Concluimos con este capítulo tanto el apartado específico que hemos desarrollado en las dos últimas entregas sobre el cine de animación, como el genérico que, durante un total de diez artículos, hemos dedicado al cinema de producción euskaldún que se ha rodado desde el advenimiento de la democracia en España.
Esta última entrega, como anunciábamos en la anterior, la vamos a dedicar a las principales productoras vascas dedicadas fundamentalmente (alguna de ellas incluso monográficamente) a la animación, que sintetizamos en tres empresas, con la particularidad de que, en ocasiones, han aunado esfuerzos para determinadas películas. Haremos excepción de aquellas películas que ya hemos comentado en el anterior capítulo, dedicado a “los nombres propios”, para no repetir títulos, y teniendo en cuenta que en esos casos queríamos hacer hincapié en determinados realizadores esenciales para entender cabalmente el “cartoon” euskaldún.
Baleuko
Aunque fundada en 1993, esta productora duranguesa no daría el salto al largometraje de dibujos animados hasta finales del siglo XX. Fue con Megasónicos (Megasoniak, 1997), una historia de corte galáctico dirigida por los neófitos Javier González de la Fuente y Juan Martínez, que utilizó la animación digital que solo un par de años antes Pixar había estrenado por primera vez en cine con la primera entrega de Toy Story; seguramente por ello, la calidad del dibujo en 3D dejaba bastante que desear, a pesar de lo cual su carácter de pionera absoluta en ese área le hizo ganar el Goya. Ya a principios del siglo XXI Baleuko produce Betizú entre las estrellas (Betizu izar artean, 2003), de nuevo una historia de corte espacial, que tanto juego suele dar en la animación, aunque en este caso había una intencionalidad de denuncia sobre los manejos de los grandes magnates; con dirección del galdacanés Egoitz Rodríguez Olea, tanto este director como la productora reincidirán dos veces más en historias relacionadas con esta primera, en dos títulos que no se llegaron a distribuir comercialmente en el resto de España, por lo que se conocen solo con sus títulos en euskera, Betizu ta Xangaduko misterioa (2006) y Betizu eta urrezko zintzarria (2007).
En las dos primeras décadas del siglo XXI, Baleuko producirá también otra serie de películas sobre el mítico carbonero, el Olentzero, que ya hemos visto que puede considerarse como el equivalente a Papá Noel en las tierras euskaldunas. El primero de esos títulos, todos ellos realizados mediante animación digital, será Olentzero y el tronco mágico (Olentzero eta Subilaren Lapurreta, 2005), de Juanjo Elordi, ya comentado cuando hablamos de este autor en el anterior capítulo; a raíz de su éxito se harán otros títulos sobre el tema: Olentzero y la hora de los regalos (Olentzero eta oparien ordua, 2008), empeño para el que se alía con la productora Barton Films, con la dirección del renteriano Gorka Sesma y un dibujo digital de no demasiada calidad, y con la inclusión de un villano en la mejor tradición disneyana; Olentzero y el Iratxo (Olentzero eta iratxoen jauntxoa, 2011), ahora con dirección de Gorka Vázquez, vuelve a la aventura más tradicional y con elementos puramente vascos, sin incorporaciones foráneas. La última aportación de Baleuko al mito del carbonero que trae los regalos en navidad será una coproducción con Argentina, con el título El secreto de Amila (Olentezero eta Amilaren sekretua, 2015), con dirección de nuevo de Gorka Vázquez, con temática en principio muy distinta, centrándose en una niña aquejada de la enfermedad conocida como “huesos de cristal”, aunque pronto veremos que el Olentzero tendrá también su importancia en la trama...
En un tono muy distinto, El pez de los deseos (The wish fish, 2012) buscará un mercado más amplio; con dirección de Gorka Vázquez, acompañado para la ocasión por Iván Oneka, era una exótica coproducción con India, a vueltas con las dificultades para las madres de hacer comer a sus hijos comida sana. Pero el film no funcionó, con un dibujo en 3D de movimientos poco naturales y una historia un tanto marciana (nunca mejor dicho, dado que había alienígenas de por medio...).
Abra Prod
Esta productora bilbaína, fundada en 2003 por Joxe Portela, Alberto Gerrikabeitia y Daniel Torres, tiene un ya amplio catálogo de producciones de todo tipo, fundamentalmente ficción real y documentales, pero también algunos “cartoons”. La animación en Abra se caracteriza por poner en imágenes un cine de dibujos animados no estrictamente de temática vasca, sino de corte más universal, casi siempre con un tono marcadamente fantástico, cuando no incluso un tanto macabro.
