Cristina Colmena

ÚUacute;ltimamente los escaparates de las librerías se parecen mucho a las carteleras cinematográficas, lo habrán notado; tanto, que a veces la portada del libro utiliza como reclamo algún fotograma de la película para llamar la atención del lector, que probablemente ya haya pasado por la sala de cine. A veces ocurre lo contrario, es el éxito del libro el que precede a una buena taquilla. Así sucede con la saga Millenium de Stieg Larsson, cuya tercera entrega vende tan sólo en su primer día 200.000 ejemplares en España, mientras la adaptación de la primera, “Los hombres que no amaban a las mujeres”, se convierte en el estreno de la temporada. Parece pues inevitable que el cine acuda a la literatura (también la literatura, especialmente la postmoderna, es cada vez más deudora de técnicas cinematográficas, de referentes cinéfilos, de elipsis y de tempos más dinámicos), bien sea para suplir cierta falta de ideas en sus guionistas o quizás por la garantía de una buena taquilla a partir de la adaptación de un best seller, o al menos, de una novela con cierto prestigio que lleve a las salas a sus lectores.
La casi prehistórica relación entre el cine y la literatura vuelve a darnos estos fenómenos de ida y vuelta: libros que sirven para hacer películas y películas que a su vez llaman la atención sobre libros que habían pasado desapercibidos, descatalogados o que son publicados tras el éxito en las salas de su adaptación cinematográfica. Este es el caso de una película reciente, “Revolutionary Road”, dirigida por Sam Mendes, que adapta con una estimable fidelidad la novela homónima de Richard Yates, uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX, quizás injustamente ensombrecido por la fama de otros como Carver, Cheever o Salinger. Yates, prácticamente desconocido en España, con tan sólo tres libros publicados en nuestro país, vuelve a ser reeditado, y esta vez cuenta con la eficaz portada de un Leonardo Di Caprio a punto de besar a Kate Winslet, que atraerá tanto al ojo cinéfilo como al mitómano (aunque no se engañen, no es una novela de amor; ya se sabe, los envoltorios suelen mentir, cuestión de marketing). Probablemente las fans de Di Caprio quedarán un tanto desoladas ante la crudeza de la historia, pero a quienes les gustara la película, descubrirán en el libro la sutileza y el saber casi cinematográfico con los que Yates crea las escenas que luego Mendes, prácticamente, se limita a transcribir a imágenes. Richard Yates volverá a ser llevado al cine, con Ellen Barkin y Naomi Watts; quizás sea eso lo que haya animado a las editoriales a publicar “Las hermanas Grimes”, la devastadora historia de dos hermanas “destinadas a ser infelices”. Veremos si la adaptación es tan buena como la de Mendes, aunque mientras tanto al menos tendremos el placer de leer a su autor… A ver si Hollywood se anima a filmar toda su bibliografía, y así, al fin, llega a España.
Asimismo tenemos una fiel adaptación en “El lector”, la novela de Bernhard Schlink, llevada al cine por Stephen Daldry, y también en este caso ha sido la película la que ha vuelto a colocar en las estanterías de novedades de las librerías la notable obra de este autor alemán (eso sí, esta vez con la foto de Ralph Fiennes y la cada vez más literaria Kate Winslet, en su cubierta; en fin, como decíamos, marketing).
Si seguimos echando un vistazo a la cartelera más reciente, las adaptaciones de obras literarias llenan las salas: “Los mundos de Coraline”, de Neil Gaiman, “Ángeles y demonios” (del inevitable) Dan Brown, “Corazón de tinta”, la novela fantástica de Cornelia Funke, “Crepúsculo”, la saga romántica de vampiros adolescentes, y otros vampiros, pero al estilo Bergman, en la inquietante “Déjame entrar” del escritor sueco John Ajvide Lindquist. Otros títulos son “A ciegas”, donde Fernando Meirelles lleva al cine la novela del nobel Saramago (aunque quizás no con la misma pericia con la que en “Cidade de Deus” adaptaba el original de Paulo Lins -pura ingeniería del guionista Braulio Mantovani que conseguía encerrar a 350 personajes en 135 minutos), o la recientemente oscarizada “Slumdog millionaire” del indio Vikas Swarup, que probablemente nunca se hubiera publicado en España si no hubiera sido porque Danny Boyle decidió adaptarla a la pantalla grande.
El resultado: la mayoría de las veces insuficiente para los lectores que ya conocían la obra y que ven la película para sentenciar finalmente que “es mejor el libro”. Para los espectadores “sin adulterar” quizás sea la ocasión para ver una buena historia, de esas que se echan de menos en tantos filmes (¿quizás deberían pagar más a los guionistas?). A veces es el propio escritor el que se asegura de que la adaptación tenga cierta calidad; es el caso de “Expiación”, en la que sin duda, el hecho de que Mc Ewan, su autor, figurara en los créditos como productor ejecutivo, garantizaba la fidelidad de la obra a su original. Una buena película, una novela magnífica.
¿Quiere decir esto que el cine está destinado a parasitar a la literatura en busca de buenas historias? Es posible, mientras la falta de imaginación y de riesgo en la taquilla invite a los productores a exprimir aún un poco más algún best seller millonario. Y aunque también hay adaptaciones que merecen la pena, algunas incluso superando al texto (paradigmática “Blade runner”), flaco favor suelen hacerle a las obras originales, si no es quizás para, como decíamos, colocarlas en los escaparates de las librerías y rescatar a espectadores aburridos para la buena lectura.