Enrique Colmena

No es la primera vez que escribo sobre el tema, y seguramente no será la última. Sí lo es, creo, de una forma monográfica, en un artículo de CRITICALIA. Hace poco se han publicado las cifras de recaudación del cine español, y el resultado ha sido demoledor; el cine hecho en España ha obtenido en 2010 unos ingresos por taquilla por una cifra que supone un 36% menos que el año anterior, 2009, mientras que el cine extranjero ha incrementado sus ingresos en nuestro país, en ese mismo período, en casi un 3%.

Así que no cabe echar la culpa a la crisis económica, porque el resto del cine (fundamentalmente norteamericano, pero también europeo y del resto de naciones del mundo) ha crecido mientras el hispano se hundía, convirtiéndose en el peor año de la década 2001-2010.

¿Qué está ocurriendo en el cine español para que su público natural le esté dando la espalda de forma tan clamorosa? Sería bueno que empezáramos a hacer autocrítica, porque mientras nos dediquemos a echarle la culpa a las descargas de Internet, al top manta, a las multinacionales americanas y al sursuncorda, no encontraremos una solución a esta crisis que tiene trazas de llevarse por delante a nuestra industria y a nuestros creadores.

Como en casi todo, no hay una única razón para que la producción de los cineastas españoles interese cada vez menos a sus conciudadanos. Pero las que hay son, me parece, evidentes. La primera es la más obvia: como consecuencia de la vigente política “de autor”, el cine español es un cine de francotiradores, donde se alaba la rareza pero se denuesta el buen cine comercial; así las cosas, esas rarezas, que tanto nos gustan a los críticos y cinéfilos, están muy bien desde el punto de vista creativo, pero no tienen absolutamente nada que hacer desde el comercial.

Porque el problema fundamental en el cine español, según yo lo veo, es el divorcio entre los artistas y el público, el español, al que va dirigido fundamentalmente su cine (visto que no hay forma de que exportemos cine fuera, más allá de algunas muy determinadas películas). Ves el cine producido en España durante 2010 y te preguntas, en la mayoría de los casos, a quién interesa, más allá del estrecho círculo de colaboradores del director. Pues a bien pocos, según se confirma por las cifras de recaudación.

No es la única carencia de nuestro cine. ¿Dónde está el cine que refleje la forma de vivir de los españoles durante la primera década del siglo XXI? Cuando dentro de cien años, por ejemplo, se pretenda estudiar a la sociedad española actual, habrá serios problemas para identificar cuáles eran los temas que nos preocupaban, cómo vivíamos, cuáles eran nuestras ilusiones, cómo funcionábamos económicamente, qué temas llenaban nuestras conversaciones de sobremesa. Nada de esto hay en el hodierno cine español.

Habrá que decir, no sin dolor de corazón, que el cine que se hacía en la época de Franco (seguramente “contra” Franco, pero a veces incluso sin oponerse al dictador) fue mucho más notario de la actualidad social que el que se está haciendo en estos albores del tercer milenio. Cuando a finales de los años cincuenta empezaba un tímido desarrollismo y las poblaciones rurales comenzaban su éxodo a las capitales, se produjo un “boom” inmobiliario (nada que ver con el tsunami fincable del primer septenio de este siglo, por supuesto), que puso a la vivienda como claro, con frecuencia inalcanzable, objeto de deseo. Películas como El pisito, de Marco Ferreri, hablaba de esa cuestión, de una manera cercana y asequible. Cuando a principios de los años setenta el fenómeno de la inmigración a Alemania era ya un auténtico río de españolitos que viajaban al país teutón en busca de un futuro que aquí se les negaba, se hizo Vente a Alemania, Pepe, tan pésimo filme como acertado indicador de un hecho incontrovertible en la España de la época. Cuando llega la Transición, el cine se llena de filmes que hablan sobre lo que estaba pasando en nuestro país, desde tragedias como la matanza de Atocha, llevada al cine en Siete días de Enero por Bardem, hasta Operación Ogro, de Pontecorvo, donde se ponía en imágenes el magnicidio del presidente Carrero, uno de los sucesos que marcaría la apertura del régimen.

Durante las décadas de los ochenta y los noventa se hizo mucho mejor cine que durante la etapa franquista, sin duda, pero se empezó a poner el germen de la disociación entre los creadores y su público, que ha llegado al disparate en la primera década de este siglo, ya terminada. Así las cosas, habrá que preguntarse, con Lenin, ¿qué hacer? Pues la cosa es difícil, pero no imposible.

De entrada, ¿por qué no miramos a nuestro alrededor y vemos qué preocupa a nuestros conciudadanos? ¿Por qué la crisis económica no ha tenido todavía reflejo alguno en el cine español, a pesar de que hemos entrado ya en el cuarto año de vacas flacas? ¿Por qué en un país con más de cuatro millones de parados, ese tema no se toca en nuestro cine? ¿Por qué, si los políticos, según las encuestas, son la tercera preocupación, de nuestros paisanos, ese asunto nunca aparece en la gran pantalla? ¿Por qué el “boom” inmobiliario, con su barahúnda de “pelotazos”, riquezas instantáneas, corrupciones urbanísticas y creación de una burbuja cuyo estallido era evidente, no se ha puesto en una gran pantalla hasta ahora?

Quiero creer que la respuesta a todo ello no sea la que quizá es más evidente, y es que la industria del cine español no se atreve a proyectar sobre un lienzo blanco en una pantalla oscura aquellos temas que puedan incomodar al poder político de turno, sea este del color que sea. Quiero creer, entonces, que es una cuestión de autismo de los creadores, que piensan que los pequeños temas que les interesan a ellos también encandilan al resto de sus compatriotas, cuando es evidente que no es así.

Entonces, ¿qué hacer?, nos preguntaremos de nuevo. No tengo la llave maestra de las soluciones para el cine español, pero sí algunas aportaciones: miren a su alrededor, creadores audiovisuales, y vean qué motiva, ilusiona, preocupa, interesa, mueve a la gente que convive con vosotros, con nosotros, en esta castigada piel de toro del tercer milenio; miren y tomen nota: a lo mejor aún estamos a tiempo de salvar una industria, la cinematográfica, que hace aguas y amenaza con hundirse.

Post scriptum: habrá quien piense que este es un artículo contra alguien. No lo es; no es un texto contra los creadores que están indagando nuevas formas expresivas, nuevos caminos artísticos: su existencia es irrenunciable; como irrenunciable es que exista una industria con contenidos comerciales que sustenten sus experimentos. Ambos, arte e industria, son las dos caras de una misma moneda, llamada cine; sin indagación no hay futuro; sin recaudación no hay indagación. A ver si nos enteramos…



Pie de foto: Fotograma de El pisito, de Marco Ferreri.