Enrique Colmena

El estreno de Cry Macho, la última película dirigida, producida e interpretada por Clint Eastwood, nos permite comentar un fenómeno que nos parece relativamente nuevo, el de los cineastas provectos, con ochenta años o más, que siguen haciendo cine, algo que hasta el comienzo de este siglo XXI era realmente infrecuente. En Hollywood, pero también en el resto del mundo occidental, en llegando a la octava década de vida, en el manriqueño arrabal de senectud, pareciera que los directores ya perdían los papeles, los libros y todo cuanto de talento atesoraban, y normalmente ya no volvían a dirigir.

Es cierto que había, y hay, una poderosa aunque muy prosaica razón. La creación en otros campos artísticos no requiere, en general, de costosas inversiones: por ejemplo, a un escritor le basta un lápiz, una pluma o un bolígrafo (o ahora un ordenador personal, que tampoco es un gasto suntuario) y una resma de papel. Así, gloriosos octogenarios como Dámaso, Ayala, Cela, Borges, Aleixandre, Caballero Bonald, entre otros, siguieron publicando su obra literaria más allá de los 80 años sin mayor problema. Ítem más: el pintor solo requiere pincel, pigmentos y una superficie sobre la que crear; así, Picasso, Dalí o Miró, entre otros muchos, prolongaron su vida artística más allá de los ochenta años.

Por el contrario, la creación cinematográfica es mucho más onerosa: cualquier película, por poco que cueste, ha de contar con un presupuesto de una entidad nunca despreciable, como mínimo una pequeña fortuna, y, lo que quizá sea más importante en términos económicos, ha de intentar asegurarse un retorno de taquilla estimable para amortizar la inversión y reportar a los productores un lícito beneficio. Eso en una industria como la yanqui suponía que, a partir de cierta edad, los productores recelaran que los directores provectos se les pudieran morir en pleno rodaje, con lo que ello supondría en cuanto a inversión fallida, etcétera. Esa fue una de las razones por las que David Lean, por ejemplo, se quedó sin rodar su ansiado proyecto Nostromo, sobre la novela homónima de Joseph Conrad, cuando el cineasta inglés ya había alcanzado los 80 “tacos”.

Para evitar ese riesgo, se inventaron algunas fórmulas, como la de contratar un seguro de vida para el cineasta talludito, aunque las primas a pagar eran tan altas que no salía a cuenta, o más frecuentemente las aseguradoras se negaban a formalizar esos contratos por miedo a que el anciano director falleciera y tuvieran que abonar la muy elevada indemnización pactada. Otro sistema fue el establecimiento de la fórmula del “director suplente”, contratar a un cineasta de menor notoriedad (y menor salario, claro), para tenerlo de repuesto por si el titular sufría un estropicio de salud insalvable, pero ese sistema tampoco pareció convencer a nadie, al tener la productora que tener a sueldo a una persona solo para una sustitución, con el incremento de presupuesto que ello suponía.

Pero llegó el siglo XXI y con él también la evidencia de que la longevidad de la población, en general, se dilataba apreciablemente, y por ende también, lógicamente, la de los directores, al fin y al cabo tan de carne y hueso como cualquiera de nosotros; longevidad que además se adornaba con el razonable mantenimiento de la forma física y de la indispensable cabeza despejada, fundamental para la creación artística. Y, piano piano, ese techo de cristal de los 80 años empezó a romperse, y a día de hoy es posible espigar un ramillete de cineastas de relieve que, superada esa barrera, siguen haciendo cine.

En este primer capítulo del díptico que estamos desarrollando sobre este tema veremos, como siempre sin vocación de exhaustividad, aquellos directores ya octogenarios o incluso nonagenarios que, vivos cuando se escriben estas líneas, siguen dirigiendo cine en plenas facultades creativas. En un segundo segmento de este dúo de artículos veremos dos realidades que divergen en las circunstancias, pero no en el fondo: así, revisaremos los cineastas vivos, octogenarios o nonagenarios, que ya no hacen cine, pero que sobrepasaron los 80 “tacos” en plena facultad creadora, aunque después ya pararan en su actividad artística; y también veremos aquellos otros directores ya difuntos pero que llegaron a hacer cine con la cualidad de octogenarios, nonagenarios y hasta un centenario.


Vivitos y coleando... y creando

Eastwood es uno de los más longevos directores actuales, y como hemos comentado en el primer párrafo, sigue dirigiendo (y produciendo, y actuando...): nacido en 1930, al año siguiente del Crack del 29 (que ya ha llovido…), sin embargo ahí está el californiano, a sus 91 tacos, rodando prácticamente una película por año; es cierto que físicamente lo hemos visto en Cry Macho ya un tanto desmejorado, pero aún así ha sido capaz de poner en escena, producir y protagonizar su película trigésimo novena como director, de las que ocho títulos los ha hecho con más de 80 años.

Nuestro Carlos Saura es un caso no demasiado lejano al del maestro de San Francisco. Nacido a principios de 1932, frisando ya por tanto los 90 años, el cineasta aragonés tiene listo para su estreno El rey de todo el mundo, una nueva aportación al musical, o por mejor decir, a su peculiar manera de entender el musical, género en el que en cierta manera se ha especializado desde hace ya bastantes años, en este caso sobre el rico folklore mexicano. Pero es que tiene ya dos nuevos proyectos en marcha, uno en pre-producción y otro anunciado...

