En artículo precedente, titulado El siglo de Bergman (I). Formación, juventud, primera madurez, glosamos la figura del maestro sueco desde su nacimiento en 1918 en Upsala hasta que en los años sesenta llegara a la fama mundial con un puñado de grandes películas que se preguntaban sobre la esencia del ser humano, sobre la incomunicación, sobre la soledad, sobre Dios. En esta segunda y última parte del díptico completaremos el repaso de su vida y, sobre todo, su obra.
De la madurez a la senectud
Si los años sesenta entronizaron a Bergman como cineasta de culto, los setenta le conferirán la categoría de dios del cinematógrafo. Sus películas tienen ya una exhibición habitual en todos los países occidentales y su cine aglutina una auténtica legión de seguidores; sus cintas suponen auténticos acontecimientos, y su cine se convierte en sinónimo de calidad incuestionable, de cine intelectual, de complejo pero estimulante análisis sobre las relaciones humanas. Así las cosas, el upsaliense es tentado por el cine de Hollywood, por el cine norteamericano: nace así La carcoma (1971), con dos de sus habituales, Max Von Sydow y Bibi Andersson, más un actor norteamericano, Elliott Gould, por aquel entonces todavía marido de Barbra Streisand, dando forma los tres a un triángulo sobre la rutina del amor y cómo la perspectiva de ahuyentar esa rutina puede ser clave en la estabilidad de la pareja. Aunque no sería una de las mejores películas de Ingmar, La carcoma tiene como interés añadido el hecho de anunciar uno de los temas fundamentales del cine bergmaniano durante la década de los setenta, las relaciones de pareja.
Así, tormentosas relaciones amorosas y sexuales estarán en la almendra de la escalofriante Gritos y susurros (1972), complejísima historia a varias bandas con insatisfacciones, enfermedad, dolor, sexo sin ambages, desolación, en la que se reputa, con razón, una de las obras maestras absolutas de Ingmar; varios de sus habituales intérpretes (Harriet Andersson, Thulin, Josephson, Ullmann) darán vida a sus torturados personajes. Como obra maestra será también su siguiente envite, hecho en este caso para la televisión, una miniserie titulada en España Secretos de un matrimonio (1973), que en el original sueco era “Escenas” en vez de “Secretos”, aunque la distribución hispana de la época, cuando se exhibió en cines en un montaje “ad hoc”, consideró conveniente ponerle un poco de picante (sin comentarios...). El telefilm trata del progresivo deterioro de las relaciones de una pareja que parecía modélica, aunque la realidad era otra tras la fachada supuestamente ejemplar, contando ahora con Ullmann y Josephson como los protagonistas, más algunos secundarios habituales de la casa, como Bibi Andersson o Lindblom.
Tras hacer una versión para televisión de la mozartiana La flauta mágica (1975), Bergman afronta otra de sus grandes películas de la década, Cara a cara (1976), a la que en España, desvergonzadamente, le añadieron el remoquete de “al desnudo”: eran tiempos de destape y los distribuidores no debían tener muy claro que Bergman no era la Cantudo, que por aquel entonces revolucionaba el solar patrio exhibiendo integralmente sus encantos en La trastienda. Cara a cara era una compleja introspección en la vida de una psiquiatra con carencias afectivas, que se volcará en su profesión con imprevisibles consecuencias, y a la que una magnífica Liv Ullmann, en su mejor momento artístico, confería un extraordinario verismo, en una composición ciertamente inolvidable.
En ese tiempo Bergman tiene problemas fiscales en Suecia y rueda su siguiente película en Alemania, con el título de El huevo de la serpiente (1977), sobre el germen del nazismo, un film con reparto internacional (David Carradine, Heinz Bennent, Gert Fröbe), más su musa Ullmann, una película que, quizá por el desarraigo y el desarbolamiento social y mental del propio Bergman (que llegó a estar una temporada recluido en un psiquiátrico), no llegó a funcionar demasiado bien, aunque presentaba un sutil aunque pavoroso presagio de lo que llegaría a ser el Tercer Reich.
Liv Ullmann estará también en su siguiente empeño, otra de de sus obras maestras, Sonata de Otoño (1978), también rodada bajo pabellón alemán y físicamente en suelo noruego, en la que, junto a la gran Ingrid Bergman (que años atrás ya había colaborado esporádicamente con su tocayo de apellido), mantendrá un enconado duelo entre una madre soberbia y pagada de sí misma, y una hija acomplejada por la altura sobrenatural de su progenitora, en una película sobre las relaciones maternofiliales que difícilmente se puede olvidar.
De la vida de las marionetas (1979), inicialmente hecha para televisión, y grabada de nuevo en Alemania, es quizá una de sus películas menos personales, un extraño thriller sobre un asesino maníaco cuyos crímenes serán explicados por problemas conyugales. Será su último film en el país germano, antes de volver a rodar en su tierra, una vez superados los antiguos problemas fiscales.
El canto del cisne
A principios de los años ochenta, alcanzada por el cineasta la cualidad de sexagenario, Bergman da a conocer su decisión de retirarse definitivamente del cine y dedicarse exclusivamente al teatro, su otra gran pasión, que le requiere un menor esfuerzo físico. Lo hará tras rodar su testamento cinematográfico, Fanny y Alexander (1982), su última obra maestra, un film de veladas reminiscencias autobiográficas, que narra la historia de dos niños, los del título, ambientada a principios del siglo XX en Suecia, en una familia feliz en la que la muerte del padre y la llegada de un rígido padrastro convulsionará la paz de los componentes del clan, en especial de los más pequeños. Filmada exquisitamente, Fanny y Alexander supone el epítome de la filmografía de Bergman, un compendio absoluto de su cine: Dios, la cultura, las relaciones conyugales, la soledad, el silencio, la muerte...
Tras ese testamento cinematográfico, y aunque Bergman, por supuesto, cumplió su palabra de no volver a rodar cine, sí hizo algunas TV-movies que, como cabía esperar, en algunos casos fueron aprovechadas por la pantalla grande para darle una exhibición internacional. Fue el caso de títulos interesantes como Tras el ensayo (1984), con sus habituales Josephson y Thulin, y Saraband (2003), de nuevo con Josephson y con Ullmann.
El 30 de julio de 2007, a los 89 años, moría Ingmar Bergman en Farö, localidad sueca donde el maestro residía desde hacía años. Dejaba atrás una filmografía impresionante, imprescindible, inolvidable; cien años después de su nacimiento, escribir sobre esa obra única e irrepetible es nuestra modesta aportación a la conmemoración del siglo de Bergman.
Ilustración: Una característica imagen de Gritos y susurros (1972), con una composición que evoca una Pietà.