Se celebró el sábado día 4 de Febrero la gala de los Premios Goya 2017. De nuevo lo hizo bajo la conducción de Dani Rovira, que presentaba la ceremonia por tercer año consecutivo, haciendo caso omiso de las críticas que le llovieron el año pasado. Se puede decir que este tercer empeño roviriano se cerró con buen pie, si bien es cierto que no sería mala idea que tanto él como sus coguionistas se percataran de que sus discursos, gags y chistes van dirigidos no sólo a las mil y pico de personas que se congregan en la sala para asistir en vivo y en directo a la gala, sino, sobre todo, a los cuatro o cinco millones de espectadores que la siguen a través de la retransmisión de Televisión Española, y que a esa heterogénea grey no le llegan muchas de las bromas privadas para “connaisseurs” que se gastan Dani y sus cuates del guión. A buen seguro que entonces muchas de las críticas se diluirían. Entre sus aciertos, el gag con los tacones, con el que reivindicó el papel de la mujer en el cine, todavía tan lejano al que debería ser, similar al del hombre.
Por lo demás, el invento de poner toda una orquesta en el escenario nos pareció fuera de lugar: demasiada gente allí encima, donde deberían brillar los que van a entregar los premios y, sobre todo, los que los recogen. Con tanta gente parecía por momentos un homenaje a la célebre escena del camarote de los Marx, aunque sin la gracia sandunguera de aquellos judíos cachondos. Se consiguió, en general, que los agradecimientos de los premiados fueran razonablemente cortos (o no demasiado largos, por decirlo mejor), salvo el de Ana Belén, pero a ella se le podía permitir porque para eso era el Premio de Honor y, además, su discurso debía entenderse como la suma de todos los que debió pronunciar por los Goyas de verdad que debió llevarse a lo largo de su larga y fecunda carrera, y que nunca llegaron.
En cuanto a los premios propiamente dicho, ocurrió eso que a veces pasa, que una película que parece que está ganando de calle, al final se queda con una cara un poco de tonto, cuando el último y definitivo, el Goya a la Mejor Película, se va para otro sitio. Y que conste que, en este caso, estamos totalmente de acuerdo, porque nos parece que Tarde para la ira es bastante mejor filme que Un monstruo viene a verme. La primera de ellas, opera prima como director del actor Raúl Arévalo, es un potentísimo, bronco, muy duro thriller que consiguió cuatro Goyas: Película, como queda dicho, además de Guión Original (para Arévalo y David Pulido), Director Novel (Raúl Arévalo) y Actor de Reparto (Manolo Solo, merecidísimo); la segunda, Un monstruo…, consiguió nueve Goyas: Director (Bayona), Montaje, Sonido, Efectos Especiales, Música, Dirección de Producción, Dirección Artística, Peluquería y Maquillaje, y Fotografía; es decir, un premio “artístico”, el de Dirección, y el resto premios “técnicos”, también conocidos como “de pedrea”.
El tercer título en el podio fue la nueva película del sevillano Alberto Rodríguez, El hombre de las mil caras, magnífico thriller político sobre la verídica historia de la estafa de altos vuelos perpetrada por el espía Francisco Paesa al calor del escándalo protagonizado por el que fuera Director General de la Guardia Civil, Luis Roldán, a mediados de los años noventa. El filme de Rodríguez es, sin duda, claramente superior a El monstruo… y de la misma altura de Tarde para la ira, pero en contra del sevillano jugaba el hecho de que hace solo un par de años su La isla mínima (2014) arrasó con nada menos que diez Goyas, lo que hacía poco probable que la Academia, en tan poco tiempo, volviera de nuevo a laurearle de forma tan abultada, aunque se lo mereciera. A pesar de ello, consiguió dos Goyas: Guion Adaptado (Rodríguez y Rafael Cobos) y Actor Revelación (Carlos Santos; excurso: resulta chocante que le den el premio “revelación” a quien lleva interpretando en cine y televisión desde 2001, ahora hace 16 años…).
El resto ya fueron tiros sueltos; lo más destacado es, sin duda, el doble Goya para Emma Suárez, como Actriz Protagonista por Julieta y como Actriz de Reparto por La próxima piel, que reconoció a la sensible madrileña, que ya había ganado un Goya hace veinte años por El perro del hortelano (1997), pero que en los últimos tiempos estaba un tanto olvidada por los directores. Varios filmes se llevaron un único galardón que, de todas formas, seguro que les supo a gloria: Cerca de tu casa (Canción Original), El olivo (Actriz revelación, para Anna Castillo), 1898. Los últimos de Filipinas (Vestuario) y Que Dios nos perdone (Actor Protagonista, para Roberto Álamo).
Yvonne Blake, como presidenta de la Academia, es posible que haga una buena labor; dejémosla trabajar, pues si lo hace igual de bien que en su faceta artística (diseño de vestuario, con un Oscar y cuatro Goyas en su haber), a buen seguro lo hará bien. Otra cosa es que sería conveniente que su discurso lo diera otra persona, pues sus problemas con el idioma español, a pesar de que lleve en España algo así como treinta años, son evidentes. Conscientes de ello, buena parte del discurso institucional de la Academia lo pronunció el vicepresidente Mariano Barroso, pero ante las dificultades con el español de la actual presidenta, la Academia debería plantearse limitar su presencia en el atril exclusivamente para los agradecimientos y poco más. A ver si toman nota…
Pie de foto: Raúl Arévalo posa con uno de los Goyas obtenidos con su opera prima como director, Tarde para la ira.