CRITICALIA CLÁSICOS
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Un veterano asesino a sueldo le explica a un colega principiante que, cuando tenga que liquidar a alguien, no lo haga nunca ni muy cerca (en un descuido puede desarmarte) ni muy lejos (puedes errar y darle tiempo a reaccionar)... lo mejor es a media distancia, así aunque solo lo hieras aún podrás rematarlo. Estos "sabios consejos" los leí hace años en una novela policíaca no recuerdo si de Ross Macdonald, de Robert B. Parker o de Charles Williams, esos renovadores de la literatura negra norteamericana que tomaron la antorcha de los clásicos Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
Lo que sí está claro es que ninguno de ellos optaría por la fórmula que aparece en una icónica, famosa, absurda e imaginativa secuencia de Con la muerte en los talones. Vemos allí a la víctima, citada en un cruce de carreteras de un paraje casi desértico y con muy poco tráfico, con una avioneta de fumigación a lo lejos, y de pronto ve cómo el aeroplano viene en dirección suya, para dispararle y matarlo. Es una larga secuencia de algo más de diez minutos, un verdadero tour de force de los que le gustaba rodar a Alfred Hitchcock, como la del concierto del Albert Hall en El hombre que sabía demasiado (1956), la de la torre en Vértigo, o la de Tippi Hedren en la cabina de Los pájaros, entre otros muchos ejemplos que podríamos citar.
Este sublime artificio, este juego de falacias y suplantaciones, se repiten a lo largo de todo el metraje de North by Northwest, título original que también nos da una pista de qué va la cosa. Su protagonista (o mejor podríamos decir víctima) es Roger Thornhill, un jovial y dicharachero publicista de Nueva York que ya desde el principio sufre un terrible error que lo convierte en asesino, en un apuñalamiento en un salón del edificio de las Naciones Unidas. A partir de ahí vendrá todo un calvario para él, en un preciso y enrevesado guión del sólido Ernest Lehman, también responsable de Sabrina de Billy Wilder o West Side Story de Robert Wise. Así, Thornhill es confundido con un agente del Gobierno, George Kaplan, a quien buscan unos espías de una potencia extranjera, los malos del film.
La acción va pasando por distintos lugares y vamos conociendo otros peones de la trama, como la rubia y desconcertante Eve Kendall, en un juego de trenes y escenas trepidantes (como la de la subasta), en donde tantas veces nadie es lo que parece, para terminar en su tramo final en otro escenario espectacular y majestuoso, el famoso Monte Rushmore, en Dakota del Sur, con los gigantescos rostros de presidentes de EE.UU. Y siempre con la impresión para el espectador, de que se le está ocultando algún dato importante para descifrar el embrollo. Y veremos también cómo el propio Servicio de Inteligencia de EE. UU. usa a Thornill/Kaplan como señuelo para sus fines, sin el más mínimo recato en poner en juego la vida de este inocente.
En su momento el film fue una producción costosa de ocho millones de dólares, con un largo rodaje entre el 27 de agosto y el 17 de diciembre de 1958, y la Metro-Goldwyn-Mayer implicó al propio Hitchcock como productor ejecutivo. Además de Lehman como guionista, contó con una vistosa fotografía de Robert Burks y con habituales del realizador, como el genial Saul Bass en los créditos y la siempre excelente y percutante música de Bernard Herrmann. Los intérpretes fueron bien escogidos, con un cincuentón y sobresaliente Cary Grant, dúctil para cualquier género y aquí maestro para la elegante comicidad y para la desconcertante intriga. El reparto se completa con la protagonista femenina, Eva-Marie Saint, ya oscarizada por su anterior La ley del silencio de Elia Kazan, y qué mejor villano que un siempre admirable James Mason, cínico y maquiavélico, ayudado por Martin Landau. O Leo G. Carroll -habitual de Hitch- como el imperturbable jefe de los servicios secretos
Si la secuencia de la avioneta que nombramos al comienzo fue famosa, no olvidemos la del tramo final en el Monte Rushmore, que hubo que rodar con decorados y grandes transparencias (al ser monumento nacional y estar protegido) o el plano final (con sus interpretaciones eróticas) del tren donde va la pareja penetrando en un túnel, con un inteligente fundido entre el angustioso rescate en el monte y la ayuda de Thornhill para subir a su chica hasta la litera del susodicho tren.
Se ha dicho en más de una ocasión que esta película es como una versión amable, entretenida y colorista de la muy dramática y realista Falso culpable (cuyo título original -The wrong man-El hombre equivocado - le hubiera venido como anillo al dedo a esta otra cinta que comentamos). En realidad el film protagonizado por Henry Fonda (magistralmente, por cierto) inicia un grupo de obras capitales en la filmografía de su autor, ya que después llega Vértigo/De entre los muertos y tras la de esta crítica, nada menos que Psicosis y Los pájaros, cerrando probablemente el período más magistral del genial londinense.
(21-01-2024)
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