El autor
El autor del volumen, editado por Espasa, “Pero… ¡en qué país vivimos!”, Agustín Sánchez Vidal, es catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza, donde ha impartido tanto materias literarias como cinematográficas. En paralelo, sus numerosas investigaciones se han prodigado en estas áreas cubriendo parcelas significativas de ambas; personales trabajos sobre Miguel Hernández o Federico García Lorca, entre otros muchos, se cruzaron con las biografías/filmografías de Luis Buñuel, Carlos Saura, Florián Rey, Segundo de Chomón, José Luis Borau, etc., que se constituyeron en ejemplares estudios de modélicos didactismos.
Su libro “Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin” fue pieza básica para entender las relaciones entre estos artistas y el carácter de sus fundamentales obras. Como guionista, participó en la escritura de Buñuel y la mesa del rey Salomón, de Carlos Saura, y como ensayista o novelista es autor de “Sol y sombra”, “Genealogías de la mirada”, “La llave maestra”, “Nudo de sangre”, “Esclava de nadie”, entre otros numerosos y variados títulos.
De aquella ficción histórico-cinematográfica
El lector/ra de Criticalia tuvo ocasión de revisar nuestro comentario a otro trabajo del mismo autor titulado Quijote Welles: ficción histórico-cinematográfica (19 y 20, diciembre, 2020). Allí considerábamos la documentadísima biografía, en el más amplio sentido del término, del insigne cineasta norteamericano, donde Sánchez Vidal, combinaba muy diversas opiniones de amigos (o enemigos), compañeros de profesión, etc., sobre su persona y su personalidad, su carácter y genio creativo, sus sentimientos y debilidades. Para ello, el autor se servía de conversaciones y cartas entre personajes, memorias, fragmentos de guiones, junto a una diversidad de complementarios documentos. El hilo conductor se establecía por medio de una periodista, Barbara Galway, que investigaba sobre el artista a fin de escribir su minuciosa y enrevesada biografía; el propio testimonio del cineasta serviría de garantía tanto para confirmar hechos como para cuestionar ajenas aseveraciones. Ella acumulará documentos, buscará detalles curriculares, revisará películas y materiales de cualquier índole que aporten luz sobre el genio y la figura a la cual dedica su trabajo; primordialmente, será la entrevista, con muy diferentes personajes, lo que dará cuerpo a un mejor conocimiento de tan eximio artista en su compleja y poliédrica personalidad.
¡Pero… ¡En qué país vivimos! Condicionantes historiográficos
Una temática bien distinta, aunque acogida a unas ramas comunes como son el devenir histórico y la evolución de nuestra cinematografía, permite al autor orientarnos por los múltiples vericuetos que, a lo largo de un siglo, han caracterizado la existencia de nuestro cine, en su doble composición técnica de “mudo” y “sonoro”. A lo largo de 350 páginas, el investigador nos conduce por los mencionados vericuetos que componen la, a veces, inextricable historia de nuestra cinematografía; porque no es sólo una cuestión tecnológica, como tampoco es sólo una cuestión artística; confluyen en la existencia de su complejo desarrollo tanto factores de índole social, ajenos y externos al propio cine, como tecnológicos, que modifican sustancialmente el carácter del mismo. Basta establecer las palpables diferencias entre mudo y sonoro, teniendo en cuenta factores estrictamente técnicos, como, pongamos por caso, referirse a etapas definidas con la simplicidad de términos tipo “el cine de la república”, “…el de la dictadura”, “…el de la democracia”. Con justificadas razones, el autor asevera que los drásticos cambios dados en el paso del mudo al sonoro, como, desde otros postulados, las peculiares mutaciones de los años 60, junto a una diversidad de ejemplos semejantes referidos a otras épocas, constituyen el núcleo del libro y “quizá su razón de ser”.
