Tiene dicho Lars Von Trier que concibió este Anticristo como forma de salir de la profunda depresión que le atrapó hace un par de años: hombre, el Prozac es bastante menos caro que hacer una película, aunque sea sólo con dos actores; barato no habrá sido cuando han tenido que poner sus buenos dineros hasta seis países distintos. Así las cosas, y salvo que sea una nueva leyenda urbana inventada por Von Trier, que es conocido por su tendencia a imaginar payasadas que hagan hablar de él en los medios de información papanatas (uy, perdón por la redundancia…), no parece que el objetivo de esta película sea el más idóneo para que el resultado esté a la altura de las circunstancias. Y, como nos temíamos, no lo está. Y no será porque la primera secuencia, el llamado prólogo, no nos recuerde el primer (y excelente) Von Trier, aquel manierista de El elemento del crimen o de Europa, donde jugaba, como juega ahora en esa secuencia, con texturas de color (o de blanco y negro virado, en este caso), con recursos cinematográficos (hábil uso de la cámara lenta, tan manoseada, aquí tan justificada), con una visión artificial del mundo, un punto naturalista, otro punto surrealista.
Pero de ese espléndido prólogo no se desprenden unos consecuentemente deslumbrantes tres capítulos y su epílogo, sino que a partir de ahí Von Trier parece enredarse en una madeja sin salida, con los esposos confinados en un paisaje boscoso (curiosamente llamado Edén: ¡ay, la Biblia, siempre la Biblia!), donde el director y a la vez guionista no termina de aclararse: cfr. el tratamiento psicológico que el hombre aplica a la mujer, tan pronto recibido por ella con todos los plácemes como le produce un rechazo absoluto; o las fobias de la mujer, como el miedo al mero roce con la yerba del bosque, que se cura como por ensalmo, y tanta tabarra como se dio con esa matraca se difumina en un pispás. Una vez que el director danés pone la directa y se lanza por el tobogán de la violencia y el sadismo, parece que estuviéramos asistiendo a un cruce entre varios filmes ilustres, como por ejemplo Perros de paja, o no tan ilustres, como Saw.
A todo esto, es cierto que, intermitentemente, Von Trier nos propone escenas entre lo onírico y lo pesadillesco que vuelven a remitirnos brillantemente a la primera parte de su filmografía, pero lo cierto es que no existe una unidad, ni un criterio que dé cuerpo a esta extraña, ambivalente, estrafalaria cinta. En cuanto al supuesto escándalo del sexo explícito en un filme comercial al uso, con actores que no se dedican a la industria del porno (Dafoe y Gainsbourg, por más señas), habrá que decir lo que decía el chusco: a otro perro con ese hueso; ni a estas alturas nadie se va a escandalizar por un “close-up” de no más de cinco segundos de un coito, ni por supuesto los genitales en cuestión son los de los protagonistas, sino de los correspondientes dobles de cuerpo. Así que menos lobos, Caperucita…
No es éste el Von Trier magistral de Bailar en la oscuridad, ni tiene la capacidad creativa de El elemento del crimen, ni la virtud hipnótica de Europa, ni la facultad de auténtica provocación de Rompiendo las olas, ni la inventiva de lenguaje del díptico Dogville/Manderlay, ni siquiera la frescura algo majara pero sincera de Los idiotas. Tampoco es una bosta de vaca. Hombre, al menos esperamos que curara la depresión de su director, porque si no, vaya gasto inútil. Eso sí, la próxima vez que enfermes, Lars, mejor te pasas por la Seguridad Social danesa, que tiene fama de ser la repera; así le ahorras un dinero muy curioso a las incautas productoras y a nosotros, los sufridos espectadores, nos regalas ciento cinco minutos de nuestras vidas…
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