A principios de los años setenta, cuando ya se barruntan tiempos de cambio en España, con un Franco cada vez más envejecido y con problemas de Parkinson, entre otros males, y tras el fiasco comercial de Urtain, el rey de la selva... o así, Manuel Summers da un giro a su carrera como director y rueda Adiós, cigüeña, adiós, con la que da comienzo el que podemos llamar “pack” infantil y juvenil del cineasta andaluz.
La película puede entenderse que entronca con el segmento adolescente de Del rosa... al amarillo, como si el Guillermo de aquella inicial película summersiana llegara a tener relaciones sexuales con su amada Margarita y ésta quedara embarazada. Esa es, en puridad, la historia que se nos narra, la de dos adolescentes enamorados, Arturo y Paloma, que, sin una educación sexual digna de tal nombre, copulan y engendran un bebé, siendo este secretamente apadrinado por la panda de amigos y amigas de ambos, en una suerte de solidaridad infantil y adolescente que, ciertamente, reconcilia con el género humano, confirmando con ello que para Summers la infancia es la edad más pura, la más generosa, en la que de verdad somos realmente humanos, antes de convertirnos en las bestias que, con demasiada frecuencia, seremos ya de mayores.
La necesidad de esa educación sexual, que podría haber evitado el embarazo no deseado que se describe en el film, aparece ya en la misma introducción, cuando el narrador se dirige a un niño como de 5 años preguntándole quien trae los niños al mundo; “la cigüeña”, contesta este; entonces vemos a la ave zancuda volando, a la vez que se alterna con dibujos de la anatomía femenina, en su zona reproductiva, donde iremos viendo al feto crecer dentro del útero.
La película es, también, un emotivo retrato de la fascinación del primer amor, con dos tortolitos absolutamente pez en los usos y costumbres románticos, no digamos ya del sexo. Hay también una mirada tierna y cómplice hacia los niños con sus pesquisas para intentar averiguarlo todo sobre cómo gestionar un embarazo y el correspondiente parto, conjurándose para que Paloma llegue a tener su bebé sin que se enteren los mayores. También en esa suerte de búsqueda de información se generarán con frecuencia divertidos gags de humor, en muchos casos a través de los comentarios de los críos, con unos diálogos que, como siempre en el cine de Summers protagonizado por niños, son muy naturales, saben a verdad.
Un rótulo inicial invoca nada menos que a San Agustín: “Si lo que escribo sobre la generación de los hombres escandaliza a las personas impuras, que se acusen de su impureza y no de mis palabras”, en lo que parece una forma de “acogerse a sagrado” por parte de Summers, al citar al santo de Hipona (uno de los más reconocidos “padres de la Iglesia”) como “auctoritas”, a modo de escudo ante censores y otros represores, con los que el cineasta sevillano se las tuvo tiesas a lo largo de toda su carrera, hasta que, finalmente, la Censura desapareció en 1977. Y es que Summers se caracterizó, entre otras constantes, por un permanente recurso a la rebeldía, a la heterodoxia, tocando en este film un tema del que el cine español de la época jamás había osado hablar.
Es, ciertamente, una historia muy improbable, por no decir imposible, y más en aquellos tiempos, en especial cuando el grupo de niños se conjura para llevar adelante la gestación ocultándoselo a los mayores. Con una filmación clásica, sin apenas los típicos interludios summersianos de otros de sus films, con cierta comicidad que se apoya en el que se denomina humor de la contradicción (decir algo con mucha seguridad e inmediatamente negarlo con una imagen radicalmente contraria) y cierto gusto por el costumbrismo que ya había aparecido en sus primeras obras, Adiós, cigüeña, adiós, cosechará un tremendo éxito en taquilla, tanto en España, donde fue vista por casi 3,5 millones de espectadores, como en otros países, como en la URSS, en la época que estaba regida por el estricto Breznev, y en varios países de América del Sur. La película además ganaría el Premio Especial del vertical Sindicato Nacional del Espectáculo, quizá como prueba de que los tiempos, de verdad, estaban cambiando en España.
La película tiene un protagonismo coral, un protagonismo insólitamente depositado en los niños, de tal manera que el mundo está visto a su altura, desde su perspectiva; aquí los adultos son extraños, como extraterrestres; los pequeños actores resultan todos muy apropiados, muy naturales, y algunos de ellos, como Curro Martín Summers, sobrino de Manuel Summers, hará posteriormente algunas películas más con él como actor, ya de adolescente y también de adulto.
(11-02-2024)
90'