Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS


Disponible en Filmin.


Jean-Pierre Melville (nacido Jean-Pierre Grumbach; París, 1917-1973) fue un cineasta precozmente malogrado, al morir de un ataque al corazón cuando solo tenía 55 años, pero que ha dejado una huella imborrable en el cine francés y también en el mundial. Su aportación al cine se centra en dos líneas genéricas teóricamente distintas pero, en el fondo, claramente emparentadas: por un lado, el cine ambientado en la Francia ocupada por los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial (El silencio del mar, Léon Morin, sacerdote, El ejército de las sombras) y el cine negro a la francesa, el famoso “polar”, que finalmente se impondría temáticamente en su cine (Bob el jugador, El confidente, El silencio de un hombre, Crónica negra...)

Melville supo trascender tanto su cine ambientado en la Ocupación como sus “polars”, convirtiéndolos en profundos estudios de la condición humana, en los que la soledad, el fracaso, la muerte, pero también la amistad (sobre todo entre hombres: el cine de Melville es abrumadoramente cosa de hombres –lo que no quita que se haya sostenido, quizá no erradamente, el carácter criptogay de sus películas-), son los elementos básicos con los que urde sus historias desoladas, casi siempre con finales duros, nunca felices, pero sí con frecuencia razonablemente justos.

Hasta el último aliento forma parte de ese “corpus” melvilliano (el apellido artístico, por cierto, lo tomó de su admirado Herman Melville, el autor de Moby Dick), en su formulación en modo “film noir”, aunque, como hemos comentado, sus películas ambientadas en la Francia ocupada participaban en buena medida de esas mismas preocupaciones humanas. En ese sentido, el cine negro de Melville entronca con su homónimo norteamericano de la época clásica, pero dotándolo de su propia personalidad, de su acento, de su estilo, adaptando ese cine a la vez policíaco y existencialista, por ello también muy fatalista (que, hablando muy sintéticamente, serían las características del “film noir” yanqui), a la realidad social, económica e incluso política francesa.

La historia, ambientada en la Francia de los años sesenta, se inicia con varios hombres descolgándose por los muros de una prisión, de la que están intentando huir. Uno de ellos se mata al caer desde lo alto del muro. Los otros consiguen escapar, suben a un tren y parecen conseguir su objetivo. Pasamos a Marsella, en una lujosa sala de fiestas, en la que oímos a dos hombres hablar de un posible “golpe” criminal. A la ciudad llega la noticia de que Gustave (conocido como Gu) ha escapado de prisión y probablemente está ya en Marsella, parece que eso no gusta demasiado, porque años atrás atracó un tren y ahora viene a ajustar cuentas con los implicados que se libraron de ir a la cárcel... En el local entran varios pistoleros y hacen una escabechina, aunque finalmente son espantados por los camareros, que evidentemente, además de servir copas, sabían tirar de gatillo... Cuando llega la Policía, ninguno de los testigos sabe decir nada sobre los atacantes: es la ley del silencio entre criminales...

Sobre la novela Un reglement de comptes (literalmente, “Un ajuste de cuentas”), del que fue autor el (además de novelista) también cineasta José Giovanni, quien firmó el guion junto a Melville, y rodada en un bello blanco y negro que tan bien casaba con el “film noir” francés, la película es, en el fondo, una historia que trata de ese ajuste de cuentas al que se refiere la novela en la que se basa, pero también una historia de amor esquinado, un hombre y una mujer separados por un océano de tiempo, pero que no se han olvidado mutuamente, aunque saben que el suyo es un amor condenado; y es que la amada Manouch del protagonista Gu será para éste su imposible amor fou, maduro, entregado pero sin futuro.

Pero la película es, también, la historia de un atraco perfecto, de las consecuencias que ello conllevará para el protagonista y su periferia, y también la historia de cómo la policía llegará a esclarecer la compleja trama que gira en torno a ese “atraco perfecto” que, como todos estos golpes impecables, nunca lo son totalmente... En la mejor tradición del cine negro, tanto USA como francés, aquí también tendremos la dura denuncia de la corrupción policial, cuya persecución y justo castigo vendrá precisamente a través de un policía, el comisario Blot, un hombre honrado, de modos flemáticos y formas zumbonas, llenas de ironía, un personaje ciertamente bombón, que el gran Paul Meurisse bordó, como era habitual en él.

La filmación, como en toda la obra melvilliana, es muy sobria, con una narración seca, en la que no hay lugar para las florituras. En ese sentido, Melville pertenecía a la misma escuela espartana de algunos cineastas franceses coetáneos, como Jacques Becker o H.G. Clouzot, que primaban la austeridad en la filmación a los subrayados que tanto gustaban a otros de sus colegas de la época.

Esa narración perfecta, sin baches, con inspirados diálogos, siempre brillantes, dan forma a una película pesimista, dura como el pedernal, sin concesiones a la galería, un cine bronco a la par que de una notable pureza en su sobriedad. Cine sólido, del que ya no se hace, su banda sonora, de Bernard Gérard, impregnada de hermosos, melancólicos sones de jazz, resulta muy apropiada para el tono lóbrego, desesperanzado, del film.

Buen trabajo actoral, en especial por parte de un Lino Ventura que bordaba este tipo de personajes al margen de la ley, pero en el fondo rectos, o al menos con una idea de la rectitud que, si bien podía incurrir en el delito, nunca buscaba hacer daño premeditadamente a otros seres humanos.

(27-02-2025)
 


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150'

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Hasta el último aliento - by , Mar 13, 2025
3 / 5 stars
Un "polar" fatalista a fuer de existencialista