Enrique Colmena

Resulta realmente sorprendente que un cineasta tan exquisito, críptico, intelectual e izquierdista como Carlos Saura, impenitente luchador antifranquista, contra cuyo régimen concibió y realizó la primera parte de su filmografía, una vez desaparecido el dictador no haya vuelto a encontrar su sitio o su tema. Curiosamente, lo más que se aproxima a ello es su inesperada afición por el género musical, muy a su estilo, impregnado casi siempre de raíces flamencas un tanto imprevistas en un aragonés como él, además del Alto Aragón, ya casi en la frontera con Francia.
Saura, nacido hace setenta años, empezó a hacer cine con un largometraje de carácter neorrealista, "Los golfos", sobre una pandilla de chicos del lumpen de los años sesenta; su siguiente título, "Llanto por un bandido", era una aproximación intelectual al tema de los bandoleros, sin mucho éxito. Pero con "La caza" consigue llamar la atención, un cine seco, desgarrado, que tocaba ya de forma críptica el tema recurrente de la Guerra Civil Española; a partir de ahí su cine se torna cada vez más ininteligible, buscando burlar a la Censura, que ya le tenía puestos los puntos; títulos como ""Peppermint Frappé", "La madriguera", "El jardín de las delicias" y "Ana y los lobos" le aupan a la cima de los cineastas españoles con cosas que decir; su cine es premiado fuera y dentro de España, aunque el régimen de Franco lo mira con aprensión; sin embargo, esos galardones son bien recibidos por las autoridades autárquicas y además les ofrecen una apariencia de "tolerancia" para con el arte y los artistas. La cima de esta etapa es, sin duda, "La prima Angélica", tan extraña y simbólica como interesante estilísticamente, con rupturas espacio-temporales en las que Saura ya había experimentado anteriormente, aunque con menor fortuna.
"Cría cuervos" es su película de transición, un filme "con niña", aunque muy alejado de los estereotipos y tópicos del género; a partir de ahí, desde 1977, Saura busca nuevos caminos, una vez que ya no hay censura que burlar, que Franco reposa bajo cinco toneladas en el Valle de los Caídos y que los temas y las cuestiones que importan a los españoles ya no son los de una década antes. Ese camino de búsqueda está jalonado de títulos como "Elisa, vida mía", sobre la identidad y las relaciones intergeneracionales; "Los ojos vendados", sobre la represión y la tortura; "Mamá cumple 100 años", regreso al universo de "Ana y los lobos"; y "Deprisa, deprisa", incursión muy personal en el subgénero de los "perros callejeros" o delincuentes lumpen, que entronca temáticamente con su primer largo, "Los golfos".
En 1981 hace su primer filme musical, la versión al cine del ballet de Antonio Gades "Bodas de sangre", sobre el clásico lorquiano de amor y muerte. Pero del cine musical sauriano hablaremos en conjunto más adelante, al final de este artículo. Al margen de ese cine bailable, el cine dramático de Saura sigue titubeante, tocando distintos "palos" sin definirse por ninguno en concreto. Así, vuelve a su anterior universo críptico en "Dulces horas", muy endeble, para después saltar el charco y hacer en México "Antonieta", de época y aun más floja que la anterior. "Los zancos", sobre el amor platónico en la vejez, tampoco es para tirar cohetes. Su gran apuesta de los años ochenta, "El Dorado", resulta ser un aparatoso cruce entre Leyenda Negra y superproducción de andar por casa. Con "La noche oscura" explota el terreno lírico y simbólico que le inspira la figura y la poesía de San Juan de la Cruz. "¡Ay, Carmela!" supone una de sus escasas incursiones en la comedia, bien que trufada enseguida de tragedia, retomando el tema recurrente de la Guerra Civil, ahora mucho más a las claras que en su época de antifranquismo militante. Con "Dispara" se apunta al cine de venganza, con chica violada por grupo que se tomara la justicia por su mano. "Taxi" es aún más maniquea y elemental (¡Saura elemental, increíble!), con malos muy malos y buenos (negros, mujeres, homosexuales, yonkis) muy buenos...
"Pajarico" es un filme nostálgico y no veladamente autobiográfico, y "Goya en Burdeos", su personal mirada sobre su paisano el pintor, casi testamento cinematográfico del gran Paco Rabal. "Buñuel y la Mesa del Rey Salomón" es un experimento sobre la aventura intelectual, la generación del 27, el talmud, la cábala y otros elementos, un filme hermético y hermoso.
Como se ve, sus películas "dramáticas", para distinguirlas de las "musicales", han buscado muy distintos caminos, y ciertamente que, salvo algunos casos aislados, esas búsquedas han sido infructuosas.
Pero, sin embargo, en el musical, la coherencia y la homogeneidad temática, estética y estilística es la nota fundamental. Desde la citada "Bodas de sangre", paseo por el universo de pasión y muerte de Lorca, con coreografía del maestro Antonio Gades y luz de Teo Escamilla, Saura ha compuesto una congruente filmografía sobre la música y el cine. "Carmen", en 1983, y "El amor brujo", en el 86, completan lo que se puede denominar la Trilogía Saura-Gades, indagación sobre el ballet flamenco, con temas y mitos rigurosamente andaluces y la fotografía, en todos los casos, del también andaluz, y sevillano por más señas, Teo Escamilla, que dotaría a estos tres filmes de una luz clara, de unos tonos rojos que confirman la pasión como tema de los tres, de un colorido limpio y sin mezclas.
Seis años después de terminar esta trilogía, y a la vista de que Saura no termina de encontrar su tono "dramático", vuelve al musical con "Sevillanas", que resulta ser una nueva incursión en el flamenco, pero ahora no desde la perspectiva del ballet sino del baile individual o por parejas, sin una coreografía de grupo en sentido estricto. La fotografía la pone José Luis Alcaine, en un tono brillante y hermoso que confirma que a Saura, en el baile, no le interesa la oscuridad sino la luz. Esa impresión se confirmará en su siguiente filme, con el que "Sevillanas" compone un díptico de flamenco sin ballet. Ese segundo filme es "Flamenco", donde ahondará en los temas e innovaciones formales de lo jondo, y donde por primera vez colabora con Vittorio Storaro como operador; el director de fotografía italiano aportará una visión aún más límpida, más luminosa a los bailes y cantes puestos en escena por Saura, una luz brillante y ampulosa, un juego de luces espléndido que resalta con manierismo las bellezas de cante, baile y toque flamencos.
Tres años después, en 1998, Saura cruza de nuevo el charco, esta vez para rodar un musical. Es en Argentina, y su título, "Tango", lo dice todo; los números musicales son bellísimos, pero la molesta y superficial trama entre amorosa y vindicativa que la estorba hace naufragar un empeño hermoso, de nuevo con la luz tonante de Storaro. Su última incursión en el musical es, por ahora, "Salomé", en la que Saura se abre a otras influencias no estrictamente flamencas, con Aida Gómez como protagonista absoluta y el tema bíblico de la hijastra de Herodes y su pasión frustrada por el Bautista como "leit motiv". Tras la etapa Storaro, ahora es José Luis López Linares el que da luz al filme, aunque de forma no muy lejana a la del maestro italiano, y que es, está claro, la que le gusta a Saura: colores limpios, sin mezcla, luz a raudales, con clara separación de las sombras, y de nuevo con el rojo como símbolo cromático de la pasión.
Así que el exquisito, el intelectual, el artista comprometido, ha resultado ser nuestro mejor director de musicales: cosas veredes...