CRITICALIA CLÁSICOS
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Curioseando por internet me encuentro con una foto que me desconcierta, pero de la que luego se aclara todo. Vemos al director de esta cinta, James Ivory, junto a un jovencísimo Timothée Chalamet y al actor Armie Hammer. Y ya todo nos conduce a la película Call me by your name, una coproducción (Francia, Italia, Brasil, EE.UU) del 2017, de esas que -por narices- sólo encuentras el título en inglés, cinta que inició la fama de Chalamet, y -por otra parte- significó el único Oscar para Ivory, en su larga y excelente filmografía, pero aquí como guionista, de esta interesante cinta del italiano Luca Guadagnino.
En ese año nuestro director tenía 89 años, y cuando se escriben estas líneas, está ya en 96. Al final de la década de los 50 se inició rodando cortometrajes, conociendo al productor de origen indio Ismail Merchant y ambos, homosexuales, iniciaron una relación sentimental que les llevó a fundar la Merchant Ivory Productions, con una vinculación que solo terminó con la muerte de Ismail en 2005. Los años ochenta y noventa nos traen el apogeo, con éxito, premios y títulos prestigiosos como Las bostonianas, Una habitación con vistas, Maurice, Esclavos de Nueva York... en cuyos repartos encontramos lo más florido del cine inglés, como Vanessa Redgrave, Judi Dench, Helena Bonham Carter, Hugh Grant, Maggie Smith, Daniel Day-Lewis...
No es de extrañar que cuando en España se estrenó su siguiente film (rodado en 1989, pero que llega a nuestro país en febrero de 1991), esta Esperando a Mr. Bridge, un buen crítico como Pedro Miguel Lamet califica con razón a James Ivory como "el más británico de los directores norteamericanos". Paradójicamente con esta cinta el californiano Ivory sí vuelve a su país natal, tomando por base una doble novela de Evan S. Connell, resumida en una por la novelista y guionista de origen indio Ruth Prawer Jhabvala. Y cuando vemos en su ficha que los protagonistas son Paul Newman y Joanne Woodward, quedamos ya convencidos de que es un film hollywoodense.
El relato nos sitúa en Kansas, entre los años veinte y la Segunda Guerra Mundial. Allí, en una lujosa mansión, viven Walter y su mujer, India, que duplican en la ficción el matrimonio real de Newman y Woodward. Él es un abogado de éxito, prestigioso y respetado por todos, pero implacable en su estricto concepto paternalista de la vida como un reglamento que cumplir, más que como una vivencia que disfrutar. Vamos, lo que aquí -por tierras sureñas- calificaríamos como un "sieso". Su mujer, inteligente pero sumisa, vive su vida paralela, conectando con sus hijos, sus gustos (la pintura), sus amistades. Reprimido en lo sexual, Walter, cuando es tentado, recurre a India, a veces con el asombro de ella por lo intempestivo. Secuencias como la del tornado que asola al restaurante donde cenan, mientras él, imperturbable, alaba la exquisitez de las viandas, dan el detallismo enfermizo de la rareza del hombre.
Generoso en el fondo, el viaje a Europa (para complacer a India), o la escena del Louvre, nos desvela los matices de este buen señor, que al ver a los copistas de obras famosas, considera que eso no es una profesión, eso es algo "para hacer en los ratos libres". Y cuando le piden 450 dólares por el trabajo le parece un abuso. Escenas después, en una terraza, aparece con un paquete que contiene el dichoso cuadro, para obsequiar a su esposa. Pero la vida pasa, todos se van haciendo más mayores... o más viejos. Los hijos, unos más rebeldes que otros, se casan o se van, o lo ignoran, o le siguen la corriente. Y en el tramo final hay un momento de inflexión en una espléndida escena, cuando la buena esposa, India, bendita y torpe, mete el coche en uno de los garajes de la gran mansión, y cuando quiere salir del vehículo las puertas no abren lo suficiente, al estar bloqueadas por la nieve que ha caído... El espectador espera en vilo una resolución para su personaje más querido...
Película formalmente excelente, en fotografía, decorados o música, los actores cumplen un rol fundamental, tanto los jóvenes como Kyra Sedgwick o Robert Sean Leonard (al que de nuevo le toca un padre severo, como en su cinta anterior El club de los poetas muertos). Pero el plato fuerte es obvio que recae en el matrimonio duplicado. Y es un tanto chocante ver que todos los elogios, premios o candidaturas van para Joanne (muy justificadamente), pero ignoran a un soberbio Paul Newman, con sus pulcras gafas, su envaramiento, tan distinto a los papeles desenfadados, aventureros, del Oeste, en comedias o de intriga...
Como el final de la peli es un tanto abierto, hay un colofón ingenioso que nos lo aclara con cuadritos en B/N (incluyendo el apuro del garaje), completando una cinta muy fina, académica y vistosa, aunque muy poco después Mr. Ivory -en su década prodigiosa, la de los años noventa- nos obsequiara con dos verdaderas delicatessen: en 1992 Regreso a Howards End, y al año siguiente Lo que queda del día, en ambas con la imprescindible colaboración de Emma Thompson y Anthony Hopkins, magistrales ambos. Luego vendrían títulos más rutinarios como Jefferson en París o Sobrevivir a Picasso, incluso La copa dorada ya en el 2000... pero su cúspide ya había pasado y en 2009 se despide con una cinta -que desconocemos-, La ciudad de tu destino final, en la que aparecen de nuevo Ruth Prawer Jhabvala, como fiel guionista, y Anthony Hopkins como actor... Y a decir verdad, no son mala compañía, ciertamente.
(09-03-2025)
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