Roman Polanski es otro ilustre provecto que sigue haciendo cine, a pesar de que tiene ya 88 “tacos”. La última película del cineasta polaco (sin embargo nacido en Francia, que finalmente ha terminado por ser su patria verdadera) hasta ahora era su poderosa versión sobre el famoso “affaire Dreyfuss”, El oficial y el espía (2019), pero ya tiene nueva peli en pre-producción, con el título The Palace, así que el director de Chinatown parece tener cuerda para rato.

Gonzalo Suárez, el exquisito cineasta y escritor asturiano, que tiene en la actualidad 87 años, sufrió un parón en su carrera tras realizar Oviedo Express (2007); pero cuando parecía que ese iba a ser su testamento cinematográfico, hace poco volvió al cine con su mediometraje El sueño de Malinche (2019), una curiosa narración lírica sobre la estancia de Hernán Cortés en México, casi una elegía indígena contada con dibujos y pinturas, evocadora música y narración en off. Pero es que, quizá habiéndole cogido el gusto a contar historias con dibujos, este año ha rodado el corto Alas de tinieblas (2021), con la misma técnica pictórica utilizada en el mediometraje mencionado.

Woody Allen, que actualmente ha cumplido ya los 86 años, es quizá el mejor exponente de que llegar a octogenario, en Estados Unidos, ya no es un hándicap para seguir haciendo cine. Es cierto que sus películas no son caras, y que tiene un amplísimo corro de admiradores (también entre los productores independientes, a ambos lados del Atlántico, casi más a este lado que al otro...), lo que facilita que prácticamente todos los años, en llegando el otoño, el último Woody aparezca en nuestras pantallas; este año, por cierto, no sucederá, pero sí tiene ya nuevo proyecto en fase de pre-producción, al parecer para ser rodado en París.

Ridley Scott es otro de los ilustres octogenarios que siguen a pleno rendimiento. Cuando se cumplen estas líneas el cineasta inglés está ya próximo a cumplir los 84 “tacos”, y tiene dos films listos para su próximo estreno: El último duelo, que entrará en cartelera en España a finales de este mes de Octubre, y La casa Gucci, sobre la famosa firma de diseño, que lo hará en el siguiente mes, en Noviembre. Pero es que además tiene anunciadas como director otras cuatro películas a desarrollar en los próximos años, y encima de todo, en su faceta de productor en este 2021 ha actuado como  “executive producer” en cuatro proyectos ya terminados y tiene en cartera, a través de su productora Scott Free Productions, otros 18 títulos, entre series, vídeos, largometrajes de ficción... en diversas fases, desde la post-producción al mero anuncio. Vamos, que para el gran Ridley, al que le agradeceremos siempre, entre otras cosas, habernos dado esas dos maravillas fílmicas que son Alien (1979) y Blade Runner (1982), no se ha hecho aquello de que a su edad se está para “sopitas y buen vino”...

De su misma edad, ya frisando los 84 años, es el francés Claude Lelouch, quien con esos “tacos” sigue al pie del cañón. Lelouch tiene un lugar de honor en la Historia del Cine por la mítica Un hombre y una mujer (1966), un film desaforadamente romántico que creó escuela, y de la que el cineasta galo hizo dos continuaciones que nos presentaron a sus protagonistas dos décadas más tarde, en Un hombre y una mujer: 20 años después (1986), y tres décadas largas más tarde, en Los años más bellos de una vida (2019), conformando un tríptico que, dados los 53 años transcurridos entre el primer y el último capítulo del mismo, ciertamente es más una mirada sobre el terrible deterioro físico del ser humano que sobre el amor. Pero es que después de ese último film de la trilogía, Lelouch ha rodado ya otras tres pelis, siendo la última L’amour c’est mieux que la vie, en este mismo año 2021, confirmando con ello que mantiene intacta su capacidad creativa.

Francis Ford Coppola es un caso peculiar y desde luego distinto del resto de los cineastas comentados. Cuando se escriben estas líneas ha cumplido ya los 82 años, y es cierto que desde que rodó el film de encargo Legítima defensa (1997) ha pasado ya casi un cuarto de siglo. Desde entonces, como el francotirador que, en el fondo, siempre fue, ha hecho algunos films esporádicos, casi siempre con un punto estrafalario (Tetro, El hombre sin edad) o de corte marcadamente experimental (Distant Vision, proyecto que se reputa “cine en vivo” a través de la UCLA), harto seguramente de los problemas que le acuciaron en Hollywood y que le llevaron a arruinarse dos o tres veces, hasta recalar en el universo bastante más tranquilo de los viñedos y las bodegas. Pero para 2022 tiene anunciado el rodaje de su nuevo proyecto, Megalopolis, que supondría su vuelta a la superproducción cinematográfica bajo los estándares de Hollywood.

Brian de Palma tiene en estos momentos 81 años y no se puede decir que esté en su mejor época, tanto por la discutible calidad de sus productos (su última película, Domino, fue acogida más bien con rechifla) como por la dificultad para acceder a nuevos rodajes, mayormente por los fracasos que ha ido encadenando en los últimos tiempos. Pero aún así, el cineasta de films tan conocidos como Carrie, Vestida para matar o Atrapado por su pasado tiene en cartera dos nuevos títulos, uno en pre-producción y otro anunciado. Así que otro ilustre octogenario que sigue al pie del cañón...


Ilustración: Una imagen de Clint Eastwood, Eduardo Minett y uno de los 11 gallos utilizados en el rodaje de Cry Macho (2011).

Próximo capítulo: Arrabal de senectud: cuando lo imposible es probable (y II). Directores que hicieron cine siendo ya (al menos) octogenarios