Pelicula:

CINE EN SALAS

[El lector interesado en la figura de Bob Dylan puede consultar también en Criticalia el artículo titulado Dylan. Nobel. Cine]

Bob Dylan (nacido Robert Allen Zimmerman; Duluth, Minnesota, 1941) es, sin duda, una de las figuras de la música, pero también de la poesía, más importantes del siglo XX (anda que no escoció nada que le dieran el Nobel de Literatura hace unos años: puristas, esa antigualla...). Su obra, de natural mutante, ha ido cambiando desde sus inicios a principios de los años sesenta, con apenas 20 años, transformándose constantemente de tal manera que lo ha hecho tanto en la forma como en el fondo, siempre buscando cosas, quizá porque aquel Bobby veinteañero, y también el que ahora tiene ochenta y tantos, sigue siendo un insatisfecho con la vida, consigo mismo, con el mundo. Dylan (que tomó, como es legendario, su apellido del poeta Dylan Thomas, al que, cosas de la vida, opacó con el tiempo, de tal manera que decir hoy Dylan es referirse a él, y no a Thomas...) siempre pareció ser alguien que no estaba a gusto con nada ni con nadie, alguien permanentemente peleado con el mundo, a pesar de lo cual el mundo lo adoró y lo adora, y seguramente seguirá adorándolo.

No es la primera vez que su figura se lleva a la pantalla; ya lo hizo Todd Haynes en I’m not there (2007), en la que hasta seis intérpretes (cinco actores y, sorpresa, una actriz, Cate Blanchett), ponían cara al mito de Minnesota. Ha aparecido como personaje también en otras varias películas, y ha sido objeto de documentales tan interesantes como Rolling Thunder Revue (2019), de Martin Scorsese.

A complete unknown se centra en cuatro años en la vida y la carrera profesional de Bob Dylan, los que van de 1961 a 1965, el arco temporal durante el cual aquel jovenzuelo llegado de un frío estado del norte del país, Minnesota, se hizo inmensamente popular por un puñado de grandes canciones (Blowin’ in the wind, The times they are a-changin, Like a rolling stone...) que tuvieron la virtud de conectar a la perfección con la visión de la vida de toda una nueva generación de jóvenes, hartos del mundo acartonado, anquilosado e hipócrita de sus padres. La película nos muestra a aquel joven huraño (después, de viejo, no mejoró mucho, no...) que, sin embargo, cuando empezaba a tocar su guitarra y su armónica, y a pesar de su más bien horrible voz de pito, embelesaba a cualquier auditorio con sus letras bellísimas, transidas de un dolor insoportable, fatalistas a su manera, en las que la esperanza era una “rara avis”. Ese arco temporal nos llevará hasta 1965, cuando, ya en la cúspide de la fama que desde entonces no le ha abandonado, hizo su primer quiebro profesional pasándose al sonido eléctrico y abandonando la música acústica, en un sonado concierto en el Festival de Newport (certamen que lo había encumbrado), en el que el poeta cantante se enfrentó abiertamente al público con su cambio de fórmula musical.

Sobre el libro de Elijah Wald (no confundir con Elijah Wood, el Frodo de El Señor de los Anillos...) titulado Dylan goes electric (algo así como “Dylan se vuelve eléctrico”), James Mangold y su coguionista Jay Cocks ponen en escena a ese Bobby del primer lustro de los años sesenta, que ya entonces, como después (bueno, después fue peor, claro: el endiosamiento no es bueno nunca, ni siquiera el de los genios...), era una máquina de pisar callos: constantemente contradictorio, siempre incoherente en sus decisiones y en su forma de afrontar la vida, incapaz de mantener compromiso sentimental alguno, faltando el respeto incluso a quienes le habían encumbrado, no había charco en el que Dylan no se metiera, y con frecuencia decía justamente aquello que no debía decir: hipócrita no era, desde luego, pero tampoco hacía amigos... Que, con ese carácter insoportable, aquel pipiolo aborrecible conquistara el mundo, dice mucho de la maravilla de su música, de su poesía cantada.

