La primera película que dirigió José Luis Borau fue este “western” bastante clásico, anterior a lo que después se denominaría “spaghetti-western”, y por tanto todavía fiel a los esquemas del género procedente de Estados Unidos. Borau fue abogado y funcionario del Estado, además de crítico, antes de dedicarse plenamente al cine. En su corta filmografía hay títulos de gran interés, como Hay que matar a B., Furtivos o La sabina, aunque también es cierto que en los últimos años no le acompaña la fortuna: véase Niño Nadie o Leo. No obstante, es uno de los cineastas españoles de mayor prestigio, con un talento que dosifica con tanta tacañería que sólo podemos ver filmes suyos cada cuatro o cinco años.
En Brandy se cuenta una historia de pleno sabor americano: una banda de forajidos asola la tranquila vida de un pueblecito en el Medio Oeste. El sheriff no puede oponerse con eficacia a los bandidos, pues los amedrentados habitantes del pueblo no se atreven a enfrentarse con los pistoleros. En esa situación, un borracho habitual, apodado Brandy, decide luchar contra los delincuentes. Con mimbres tan magros, Borau consiguió una película modesta pero digna, rodada con eficiencia y que no se avergüenza de ser cine de género realizado fuera de sus parajes habituales.
Curiosamente, Borau utilizó como co-guionista de este su primer filme a José Mallorquí, famoso por ser el inventor del personaje El Coyote, célebre en multitud de novelas de ambiente tex-mex. La trama, llena de elementos clásicos, recuerda vagamente grandes películas del género como La diligencia, Río Bravo o Solo ante el peligro. Entre los protagonistas, la hermosa Maite Blasco, musa de la televisión de la época, y el sempiterno Jorge Rigaud, habitual en todo tipo de coproducciones españolas.
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