Alfred Hitchcock es, qué duda cabe, uno de los grandes del cine de todos los tiempos. Su figura, pero sobre todo muchas de sus películas forman parte del imaginario colectivo de la Humanidad desde mediados del siglo XX, cuando, una tras otra, hizo obras maestras del calibre (y el general re-conocimiento de sus congéneres) de Encadenados, El hombre que sabía demasiado, Vértigo, Psicosis o Los pájaros. Es cierto que a mediados de los años sesenta su cine bajó el pistón en intensidad y calidad, con productos que, siendo muy estimables, como Cortina rasgada, Topaz o Frenesí, eran inferiores a sus mejores obras. Su testamento cinematográfico, esta Family plot, a la que en España se le añadió el más bien amorfo subtítulo de La trama, estaría en esa misma línea; lo curioso del caso es que, vista esa última parte de su obra con la distancia del tiempo (hablamos de décadas, incluso de medio siglo...), el recuerdo no tan bueno de entonces se torna un tanto injusto...
La historia arranca con una vidente en pleno trabajo, Blanche, mujer de mediana edad que parece en trance en una sesión con la anciana señora Rainbird, millonaria atormentada por haber hecho que su hermana, 40 años atrás, se desprendiera del hijo concebido como soltera. Ahora busca reencontrarse con él y hacerle su heredero, para lo que está dispuesta a pagar 10.000 dólares por la localización de su paradero a la médium y a su novio, George, un actor que, mientras espera que le llegue el éxito, se gana la vida como taxista. Conocemos también a otra pareja, la formada por Arthur y Fran, siendo el primero joyero y ambos secuestradores de gente de postín cuyo botín de rescate es siempre joyas tales como diamantes que Arthur, como perito en la materia, se encarga de encauzar en el mercado negro cuando llegue el momento. Las trayectorias de las dos parejas de delincuentes, la de los zafios pelagatos y la de los pijos perfeccionistas, se entrecruzarán, inopinadamente, y saldrán a la luz secretos la mar de curiosos...
Sobre la novela The rainbird pattern, de Victor Canning, el famoso guionista Ernest Lehman (en su haber títulos del calibre de Sabrina, Con la muerte en los talones y West Side Story, entre otros) escribe esta alambicada pero más que resultona intriga con dos parejas muy distintas, dos pícaros de baja estofa y dos criminales de fachada respetable, que Hitchcock, a pesar de la provecta edad en la que acometió el proyecto (77 años tenía cuando empezó su rodaje), hizo plenamente suyo. Aunque ciertamente no se puede decir que estuviera la altura de las obras maestras que hemos citado, sí parece claro, o al menos con la perspectiva que da el tiempo, que fue una película muy personal, con algunas de las constantes más habituales de su cine, como un nada soterrado humor negro que recorre toda la historia, que el propio Hitch parece no tomarse demasiado en serio, desde la un tanto caricaturesca puesta en escena de las sesiones de espiritismo de la médium, premeditadamente sobreactuadas, a escenas como la de la carrera del coche cuesta abajo con los frenos rotos, divertida a fuer de (reconoscámolo...) un tanto machista, en una muy buena secuencia, con tensión, suspense y humor en una sola tacada.
Hay un permanente humor irónico que de vez en cuando enseña la patita, como si Hitch nos dijera constantemente que, en el fondo, estamos ante un divertimento, un juguete cómico con irisaciones de thriller
Por supuesto, ahí está la típica elegancia en la filmación de sir Alfred, uno de los más estilosos cineastas que haya dado la Historia, incapaz de rodar desaliñadamente, en una cinta bien contada, sin baches narrativos apreciables; aunque es cierto que quizá haya demasiadas carambolas, el resultado es agradable, con escenas tan divertidas como aquella en la que Blanche, la médium, le habla a su novio de su insatisfacción sexual a grito pelado en medio de la calle. Pero también hay lugar para toques de refinado sadismo por parte de la pareja criminal de fachada respetable, en especial por parte de él, un hombre sin escrúpulos ni conciencia humana digna de tal nombre.
Con una muy entonada música de John Williams, en una banda sonora muy herrmanniana, al año siguiente de saltar a la fama con el poderoso “score” de Tiburón, la película es ciertamente un Hitchcock menor, pero esto siempre será mejor que un buen film de cualquier otro, en una potable intriga que ha mejorado con el tiempo, saboreándose ahora mejor que en la fecha de su estreno.
En cuanto a los intérpretes, es curioso que los cuatro protagonistas no eran demasiado conocidos pero su intervención en este último Hitch tampoco los catapultó a la fama, como podría haberse pensado. La más popular entonces era Karen Black, la bizca más famosa de aquel tiempo, que había estado en algunos míticos de la época, como Easy Rider, El gran Gatsby o Nashville, pero que después se perdió en productos alimenticios de poca monta. Algo parecido pasó con Bruce Dern, que en aquella época estuvo en títulos relevantes como El regreso y Driver, pero que después también se oscureció hasta reaparecer, ya anciano, en la muy notable Nebraska. William Devane estuvo en aquella época en algunos títulos de interés, como Marathon Man y Yanquis, para después dedicarse a TV-movies y olvidables series televisivas. Por último, Barbara Harris, excelente actriz teatral que tuvo también una carrera cinematográfica, se retiró relativamente pronto de la actuación, a finales de los años noventa, y nunca tuvo una dedicación exclusiva al cine, a pesar de sus evidentes dotes interpretativas.
(23-04-2022)
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