Pero quizá James Mangold no era el cineasta adecuado para llevar a cabo este peculiar biopic parcial (por cuanto solo recoge cuatro años en la vida del ídolo). Mangold (Nueva York, 1963) es perito en películas de corte eminentemente comercial, en las que generalmente ha puesto su buen oficio, con títulos tan conocidos como Cop Land (1993), con Stallone; aquella majadería titulada Noche y día (2010), que Cruise rodó en Sevilla; el díptico marveliano Lobezno inmortal (2013) y Logan (2017), con Hugh Jackman con patillas lobunas; o Indiana Jones y el dial del destino (2023), la última entrega del serial iniciado por En busca del arca perdida. Una carrera, como se ve, no precisamente brillante, aunque desde el punto de vista comercial siempre ha dado la talla. Pero nos parece que para afrontar la historia de los inicios y primer auge de este tipo raro con alma de poeta que fue, que es Bob Dylan, hubiera hecho falta un cineasta más fino, más personal, que este Mangold con buen tino para filmar con solvencia, pero falto del hálito creativo necesario para penetrar en el misterio Dylan, para hacernos ver qué había detrás de este personaje que cuando abría la boca para cantar, extasiaba, pero cuando la abría para hablar, era incapaz de hacerlo con un mínimo de empatía, un tipo que se comunicaba con los demás siempre faltándoles al respeto.

Se le ha escapado vivo Dylan, como personaje, a Mangold. Y no es que A complete unknown sea una mala película, porque no lo es: nos permite un acercamiento interesante a esta figura tan genial en su música y su letra como insoportable como ser humano, un misántropo de libro que, sin embargo, supo dar voz a millones de personas en todo el mundo. El film se sigue con interés, entre otras cosas porque la aparición de vez en cuando de las bellas, dolientes canciones dylanianas ayudan a que la película transcurra agradablemente entre los arrullos de sus inolvidables melodías. Pero, como prácticamente todo el cine moderno, al film le sobra metraje, de nuevo convencido su director (como casi todos sus coetáneos) de que no hay película grande si no excede largamente las dos horas (se ve que no conocen Zelig y sus ochenta minutos...); le quitas un cuarto de hora a esta peli y no hubiera pasado nada. Bueno, sí, que hubiera mejorado...

El misterio Dylan sigue sin desentrañar. Habrá que esperar otros empeños, que los habrá, porque el alma de este bardo de talento inconmensurable que, sin embargo, personalmente era/es como el enanito Cascarrabias elevado a la máxima potencia, sigue siendo uno de los más intrigantes enigmas de nuestra civilización.

Gran trabajo de Timothée Chalamet (que, a lo tonto, a lo tonto, se está revelando como uno de los actores más carismáticos de su joven generación), que consigue que veamos a ese Dylan hosco y asocial que fue/es una de sus características vitales. El hecho de que él mismo haya cantado los famosos temas dylanianos, y lo haga razonablemente bien, confirma su empeño y su entrega al papel; de hecho, participa también como coproductor del film. De los demás nos quedamos con Edward Norton, espléndido como el cantautor y activista cultural y por los derechos humanos Pete Seeger, pero también con una Elle Fanning que, como siempre, está estupenda, aquí en un personaje complicado, la novia de Dylan que se da cuenta de hasta qué punto ella le importa un pimiento al tipo que ya se creía un dios (y lo malo es que lo era...).

Coda final: A complete unknown (“una perfecta desconocida”) es uno de los versos de su tema Like a rolling stone, probablemente la canción de desamor más brutal que se haya escrito nunca, con permiso, en todo caso, del tema Segundo premio, de Los planetas, que da título a la película homónima de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez.

(05-03-2025)


Dirigida por

Género

Nacionalidad

Duración

141'

Año de producción

Trailer

A complete unknown - by , Mar 05, 2025
2 / 5 stars
Un tipo raro con alma de poeta