Así pues, desde el principio, el autor orienta nuestra mirada hacia una película en concreto, aquella que, al tiempo, da título a su libro, para, seguidamente, subtitular que nos pone ante “una celebración del cine y la cultura popular española” y dedicar el mismo al director y amigo José Luis García Sánchez. Si, por curiosidad, damos un salto en la paginación y nos situamos en los créditos finales del volumen, comprobaremos que el autor mantiene en esta nueva publicación semejantes criterios histórico-literarios-cinematográficos como los expresados en sus precedentes “Sol y sombra”, en lo que se refiere al análisis y posicionamiento de la cultura popular, y “El siglo de la luz” y “Genealogías de la mirada” en lo que respecta a las artes plásticas y a la amplia cosmovisión de y sobre el mundo de la imagen.
Estructura y composición
La estructura del volumen se organiza atendiendo a la cronología histórica donde los tradicionales tramos de mudo y sonoro vertebran la narración de los hechos pertenecientes a estos estadios. Sin embargo, el autor evita recurrir a manidos sintagmas acuñados ya en otras publicaciones como invariables y consabidos para bautizar con nuevos y acertados rótulos los doce bloques en que queda dividido el contenido general. Valgan como ejemplo algunos de ellos: “Abiertos en canal”, “Bandoleros socialdemócratas y perros callejeros”, “Erecciones generales” o “La máquina que hace pop”. Y por lo que respecta a la narración de la historia cinematográfica, no prescinde Sánchez Vidal de circunstancias más o menos sabidas sobre hechos diversos que afecten, en unos casos, a la vida de la España del momento, como, en otros, a un anecdotario que clarifica y legitima una situación, ya de la vida real como de la cinematográfica.
En este sentido, el título de película que da nombre al libro, “Pero… ¡en qué país vivimos!”, tiene tanto interés por la narración de los hechos como por la estructura y composición de los elementos que utiliza, donde, por ejemplo, no falta ni la letra completa de una canción como tampoco el preciso fotograma explicativo de la comprometida situación.
Una cambiante situación
A medida que avanzamos en su lectura, iremos observando que recorremos transitados espacios tantas veces repetidos, pero, al tiempo, nuevos parámetros se han incorporado a la narración y el que siempre fue un paisaje conocido, aparece ahora transformado en otro de características bien distintas, aunque, para el lector/espectador siga siendo conocido. En tal sentido, un, en principio, lento proceso, pero, imparable ya en su decidida evolución, toma cuerpo en la cambiante situación de la sociedad española. Los graduales pasos desde el subdesarrollo al desarrollo (más o menos desarrollado, valga el juego con los términos) fomenta ejemplificaciones adscribibles a un marco de referencia que va poniendo en valor la “cultura popular”, en principio, sin orientación precisa, pero irrumpiendo, sin complejos, en una sociedad en transformación, que la recibe con los brazos abiertos.
Estamos ya en el lugar idóneo para situar nuevos modos de socialización que, en pocos años, han modificado los hábitos de vida. Un alfa y un omega podrían representarse con ejemplificaciones como la música de Luis de Pablo o la literatura de Luis Martín Santos frente a unos nuevos modos de representación que comienzan a asentarse, sin marco de referencia “bien armado”, entre las nuevas generaciones ávidas de distanciarse del inmediato pasado franquista. En consecuencia, nos encontramos ante una tan nueva como joven sociedad de la que emanará una diversa cultura cuyo principal apellido es “pop”. La misión del mismo será iniciar a los españoles y españolas en una nueva sociedad de consumo… de cuyo caldo de cultivo derivará la pop cultura.
La película de José Luis Sáenz de Heredia, Pero… ¡en qué país vivimos! (1967), tiene la suficiente enjundia para avalar el título del ensayo que hemos comentado y, al tiempo, el volumen de Sánchez Vidal supone un ejemplarizante discurso que el autor desarrolla con su habitual dominio de sapiencia y organización.
Ilustración: portada del volumen Pero… ¡en qué país vivimos!, de Agustín Sánchez Vidal, editado por Espasa.