CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin y Movistar+.
El thriller de corte psicológico fue, en buena medida, uno de los géneros que más cultivó Alfred Hitchcock, en películas como La sombra de una duda, Sospecha, Recuerda, La soga, Vértigo o Psicosis, entre otros. Tras terminar el rodaje de Los pájaros (1963), Hitch retomó una historia que quería haber filmado unos años antes, esta Marnie, la ladrona, claramente inscrita también en ese concepto del thriller de carácter psicológico. La guionista tejana Jay Presson Allen fue la encargada del último tratamiento del guion, aunque anteriormente lo hizo Evan Hunter, que había escrito el guion de la mentada Los pájaros. Marnie, la ladrona partía de la novela homónima de Winston Graham, publicada solo unos años antes, en 1961.
La historia se ambienta a mediados de los años sesenta, en el tiempo de su rodaje. Conocemos a Marnie, una mujer en torno a los treinta años, de la que vemos que ha robado 9000 dólares de la oficina en la que estaba trabajando. Es una ladrona profesional, que conoce perfectamente su oficio y se vale de su seductora belleza para desvalijar a jefes que, embelesados por su atractivo, la contratan sin referencias. Tiempo más tarde Marnie opta a un nuevo empleo en otra oficina, y allí es reconocida por Mark Rutland, un rico viudo que se siente atraído por ella. Pronto nos enteramos de que Marnie tiene pesadillas recurrentes que la hacen sufrir mucho, y también que algunos elementos, como el color rojo o las tormentas de fuerte aparato eléctrico, la aterrorizan. Marnie visita de vez en cuando a su madre, que la trata con cierto desapego. En cuanto a Rutland, el viudo se siente cada vez más atraído por Marnie; al observar una situación en la que la mujer se siente muy asustada, con la visión del rojo y el ruido estruendoso de los truenos, Rutland se da cuenta de que tiene un grave problema psicológico...
Podría decirse, sin temor a equivocarnos, que Marnie, la ladrona es la película en la que se produce el punto de inflexión en la carrera de Hitchcock, de tal manera que, mientras en los años cuarenta su obra fue tomando la forma magistral que desplegaría ya absolutamente durante los cincuenta y primeros sesenta, al llegar a mediados de esa década de los "sixties" la inspiración, sin abandonarle, parece que solo le visitó a ráfagas; sus películas desde entonces (además de esta Marnie, serían Cortina rasgada, Topaz, Frenesí y Family Plot), no siendo ni mucho menos fallidas, no alcanzaron el nivel estratosférico de sus grandes pelis (Vértigo, Con la muerte en los talones, Encadenados, Los pájaros, Psicosis, Falso culpable...). Seguramente habría directores que matarían por hacer películas como estas hitchcockianas a partir de mediados de los sesenta, pero, haciendo un símil automovilístico, cuando se está acostumbrado a un Ferrari Testarossa, un Audi resulta un poco insípido, aunque sea un buen coche...
Eso no significa, por supuesto, que la película no sea buena, porque lo es. Por supuesto también, el film está plagado de esos detalles hitchcockianos tan típicos de aquel obeso tirando a obseso con las rubias (Tippi Hedren fue, por cierto, su última prota con pelo de indudable color dorado), como el primerísimo plano de un bolso amarillo con el que se abre el film, tras los títulos de crédito, ese bolso amarillo en el que va el botín obtenido por la ladrona protagonista, y con el que, ya desde el primer momento, Hitch nos está informando, sin palabras, del carácter de profesional del latrocinio de su personaje principal.
El tema central de la película, o al menos el más evidente (y, claro está, morboso...) es el de la frigidez femenina, algo que en cine comercial, hasta esa fecha (después tampoco mucho, es verdad...), apenas si había aparecido, y que solo a Hitch se le podía ocurrir llevar al cine. Por supuesto, estando como estamos en un thriller de carácter psicológico, como hemos dicho, el film está trufado de referencias de ese tipo, desde la fobia al color rojo (probablemente como rechazo a la desfloración y consecuente sangrado, vinculado por tanto a la mentada frigidez femenina) al estruendo sonoro y lumínico de las tormentas eléctricas, todo ello asociado al trauma infantil que arrastra subconscientemente la protagonista, y que le hace rechazar todo contacto sexual con hombres y, secundariamente, la inducen al robo, utilizando el arsenal de su evidente “sex-appeal”. Algunas escenas, muy hitchcockianas, abundan en este trauma que afecta a la protagonista, como aquella en la que se le mancha su blanca manga con tinta... roja, con gran espanto para ella, subrayándose simbólicamente de esta forma el rechazo al sangriento desvirgamiento que provocan los hombres. Tampoco es que el personaje de Rutland salga demasiado bien parado: su opinión sobre las mujeres parece condensarse en su estudio sobre las aves de rapiña, entre las que dice que “abunda el sexo femenino”.
Aunque para escena llamativa, y que según parece fue el “leit motiv” que interesó desde el primer momento a Hitch, tenemos la que sugiere ser una violación en toda regla, la del ya esposo Rutland a su mujer, Marnie, cuando esta, tras varios rechazos en el crucero de su luna de miel, es finalmente “tomada” (como se decía antes, con un eufemismo...), en una escena que el llamado Mago del Suspense da sobre un primerísimo plano de ella, cuyo rostro congelado evidencia su estado de “schock” (y no era para menos...). Y es que el personaje de Rutland es ciertamente más que cuestionable; aparte de esta violación (aunque sea dentro del matrimonio, lo es, por supuesto, aunque en aquella época no se entendiera así, considerándose como “débito conyugal”), utilizará malas artes en su seducción de la bella, como cuando, una vez descubierto su carácter de ladrona compulsiva, la chantajea dándole a elegir entre casarse con él o ir a la policía (eso es un matrimonio por amor... por las que hilan...). Si Connery quería sacudirse la etiqueta de espía que estaba adquiriendo en la serie de James Bond, este personaje, ciertamente, no lo dejaba demasiado bien (que a lo mejor era lo que pretendía...).
Habrá, por supuesto, el toque Hitch, ese suspense en el que, evidentemente, sir Alfred era un consumado maestro, como en la escena en la que la protagonista está abriendo la caja fuerte para robarla, momento en el que aparece la limpiadora: vemos entonces a las dos en el mismo plano, como en una pantalla partida (en realidad inexistente), jugando magistralmente con la profundidad de campo; Marnie, que al verla se quita los zapatos para que no la escuche, se queda paralizada cuando una de esas calzas se le cae al suelo...
Con una filmación elegante, detallista, marca de la casa, que gusta y se regodea en el primer plano (siempre con un significado, nunca para adornarse), la película de Hitchcock muestra de nuevo la precisión de sus movimientos de cámara, siempre admirables. La música del gran Bernard Herrmann resulta muy inspirada y adecuada al tema, haciendo uso sobre todo de violines y otros instrumentos de cuerda frotada. Esta fue, por cierto, la última colaboración entre Hitch y Herrmann.
Buena química (a pesar del tema...) entre Hedren y Connery.
(07-02-2025)
130'