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Hayao Miyazaki, lo sabe bien el cinéfilo, es uno de los grandes nombres del cine de animación de todos los tiempos. Fundador del mítico Studio Ghibli en 1985, junto a su amigo y mentor Isao Takahata, las películas dirigidas y/o producidas por Hayao gozan de justa fama; títulos como El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro, Porco Rosso o El castillo ambulante, entre otros, han sido festejados, con razón, por el cinéfilo de buen paladar. Miyazaki, que ha cumplido ya los 82 años, anunció su retirada en 2013, tras dirigir El viento se levanta, cuando cumplió los 72, pero ahora ha vuelto para poner en escena este último film de su carrera, de su vida, que Hayao dedica a su nieto, El chico y la garza, cuya producción le ha ocupado durante los últimos años.

La historia se ambienta en Japón en plena Segunda Guerra Mundial. Mahito es un chico como de 10 años cuya madre muere trágicamente en un incendio en el hospital de Tokio donde trabajaba. El padre se casa de nuevo más tarde, con la hermana de la madre difunta, y ambos esperan un bebé. Los nuevos esposos y Mahito se mudan al campo. Allí Mahito conocerá una curiosa garza real que, cuando está solo con él, le habla y se muestra muy agresiva con el chico. Herido en la cabeza, el pequeño Mahito se adentra en la espesura en busca de la garza parlante, para entrar sin proponérselo a un mundo mágico pero en buena medida siniestro, donde el ave zancuda se convierte primero en su enemigo acérrimo y, progresivamente, en su aliado, y donde tendrá que lidiar con aves hostiles como los pelícanos y los periquitos de tamaño gigante, a la par que gozará de la benéfica protección de sendas jóvenes que le ayudarán en su periplo por tan singular universo...

El chico y la garza parte de un guion propio del mismo Miyazaki, como ha sido la tónica general en su carrera como director, aunque también, sobre todo al comienzo de su filmografía, adaptó algunos textos ajenos. Lo cierto es que la película-testamento de Hayao (puesto que ha comunicado que este sí que es ya su último film) resulta un buen compendio de sus obsesiones a lo largo de su carrera, desde el trauma infantil que el protagonista ha de afrontar, en una suerte de maduración aún más compleja de lo que habitualmente supone el paso de la infancia a la adolescencia y juventud, hasta la explícita o implícita referencia a la Guerra Mundial que supuso para Japón un antes y un después.

Hay también en El chico y la garza, como por lo demás es frecuente en los films de Hayao y de sus colegas de Studio Ghibli, una serie de referencias occidentales que recuerdan hasta qué punto la cultura japonesa, tan tradicional y tan celosa de sus usos y costumbres, también está influida por las artes fundamentalmente europeas; así, desde la historia que se nos cuenta, de alguna forma emparentada (en modo libérrimo, desde luego) con el clásico carrolliano Alicia en el país de las maravillas (aquí a sexo cambiado), hasta imágenes que remiten inevitablemente a otros clásicos no menos populares como Blancanieves (la efigie dormida de una de las coprotagonistas, con una iconografía que recuerda poderosamente el de la joven del cuento de los hermanos Grimm), o la madrastra de Cenicienta (aquí en principio bonancible, aunque aparezca también su facción más torva y hostil).

Hay, también como en el resto de su filmografía, una recurrencia a la fórmula de la fábula, de la historia en la que los animales hablan, a la manera en la que imaginaron sus cuentos Esopo, o Samaniego, o Lafontaine, entre tantos otros. Aquí, curiosamente, los animales parlantes serán en todo momento pertenecientes a la especie de las aves, ya sea de las zancudas, como la garza real que alcanza el grado de coprotagonista e incluso aparece en el propio título, hasta los voraces pelícanos, y no digamos unos gigantescos periquitos con bastantes malas intenciones. Habrá también lugar para personajes benéficos, como las ancianas que viven en la casa a la que se ha mudado Mahito y su familia, roles que actuarán como los lares y manes romanos, como defensores del traumatizado chico.

Con una imaginación absolutamente desbordante, con imágenes de una creatividad sorprendente (las ranas cubriendo poco a poco a Mahito, las tiras de papel que se le pegan en la cara cuando descubre a su gestante madrastra dentro del mundo de fantasía), la película de Miyazaki quizá peque en algunos momentos de cierta tendencia a la abstracción, a mostrar lugares que no son físicos sino más bien conceptuales, lo que complejiza aún más la ya de por sí intrincada trama, pero ciertamente es un pero menor, sobre todo si uno se deja arrastrar por la catarata de fantasía de la que ha sido capaz este provecto cineasta que sobrepasa ya largamente las ochenta primaveras, un descomunal torrente de imaginación en el que, además de las constantes miyazakianas citadas, aparecen otras como la del fuerte protagonismo femenino, aquí presente en las dos jóvenes, la marinera (la Kiriko anciana, rejuvenecida en ese mundo extraño y como onírico) y la chica-fuego (trasunto también juvenil de su propia madre, aquella que pereció entre las llamas, que ahora ha hecho de esa tragedia su superpoder, y con él actuará vigorosamente como ardua defensora del chico).

Obra hermosa, distinta, de una madurez notable, gira también sobre la familia, ese núcleo del que parte todo, del que todo nace, generador de tragedias (la muerte de la madre), de alegrías (el niño que viene en camino en el vientre de la tía, ahora madrastra), de incógnitas (ese tío-abuelo convertido casi en un semidios en su paraíso como de palacio al que se accede por severas arconadas de medio punto), de inesperadas protectoras (las ancianas del hogar, que ejercerán como deidades menores encargadas de velar por los más pequeños). Y el fantasma de la guerra al fondo, como paisaje en segundo plano pero que está ahí, aunque casi nunca se ve; a veces aparece tangencialmente, de forma bellísimamente alegórica, como en la escena de las cabinas de los temibles cazas nipones, los Zeros, cabinas transportadas por los obreros de la fábrica, a cuyo mando está el padre de Mahito, para ser montadas en los aviones militares que fabrican, unas cabinas que parecen evocar féretros transparentes, quizá los metafóricos féretros de tantos muertos como produjo aquella bárbara conflagración; metafóricos féretros, quizá, que preanuncian el trauma nacional añadido de haber sufrido el país en sus propias carnes las dos únicas detonaciones nucleares que se han producido sobre poblaciones en el mundo.

La película testamento de Miyazaki, ciertamente, no defrauda. Quizá no tenga la altura de otros empeños de Hayao (la edad no perdona...), pero en su conjunto es un dignísimo punto y final a una carrera admirable.

(28-10-2023)
 


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124'

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El chico y la garza - by , Oct 28, 2023
3 / 5 stars
Película testamento