Pelicula:

El drama que no cesa de la Guerra de Siria, que dura ya siete años cuando se escriben estas líneas, y no tiene visos de acabar a corto plazo, inspira, de una forma u otra, al cine, en muy diversas formas; lo ha hecho glosando sus consecuencias, como esa atroz desbandada masiva hacia Europa, que hemos visto, entre otros, en casos individuales, con los ropajes de la ficción, en El otro lado de la esperanza (2017), de Aki Kaurismäki, y en documental en, por ejemplo, Nacido en Siria (2016), de Hernán Zin, una visión de la despavorida población civil en su éxodo de la guerra, vista desde ojos infantiles.

Alma mater, una coproducción franco-belga-libanesa, plantea una historia que se desarrolla en el plazo temporal de un día, desde la mañana a la noche. Se sitúa en el Damasco asolado por la guerra civil (aunque para la ocasión el rodaje se hiciera en Beirut, que lamentablemente también tiene paisajes devastados por su propia conflagración entre hermanos, felizmente terminada); en ese contexto, en un apartamento de un edificio del que es difícil salir o entrar por los disparos de los francotiradores, una madre mantiene una especie de matriarcado con sus hijas menores de edad, púberes, su suegro, el hijo adolescente de una amiga, una especie de sirvienta de la familia, que continúa en la casa, y un joven matrimonio con un bebé que planea salir del país, para lo que ya tienen concertado un acuerdo. Pero el marido, cuando sale para completar los trámites, es alcanzado por un francotirador; la matriarca, horrorizada ante la posibilidad de que alguien pueda ser alcanzado si intenta auxiliarlo, prohíbe a la sirvienta, que es quien ha visto la escena, que se lo cuente a la joven esposa hasta que no llegue la noche, cuando podrán ir a recuperar el cuerpo...

Philippe Van Leeuw es un cineasta belga, de obvia ascendencia flamenca, afincado en París desde hace años; su profesión hasta hace poco era exclusivamente director de fotografía, hasta que en 2009 debutó en la dirección de largometrajes con la lacerante Le jour où Dieu est parti en voyage, cuyo título no hace falta saber francés para conocer cuál es su desolador contenido. En él, Van Leeuw trataba otro tema lacerante, el del genocidio tutsi ocurrido en Ruanda a mediados de los años noventa. Ahora, Philippe nos ofrece esta atroz Alma mater, realizada prácticamente entera (salvo un plano inicial exterior y alguno al final también en la calle) dentro de las angostas paredes de un apartamento que figura ser el Damasco asediado por las bombas.

En ese contexto, la protagonista será, como dice el título español, el alma mater de la casa, la mujer que resiste a todo y mantiene la unidad, la cordura, la sensatez, los suministros, dentro del hogar que se ha convertido en una cápsula dentro del conflicto. Esa mujer habrá de hacer todo tipo de sacrificios, incluidos algunos que pueden calificarse como viles, con tal de mantener a los que tiene bajo su protección, adolescentes, niño, anciano... Ella será el bastón sobre el que se apoyarán todos, pero también el bastión de defensa del hogar, que defenderá con uñas y dientes, a toda costa, como si la casa fuera el último reducto de paz que queda en su vida y en la de los que ama.

La casa se convierte, de esta forma, en una metáfora de la paz que afuera no existe, un reducto de tensa tranquilidad, siempre pendiente de las puertas atrancadas, de no asomarse a las ventanas, de vivir sin luces por la noche. Pero, claro está, la guerra está ahí fuera, y sus consecuencias llegan. Y curiosamente lo hacen no por las bombas, los disparos, la actividad propiamente bélica de los contendientes, sean estos regulares (el ejército sirio del régimen) o rebeldes (la oposición laica o la peste del ISIS), sino por los propios civiles, ese asqueante ser humano que, en cuanto puede, enseña la patita de su abyección.

Todo entonces se desmorona: las relaciones entre los refugiados en el piso se hacen imposibles tras una tremenda violación, que el director, demostrando un notable sentido cinematográfico, filma exclusivamente sobre los rostros de los intervinientes, para hacernos partícipes del miedo sin nombre de ella, de la intolerable, execrable lascivia de él; no interesa la sordidez del acto, no hay planos americanos, ni medios, solo primeros planos que radiografían los sentimientos extremos, el pavor, la concupiscencia canalla.

Película atroz, que disecciona los miedos a los que aboca las situaciones extremas como una guerra y todas sus secuelas, Alma mater está rodada con elegancia pero sobre todo con humanidad: una humanidad que retrata los rostros demudados de los aislados en la vivienda, esa casa que quiere ser un fortín, la fortaleza que resista mientras fuera sigue desmoronándose la ciudad, el país, quizá el mundo. En ese contexto la madre será como la Gea griega, la diosa que simboliza la fertilidad, la fecundidad de la tierra, la defensa de lo cotidiano, de la vida.

Van Leeuw, con bien criterio también, hace de la guerra un paisaje exterior, pero la conflagración bélica no incide nunca directamente en los hechos que se desarrollan durante ese único día en la casa que es fortín además de hogar; la guerra solo estará presente, además de en las conversaciones de los asustados moradores del piso, en los sonidos, en los continuos ruidos de balazos, de bombas, de ametralladoras, un aterrador hilo musical de fondo que lo impregna todo, lo llena todo, lo inunda todo.

La cámara de Van Leeuw sigue nerviosa a los personajes en sus desplazamientos por el piso, en ese exiguo dédalo en el que viene desarrollándose su vida desde hace ya demasiado tiempo, germinando en sus rostros sordamente el miedo atroz que todo lo empapa, que hace actuar contra los propios y más altos valores de cada uno.

Gran trabajo actoral, sobre todo de la protagonista, la palestina Hiam Abbass, una actriz y también realizadora de largo recorrido, así como de la intérprete que hace el papel de la joven esposa, Diamand Bou Abboud. El cine belga, preponderante en este sobrecogedor film, confirma que se puede (y se debe...) hacer cine sobre las grandes atrocidades del ser humano, para denunciarlas, y que no es necesario hacerlos “a pie de obra”: la recreación es tan válida como el documental, a veces incluso más, porque permite ahondar, mediante el alto voltaje interpretativo y la filmación emocional, en los espíritus devastados de los que son protagonistas a su pesar.


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86'

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Alma mater - by , Apr 14, 2018
4 / 5 stars
Siria entre cuatro paredes