Esta película se pudo ver en la Sección Oficial a Concurso en el Sevilla Festival de Cine Europeo (SEFF’2015).
Marco Bellocchio es historia viva del cine europeo. En activo desde 1961, su cine se ha caracterizado siempre por una visión progresista, de izquierdas, anticlerical, antimilitarista. Lo fue en la época en la que esa perspectiva era habitual, antes, durante e inmediatamente después del Mayo Francés, pero también más tarde, cuando las posturas en el mundo se volvieron considerablemente más conservadoras. No ha sido su cine nunca complaciente con el Poder, y seguramente por eso no lo ha ido demasiado bien. Durante los años sesenta y setenta hizo quizá su mejor cine, con filmes frescos, pujantes, radicales, como Las manos en los bolsillos, En el nombre del padre, Marcha triunfal. Desde entonces ha llevado una carrera menos atractiva, pespunteada intermitentemente por títulos que conseguían salvar la frontera italiana y ser vistos en otras partes del mundo, como Salto en el vacío, El diablo en el cuerpo o La sonrisa de la madre. Aunque el siglo XXI no parece estar siéndole especialmente propicio, este Blood of my blood nos lo devuelve en plena forma.
Siglo XVII: en el convento de Bobbio, una joven está encarcelada a la espera de su confesión de brujería, que sería lo único que podría evitar que su enamorado, que se ha suicidado, pueda ser enterrado en sagrado. El hermano del suicida debe intentar que la bella confiese, pero las pulsiones carnales parecen empujarle en otro sentido… Varios siglos más tarde, en el XXI, ese mismo convento, convertido en prisión abandonada, quiere ser adquirido por un ruso muchimillonario, bajo la intermediación de un individuo que se dice alto funcionario de la administración pública de la región. Pero en el inmueble vive un hombre, viejo, muy viejo, que ya no siente el mismo gusto que tuvo siglos atrás por la sangre…
No deja de ser curioso ver a un declarado ateo, marxista y librepensador, tratar temas sobrenaturales, como en este caso la brujería y el vampirismo. Pero Bellocchio lleva el tema a su terreno, y en el caso del primero de estos asuntos preternaturales carga las tintas, como no podría ser de otra manera conociendo su carrera, en la iniquidad de una Iglesia que utilizó su poder omnímodo para domeñar los espíritus libres, para reprimir conductas que consideraba impropias, infligiendo un dolor, un tormento y un sufrimiento tales que, no cabe duda, aseguraron un lugar en el infierno, si tal cosa existe, para los inductores y perpetradores de tales torturas. La historia del XVII resulta, así, descorazonadora en la impiedad de las autoridades eclesiásticas y en la evidente desproporción entre el objetivo pretendido (impedir el entierro del noble en una fosa común) y las actuaciones llevadas a cabo para ello (torturar, encarcelar de por vida). Bellocchio, sin embargo, opta por descartar el brochazo grueso y nos ofrece su historia jugando con sutileza, con sensibilidad, con elementos que pueden ser sobrenaturales, como el final, casi un Nacimiento de Venus profano.
Por el contrario, la parte ambientada en la actualidad rechina más. Hay un recurso, que pronto se advierte excesivo, al esperpento, casi a lo grotesco. Sirve al guionista y director para dar un zurriagazo a la sociedad italiana y a las administraciones públicas del país, pero no tiene la intensidad, la fuerza, del segmento del XVII. Eso sí, la aparición del vetusto vampiro dota al filme de una sugerente visión: si incluso los chupasangres de nuestro tiempo se van muriendo, ¿qué valores seguros nos quedan…?
Filme interesante aunque irregular, está irreprochablemente dirigido por Bellocchio, que siempre ha sido un cineasta de firme pulso y de contrastada capacidad para narrar historias. Entre los intérpretes me quedo con el viejo vampiro, un Roberto Herlitzka que ha trabajado varias veces para Bellocchio, para quien hizo incluso el personaje de Aldo Moro en Buenos días, noche.
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