Amor sin condiciones

Autor de escasas pero estimables obras, el australiano Paul J. Hogan es un realizador al que durante un tiempo se le ha conocido como el director de las dos bodas, ya que debutó en 1994 con La boda de Muriel, una inteligente crónica costumbrista todavía rodada en su Australia natal, y enseguida pasó a Hollywood para dirigir La boda de mi mejor amigo, en la que ya tuvo bajo su mando a estrellas del nivel de Cameron Díaz o Julia Roberts, y que vino a confirmar que la comedia inteligente y brillante era su género favorito. Y vuelve ahora a confirmarlo con su último estreno, Amor sin condiciones, una cinta rodada en 2002 que nos llega después del último film del realizador, la inteligente y curiosa Peter Pan, que se estrenó hace escasos meses.

En Amor sin condiciones volvemos a la comedia, esta vez más disparatada, hasta el punto de que quizás ese sea su principal defecto, el contarnos una historia excéntrica, exagerada, que tira parcialmente por la borda una curiosa galería de personajes. Porque meter en el mismo saco a una esposa madura y abandonada, su nuera enana, una estrella del rock que es asesinado, el mayordomo sospechoso… es un punto excesivo, si bien contribuye a darle al film un tono inconformista, y desde luego una impronta políticamente incorrecta y divertida en el tratamiento de la discapacidad.

Paul J. Hogan sabe dirigir con soltura esta historia ideada por su esposa Jocelyn Moorhouse, en la que brillan todos los componentes del reparto, con Kathy Bates, el impecable Rupert Everett como mayordomo, secundarios de lujo como Jonathan Pryce y Dan Aykroyd, y la desenfadada presencia de Meredith Eaton como la chica enana.