Esta película está disponible en la sección Cine de la plataforma Movistar+.
El universo del “cartoon” en los Estados Unidos está evidentemente dominado por Disney, que además ya se ha introducido con sus tentáculos en otras productoras y proveedores de contenidos ajenos al dibujo animado, como es sabido. Eso no quiere decir que no tengan competidoras, incluso entre las “majors” clásicas o modernas, como es el caso de DreamWorks, el estudio creado hace varias décadas por Spielberg, Geffen y Katzenberg, aunque todos se desvincularon hace años de la empresa. A través de su sello DreamWorks Animation, la productora tuvo una primera etapa muy interesante en la que pareció que podría competir con Disney y su filial Pixar, con films como Antz, Shrek, Madagascar, Monstruos contra alienígenas y Cómo entrenar a tu dragón. Sin embargo, conforme el dominio de Pixar se fue haciendo abrumador, al menos en taquilla, y coincidiendo con la salida de Spielberg del estudio y su adquisición primero por Paramount y después por un grupo hindú, el interés del dibujo animado de DreamWorks Animation fue decayendo apreciablemente. Desde entonces han hecho algunas (pocas) cosas de interés, como Los Croods y El bebé jefazo, pero en general es evidente que la empresa ya no pretende competir con Disney/Pixar.
Ahora nos llega un nuevo producto de DreamWorks Animation que mantiene esa misma tónica de peli agradable pero en absoluto comparable a sus mejores momentos de hace 15 o 20 años, sin que tampoco sea despreciable. En la búsqueda de temas, tan caros actualmente en todas las cinematografías, en especial en la norteamericana, que es una máquina de triturar argumentos, se ha vuelto al recurrente asunto del yeti, también conocido como el “abominable hombre de las nieves”, el legendario animal que supuestamente viviría en el Himalaya, de aspecto más o menos parecido a la mezcla de un homínido y un oso, pero de morfología más mítica que física.
Sobre ese tema, DreamWorks Animation pone en escena la historia de una cría de yeti, al que la malvada corporación de turno mantiene prisionero para hacer experimentos con él que les permita usar a su arbitrio los que parecen notables poderes cuasi taumatúrgicos del ser. Cuando el pequeño yeti consigue escapar, se refugiará en la azotea de un bloque de pisos en la Shanghai donde se ambienta la historia, y allí conocerá a Yi, una adolescente que se ocupa de mil cosas para no tener que pensar en la reciente muerte de su padre, trauma del que aún no se ha recuperado. Entre ambos, primero reticentes, surge una amistad a prueba de bombas, cuando los dos se dan cuenta de que son seres heridos, cada uno a su manera, y cuyas familias han sufrido una ruptura que habrán de intentar solventar...
Llama la atención que en este caso DreamWorks, que ha coproducido la película con socios chinos y japoneses, sitúa la acción precisamente en el país de Mao, aunque curiosamente los personajes no tienen precisamente aspecto de chinos (nada nuevo: personajes en los animes japoneses también tienen aspecto caucásico, aunque tengan nombres nipones...). Tiene Abominable una muy buena factura formal: el dibujo digital presenta un 3D de gran calidad y realismo, y el movimiento de los personajes está muy logrado, siendo en general de corte antropomórfico. Tiene también algunas ideas visuales excelentes, como la fascinante escena de los protagonistas surfeando por un campo de margaritas como superficie a la que cabalgar, gracias a los poderes del yeti, o la lluvia de arándanos gigantes, muy divertida. Temáticamente, su asunto central es, desde luego, la necesidad de pasar el duelo para las personas que se han visto afligidas por la pérdida de un ser querido, la necesidad de asumir, de aceptar esa pérdida y seguir adelante. También, y secundariamente, estará la experimentación de los grandes y oscuros entes (públicos o privados) para conseguir poder con el que ser aún más grandes y más oscuros, aunque es cierto que esta denuncia es ya bastante tópica, a fuer de repetida en el cine y la televisión recientes.
La película se constituye como una “road movie” en la que la adolescente protagonista y el pequeño yeti habrán de conseguir sus objetivos, en el primero de los casos subconsciente, en el segundo plenamente consciente. Y lo harán con el concurso y la compañía de otros dos personajes, un adolescente fatuo y creído, niño de papá y pagado de sí mismo, al que el viaje transformará en el ser generoso y cabal que no creía poder llegar a ser; y un niño algo cabeza hueca, obsesionado con el baloncesto, que aportará las mayores dosis de humor a la historia. Habrá inicialmente, entonces, una pugna entre la y el adolescente, dos mundos distintos, él superficial y egoísta, ella traumatizada por su pérdida, buscando su lugar en el mundo.
Por el contrario, observamos en Abominable que el tono general no tiene la misma altura de las escenas citadas o del tema central abordado, resultando irregular en su narrativa y un tanto alargada. El recurso al hoy día tan sobreexplotado “deus ex machina”, también conocido como “efecto Séptimo de Caballería” (ya saben: “estamos rodeados, estamos perdidos...”, y entonces llegan los refuerzos que los salvan...), tampoco juega a su favor, y aunque ciertamente el personaje del pequeño yeti es adorable (además de “abominable”...), la película no alcanza el nivel de los mejores empeños de DreamWorks que ya hemos citado.
Los directores, Jill Culton y Todd Wilderman, hacen un trabajo correcto y nada se les puede reprochar. Ambos se estrenan en la dirección de un largometraje de dibujos animados; la primera ya trabajó en labores de animación en Toy Story y en la mítica El ladrón de Bagdad, y el segundo lo ha hecho, entre otras, en Lluvia de albóndigas y Stuart Little, con lo que está claro que saben lo que se traen entre manos.
(20-05-2020)
97'