Así, Abra ha producido dos films de corte infantil pero con un personaje que resulta ser... un muerto viviente. En colaboración con la productora catalana Digital Dreams Films, rueda Papá, soy una zombi (Aita, zombia naiz, 2011), con dirección del donostiarra Ricardo Ramón y el esparraguerino Joan Espinach, en dibujo 3D de una calidad más que aceptable, y con una evidente intencionalidad de hacer un “cartoon” adorablemente siniestro a la manera del Tim Burton de La novia cadáver o Frankenweenie. La película conocería una secuela, también producida por Abra, Dixie y la rebelión zombi (Dixie eta matxinada zonbia, 2014), ya en solitario, sin los catalanes, con Ricardo Ramón de nuevo a los mandos, ahora junto al también donostiarra Beñat Beitia, con unos estándares de calidad formal similares a la primera película y un tono semejante, ahora incluso con una fantasía más desatada.
Dibulitoon
Nacida a principios de los años noventa, la donostiarra Dibulitoon, fundada por Ricardo Ramón y Ángel Alonso y monográficamente dedicada al “cartoon”, se especializó inicialmente en dar servicio a terceros, no solo en España sino fuera de ella. A partir del siglo XXI se dedica también a la producción de proyectos propios, siendo el primero de ellos El ladrón de sueños (2000), con dirección de uno de los socios, Ángel Alonso, en una rudimentaria 3D y en un tono desaforadamente fantástico, como permitía el tema onírico. Con el apoyo de la productora Irusoin (futura coproductora de ambiciosos proyectos con actores de carne y hueso, como Handia y La trinchera infinita), Dibulitoon rueda Glup: una aventura sin desperdicio (2004), con dirección de Aitor Arregi (que años más tarde estará presente en la fructífera colaboración entre las productoras Moriarti e Irusoin en las pelis mencionadas) e Iñigo Berasategi, una película de nítido mensaje ecologista, aunque la calidad del dibujo en 3D no se puede decir que fuera excelsa. Ese mismo año y con Berasategi de nuevo en la dirección, más José Mari Goenaga, otro de los guionistas y realizadores habituales de Irusoin, Dibulitoon afronta otra película, Supertramps (2004), en este caso con un dibujo digital más conseguido, en una historia a modo de fábula con bichitos callejeros y una gata señorita que termina en corral ajeno, algo que recuerda por momentos la historia del clásico disneyano La dama y el vagabundo.
Buscando ampliar horizontes, Dibulitoon, de nuevo junto a Irusoin, afronta el reto de hacer Cristóbal Molón (2006), la historia de un falso descubridor, sin apenas conexión con el navegante genovés que llegó a América creyendo estar en las Indias, y al que se parafrasea en el título, en una película trufada de personajes fantásticos, ambientada en un mundo de insectos, de nuevo con Arregi y Berasategi a los mandos, que esta vez consiguieron una apreciable calidad en el dibujo en 3D.
Esa vocación de llegar más allá de los límites vascos hace que Dibulitoon coproduzca su siguiente proyecto con un estudio especializado madrileño, Milímetros Dibujos Animados, con participación también de la televisión autonómica vasca, EITB, más la andaluza Canal Sur Televisión. El film es El corazón del roble (Herensugeak, Haritzaren Bihotza, 2012), de nuevo con Ricardo Ramón en la dirección, ahora junto al veterano pionero del “cartoon” Ángel Izquierdo, en una historia de corte fabuloso, con elfos y dragones y un cierto tono épico que recuerda el cine de espada y brujería.
Teresa y Tim (Teresa eta Galtzagorri, 2016) incide de nuevo en un mundo de fantasía, ahora más centrado en hadas y duendes, con dirección de Agurtzane Intxaurraga, con un dibujo digital notablemente conseguido, en una colorida historia que en buena medida resulta deudora del tema de Pinocho y el tratamiento que en su momento le dio Disney. Por último, coincidiendo con las conmemoraciones del quinto centenario de la primera circunnavegación del globo terráqueo, Dibulitoon afronta el reto de hacer Elcano y Magallanes, la primera vuelta al mundo (Elkano, lehen mundu bira, 2019), aprovechando que el capitán de la expedición que culminó aquella expedición plena de aventuras era vasco (Juan Sebastián Elcano, de Guetaria, concretamente). Con dirección de Ángel Alonso, la calidad del dibujo es muy aceptable, de corte antropomórfico, recordando poderosamente el de las historias con personajes humanos de Disney y Pixar, aunque la historia quizá sea en exceso optimista y ligera, teniendo en cuenta las innumerables penalidades que tuvieron que sufrir los tripulantes del histórico viaje.
