Hay un cierto cine francés que gusta del retrato del natural, por llamarlo con una denominación pictórica. Es cine en clave realista, con personajes corrientes y molientes, con escenas cotidianas, con vidas simples y sencillas, aunque para sus protagonistas, claro está, sean lo más importante de sus existencias. Hay cineastas que han sacado petróleo de este tipo de cine que puede parecer elemental; citar a Éric Rohmer, por ejemplo, no sería ocioso. Casi todo su cine está plagado de este tipo de situaciones, sobre todo en el ciclo que denominó Comedias y proverbios. Pero, claro está, esas historias sencillas y sin conflictos (más allá de los habituales de cada día) hay que saber enhebrarlas, aliñarlas, apañarlas para que resulten interesantes para el espectador. De otra forma se corre el riesgo de aburrir, y ya saben la cita hitchcockiana: el primer mandamiento, no aburrir.
50 primaveras pertenece a esa estirpe del cine francés que gusta de reflejar la vida cotidiana de gente corriente, y, sin llegar a aburrir, lo que no hace, es cierto que no alcanza, ni de lejos, la levedad, la ligereza amena del cine de Rohmer. Y eso que lo que nos cuenta nos interesa, sobre todo porque apenas si se habla de ello en el cine actual.
Una mujer, en los cincuenta años; hace tiempo que se divorció del marido, con el que mantiene una relación cordial; tiene una hija que vive con su pareja, y otra más joven, con noviete, pero que convive con ella; la despiden de su trabajo y tiene que reinsertarse en la vida laboral ya con una edad complicada; la llegada de la menopausia echa más leña al fuego (nunca mejor dicho…) de los problemas domésticos, con sus sofocos y sus puntuales momentos de ira o desánimo; la perspectiva fundada de ser abuela a corto plazo, por el embarazo de la hija mayor, coincide con el reencuentro con su primer novio, tantos años después…
Estamos entonces ante un filme que trae a primer plano a una mujer de cincuenta años, lo que en el cine actual equivale a decir a una mujer invisible, pues el cine parece que se ha olvidado de las mujeres a partir de esa edad. La trae además con todos los problemas o asuntos que suelen llegar hacia los cincuenta, desde la menopausia a la “abuelez” (ya sé que no existe la palabra, pero debería…), desde la abstinencia sexual tras el divorcio a la incertidumbre del mercado laboral. Pero el resultado, sin ser irritante, no entusiasma; si en Rohmer, del que hablábamos al principio como paradigma de este tipo de cine, las situaciones eran estimulantes y los diálogos chispeantes y divertidos, en 50 primaveras las escenas son tirando a tópicas y los diálogos no son precisamente de los mejores que hemos oído.
Tiene entonces el filme la virtud de hablar de algo poco habitual, de puro corriente, y esa es seguramente su mayor cualidad, poner el acento en lo que no tiene sitio en el cine hodierno. Otra cosa es que el resultado, como decimos, llegue a prender la atención del espectador.
Blandine Lenoir, que empezó como actriz pero hace años que viene forjándose como directora una filmografía en la que abundan los cortos, hace con este su segundo largometraje como tal, tras Zouzou (2014), también sobre el universo femenino a partir de cierta edad. Tiene buena mano para contar historias, sobre todo con ese carácter veladamente costumbrista, aunque no le vendría mal pulir mejor sus guiones para que el público se sintiera concernido por lo que nos cuenta. Como directora es pulcra aunque se le echa en falta un punto de osadía; su cine es plano en exceso.
Vale entonces 50 primaveras por poner el foco en las mujeres de mediana edad, tan escasas como protagonistas en nuestro cine, como si no tuvieran nada que decir, cuando es entonces cuando más podrían hablarnos de la vida, de lo que sienten, de lo que son por sí mismas, sin necesidad de estar a la sombra del padre, del marido, del hijo, del patrón. Ellas mismas.
Buen trabajo de Agnès Jaoui, sobre la que recae todo el peso del filme. Jaoui es también sensible directora además de actriz. De los demás nos quedamos con una Pascalle Arbillot que compone un personaje de poco papel pero muy impactante, de lo mejor de la película.
89'