Después de ganar nueve nominaciones a los Goya con su debut en 1898. Los últimos de Filipinas (2016), el director madrileño Salvador Calvo, en su segundo largometraje, pone cara y cuerpo, voz y emoción, al drama migratorio a través de tres historias que cada una por separado confluirán en el final de este triple relato, que empieza con unas imágenes de un numeroso grupo de subsaharianos que tratan de saltar la valla de Melilla, en un intento desesperado por alcanzar Europa, mientras tres agentes de la Guardia Civil intentan impedírselo a la muchedumbre negra, de lo que resulta muerto uno de ellos al caer desde lo alto de la misma, en el que se ve implicado Mateo, uno de los guardias.
Sin solución de continuidad, Adú, un niño de seis años, y su hermana un poco mayor, ven cómo unos furtivos matan a un elefante y le roban los colmillos, mientras ellos pierden su bicicleta. Después se verán obligados a huir en el aeropuerto de Camerún donde esperan colarse en el tren de aterrizaje de un avión.
Por otra parte Gonzalo, un activista medioambiental, contempla la terrible imagen del elefante muerto sin los colmillos, mientras tiene problemas con los guardias del parque en su lucha contra la caza furtiva y aguarda la llegada de España de su hija Sara, una adolescente problemática, que juega con las drogas, que acaba de cumplir la mayoría de edad, y que apenas se conocen tras divorciarse de su madre, que pretende reanudar una relación rota hace años.
Tres historias, en las que ninguno de sus protagonistas sabe que sus destinos están condenados a cruzarse y que sus vidas ya no volverán a ser las mismas, en este drama inspirado en miles de hechos reales en torno a la inmigración, narrado a partir de esas tres tramas entrelazadas, de unas personas que huyen de la miseria o de la violencia de sus países y buscan una vida mejor, que invita al espectador a reflexionar sobre la crisis migratoria, los problemas humanos de esas gentes y los ecológicos de la caza furtiva.
Rodada entre la República de Benín, Melilla, Marruecos, Murcia y Madrid, la película ofrece una visión poliédrica de estos problemas, centrada en las dificultades que afrontan sus personajes, pero sin olvidar la problemática de la Guardia Civil que trabaja en la valla de Melilla.
El guion de Alejandro Hernández se inspira en hechos ocurridos que vivimos todos los días en los periódicos y en los informativos de radio y televisión, sobre la inmigración, la caza furtiva, el tráfico de drogas o de órganos, la prostitución, el ecologismo, las relaciones padre e hija, que no son nada fáciles. Quizás abarca demasiado sin profundizar en las temáticas que toca y no acaba de coordinar bien las tres historias en las que va saltando de una a otra, sin mucha relación entre ellas, en busca del coincidente final, siendo la que tiene más fuerza la del niño que da nombre al film, mientras que las otras dos son de relleno.
Entre lo mejor de la interpretación hay que destacar la actuación del pequeño Moustapha Oumarou, que hace un trabajo espléndido, con el que llega a emocionar realmente al espectador.
La dirección de Salvador Calvo es correcta si tenemos en cuenta que tiene que tratar con niños que no saben ni leer, que proceden de un mundo en el que no obstante queda aún un lugar para la esperanza.
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