo los parámetros que hemos dado en llamar “low cost”, desde las aerolíneas hasta los restaurantes, pasando hasta por los gimnasios. Las marcas blancas en los hipermercados barren sobre las marcas de prestigio. Entonces, ¿por qué el cine se empeña en mantener precios de la época de las vacas gordas? Tengo escrito (y no pretendo ser original), precisamente en CRITICALIA, en el artículo titulado
Cines en España: nueva política de precios o muerte inminente, allá en vísperas de la primavera del año 2012, que los cines estaban abocados a un cierre aceleradamente progresivo si no se tomaban medidas en cuanto a los precios, y me da tela de coraje tener razón: por de pronto, de las casi 200 salas que tenía Alta en toda España, la cifra se va a ver reducida a unas 20, todas en Madrid, y no está claro que aguanten mucho, por lo que ha dicho el propio González Macho.
Entonces, si el conglomerado empresarial más pujante cuyo negocio giraba en torno al cine independiente y de autor está en crisis y en puertas de echar el cierre total, ¿qué quedará, cuando una tras otra vayan cayendo las otras empresas más endebles de ese mismo ámbito? El cine de las multinacionales, el cine palomitero, los productos de acción espectacular, en los que la infografía se come al guión e incluso al Cine (con mayúsculas, of course): se va entonces a una banalización, a un empobrecimiento cultural, a una estandarización; cine como
best-sellers, sin personalidad, todos los filmes cortados por el mismo patrón, reventar la taquillas y atrofiar las mentes de los espectadores: planazo.
Y todo porque aquí nadie se plantea, ni de lejos, que la gente sigue teniendo ganas de cine, de gran cine, en buenas salas, con grandes pantallas y sonido estereofónico, Dolby y lo que se tercie, pero no a pagarlo a precio de caviar. El “low cost” es tan viejo como Henry Ford, el creador de la marca de coches que aún lleva su apellido, cuando a principios del siglo XX vio con la claridad de un visionario que era mejor vender 100 vehículos (concretamente del Ford-T, el popular modelo “Lissie”) a 10 dólares que no vender 10 coches a 100 dólares. La rentabilidad sería la misma, pero lo que no es lo mismo es el efecto propagandístico de tener miles, millones de coches de un modelo concreto circulando por todas las calles y carreteras de los USA. No le debió ir mal a este Ford, porque más de cien años después sigue vendiendo automóviles como si tal cosa.
Vamos a ver, ¿por qué se mantiene el mismo precio de lunes a jueves que de viernes a domingo, cuando en los mentados días laborables la asistencia al cine es mínima? Y no me hablen del Día del Espectador, cuando las entradas bajan (¡oh!) 1 euro sobre su precio habitual, que se mueve en la horquilla entre los 7 y los 9,50 euros, al menos en las grandes capitales de España. ¿Por qué no se opta, entre lunes y jueves, por una entrada de precio superreducido, por ejemplo 2 euros? Seguro, segurísimo que habría mucha más afluencia que la que hay ahora: será fácil, porque ahora prácticamente no hay ninguna…
Tenemos la experiencia de la anual Fiesta del Cine, en la que, durante un fin de semana, todos los que van al cine tienen acceso a un bono que les permite asistir a todas las proyecciones que quieran de los tres primeros días de la semana siguiente, a un precio superreducido similar al que comentamos; y todos los años es un éxito. Entonces, ¿de qué estamos hablando? Otro ejemplo: en el Sevilla Festival de Cine Europeo, que se celebra anualmente en otoño, los estudiantes, pero también los espectadores que no lo son, tienen acceso a bonos que les permiten ver una buena cantidad de películas a precios muy, muy competitivos; resultado: los cines están llenos.
Que Alta Films cierre sus puertas, o que su actividad disminuya hasta hacerla irrelevante es una pésima noticia para la cinefilia española. Que el negocio de distribución y exhibición cinematográfica en España no se dé cuenta de cuál es, realmente, el problema por el que cierra (y por el que cerrarán en el futuro otras empresas similares) es casi más grave: si no sabes qué va mal en tu negocio, ¿cómo vas a poner los medios para remediarlo?
Pie de foto: Enrique González Macho, presidente de la Academia de Cine de España, durante la ceremonia de entrega de los Premios Goya 2013