Varianda
Además de los nombres propios y las productoras que hemos glosado, hay un puñado de cineastas que han pugnado y siguen pugnando por hacerse un hueco en el “cartoon” vasco. Citaremos a algunos de ellos que ciertamente lo merecen. Como Gorka Sesma, que ha hecho dos curiosas películas en las que ha creado un personaje, Pixi, que, como algunos niños, tiene problemas de relación con sus congéneres, elfos en este caso, problemas que tendrá que superar en Pixi Post y los genios de Navidad (Pixi Post eta opari-emaileak, 2016) y su continuación, Pixi save Christmas (2018), con elfos, trolls y demás personajes fantásticos, con un hermoso dibujo en dos dimensiones.
Imanol Zinkunegi es otro cineasta reseñable. Su PayaS.O.S. ¡¡¡Al rescate!!! (Pailazokeriak, Txirri, Mirri eta Txiribitonen Pelikula, 2005), de peculiar título, toca el tema del ecologismo y el cambio climático, al que se enfrentará una especie de Payasos Sin Fronteras, con un interesante tipo de dibujo en dos dimensiones, que intenta alejarse de los estándares al uso. Ese mismo tipo de dibujo, ahora plenamente antropomórfico, será el que utilizará Zinkunegi también en Lur y Amets (Lur eta Amets, 2019), donde contó con el concurso de Joseba Ponce en la correalización, estando ambos films producidos por Lotura, la productora creada en los años noventa por Juanba Berasategi. En este segundo film, Zinkunegi y Ponce se alejaban del relato fantástico para afrontar un repaso a la Historia de Euskadi a través de los ojos de dos niños que pasan el fin de semana con su abuela, y que asistirán, entre atónitos y divertidos, a diferentes pasajes históricos del solar vasco, como la invasión de los romanos, las tropelías de la Inquisición y las guerras carlistas.
Para terminar citaremos dos títulos ciertamente peculiares, en ambos casos con una evidente vocación universal: Black is Beltza (2018), con dirección de Fermín Muguruza, trata sobre la invitación que en 1965 cursó la ciudad de Nueva York a la comparsa de gigantes de Pamplona para desfilar con sus muñecos por la Gran Manzana, aunque prohibieron que lo hicieran los gigantes negros; a partir de ahí asistiremos a una panorámica sobre algunos de los sucesos que marcaron la vida de Estados Unidos en aquella época, como los disturbios raciales por el asesinato de Malcolm X, en una década que sería clave para el cambio sobre la cuestión afroamericana en el país de las barras y estrellas, en un film de nítido mensaje antirracista, formalmente realizado con un evidente tono antropomórfico; y Un día más con vida (Beste egun bat bizirik, 2018), ambiciosa coproducción entre España, Alemania, Polonia, Bélgica y Hungría, dirigida por el cineasta pamplonés Raúl de la Fuente, que participaba además en la producción a través de su empresa Kanaki Films, y el realizador polaco Damian Nenow, que ponían en escena conjuntamente un relato autobiográfico del reportero Ryszard Kapuściński sobre la guerra civil que asoló Angola a partir de 1975 como consecuencia del proceso de descolonización de la metrópoli Portugal, en un film de hondo aliento humanista en el que se utilizaron distintas técnicas como el rotoscopio y la “stop-motion”, para conseguir un dibujo marcadamente antropomórfico, tan realista que podría calificarse de naturalista, estilizado, muy elegante y, sin embargo, extraordinariamente adecuado para denunciar los horrores de aquella guerra sin fin, donde las grandes potencias jugaron en un gigantesco tablero de ajedrez en el que los peones, la carne de cañón, eran las vidas humanas de los aborígenes. La película, tan justamente, arrasó en todo tipo de premios: San Sebastián, Goya, CEC, Cine Europeo, Platino...
Ilustración: Una imagen de Un día más con vida (2018), de Raúl de la Fuente y Damian Nenow