Michael Curtiz fue, sin duda, uno de los grandes profesionales que dieron grosor e intensidad al cine del Hollywood más clásico; sin la genialidad de un John Ford, un Howard Hawks o un Billy Wilder, sin embargo Curtiz dirigió, con su excelente olfato de cineasta bragado en mil batallas, un buen puñado de películas que han resistido envidiablemente el paso del tiempo. Fue uno de los pioneros del cine en su país, Hungría, datando su debut en la dirección nada menos que de 1912; emigrado a principios de los años veinte a Austria, y después, a partir de 1926, a Estados Unidos, puso en escena en Hollywood recordables films como La carga de la Brigada Ligera (1936), Robín de los Bosques (1938, codirigida por William Keighley), Dodge, ciudad sin ley (1939) y la mítica Casablanca (1942), entre otros. En su última etapa sus facultades como competente director parecieron menguar, pues los títulos de interés escasearon: fue la época de algunas estimables películas como El trompetista (1950), con un magnífico Kirk Douglas, pero también del mamotreto historicista Sinuhé el egipcio (1954), para acabar su carrera a las órdenes de la estrella de turno en films como El barrio contra mí (1958), vehículo a mayor gloria de Elvis Presley.
Alma en suplicio forma parte de su etapa más fecunda, la que va de mediados de los años treinta a mediados de los cuarenta. Se trata de un sólido thriller entreverado de melodrama, o viceversa; sobre la novela Mildred Pierce, original del gran James M. Cain (autor de algunas muestras fundamentales del género negro literario, como Perdición y El cartero siempre llama dos veces, ambas llevadas con acierto al cine), Curtiz puso en escena una historia que parte de un asesinato, el del aristócrata Monte Beragon, a manos de alguien que en principio desconocemos. A partir de ahí conoceremos a su esposa, Mildred, y a través de las pesquisas de la Policía se irá desentrañando quién es la persona asesina y cómo se llegó hasta ese hecho. Contada la historia de forma mayoritaria bajo la fórmula del flash-back, iremos sabiendo del origen modesto de Mildred y su primer marido, de los aires de grandeza de su hija Veda, de los esfuerzos de la madre para intentar satisfacer los lujos de la chica...
Formidablemente rodada, con una fotografía en blanco y negro de Ernest Haller (ganador del Oscar por Lo que el viento se llevó) de bellísimos matices expresionistas, jugando siempre acertadamente con la luz y las sombras, Alma en suplicio (por cierto, título infinitamente superior al original, Mildred Pierce, el nombre de la protagonista) es un film redondo, donde no sobra ni falta nada, donde la historia fluye con precisión, donde la narración te lleva de la mano sin soltarte nunca, con un ritmo perfecto.
Chapó para Joan Crawford, justamente oscarizada por esta película, que está espléndida en el papel de la mujer absolutamente entregada a la hija, por la que se sacrificará hasta la humillación, por la que incluso intentará traicionar a otros que gozan de menos amor en su corazón que su desafecto vástago: todo estará permitido en el amor materno. Film fundamentalmente de mujeres, también está excelente Eve Arden, en un personaje femenino avanzado para su época, una mujer libre, inteligente, que sabe lo que quiere; y, por supuesto, la entonces jovencísima Ann Blyth, que consigue dotar de carne y sangre su odioso personaje, una chica que vive para su capricho, para sus lujos, para disfrutar eternamente de una vida de molicie.
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