CRITICALIA CLÁSICOS
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Las primeras imágenes me dan un susto: siempre que me acuerdo de este film lo identifico y memorizo como una película en blanco y negro, por cierto magnífico. Pero resulta que ahora lo que veo en pantalla son planos a todo color de esas cartas de barajas, con dibujos medievalistas, con estrellas, la Muerte con su guadaña, algún castillo, caballos y caballeros. Tranquilo, el B/N viene enseguida con el rostro de una adivina, que le está echando esas cartas a una clienta, nuestra protagonista, Cleo.
Cleo es una mujer rubia, guapa, cantante famosa, adinerada (se dice que con esposo millonario), pero infeliz y -en el momento en que la conocemos- saliendo de un hospital, donde le acaban de decir que sus análisis son preocupantes, pero que hay que esperar dos horas para los resultados sean más certeros y fidedignos. Así que, más o menos de 5 a 7, estaremos con ella otra vez, y de paso tendremos ya título para la película, qué bien...
Estamos en París, el París de los años sesenta, con la Nueva Ola cinematográfica, la famosa Nouvelle Vague, que originaría toda una revolución en el universo fílmico, primero en Francia y luego influyendo en la mayoría de los países europeos y -con menor fuerza- en el resto del mundo, incluso en Hollywood. Ya sabemos que todo empezó en una revista, Cahiers du Cinema, cuyos redactores (y muy pronto realizadores) se harían famosos. Y en ese grupo de hombres, -ya saben, Truffaut, Éric Rohmer, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Alain Resnais, Jacques Rivette...- se coló una mujer, Agnès Varda, (1928-2019) esposa de Jacques Demy, que también podríamos unir al grupo de directores citados. Y un dato a tener en cuenta, Demy (abiertamente homosexual) y Varda siempre tuvieron una modélica convivencia, hasta la prematura muerte de él, con solo 59 años, y tras haber logrado la fama y el éxito con títulos musicales, como Los paraguas de Cherburgo y Las señoritas de Rochefort, notables ejemplos de ese género, no demasiado frecuente en el panorama del cine europeo.
Así, Varda se convierte en un verso suelto, en la voz femenina (ahora diríamos feminista) del movimiento. Y será ella -tras algunos cortos y documentales previos- quien nos vaya contando en esta película los apuros de Cleo y su deambular por las calles del París de entonces, con su tráfico caótico, lleno de Renaults y Citroen, y los peatones cruzando a su antojo. Tras pasar por su lujoso piso, con un enorme dormitorio de cama con dosel y gatito jugando en la alfombra, su camarera, ayudante y amiga Ángeles, al llegar a casa y ver su turbación, se la lleva enseguida a la calle, a distraerla con el bullicio, los veladores, los timadores, las atracciones casi pueblerinas en parques o bulevares, en una ciudad vitalista, como esa increíble escena del buen señor que se traga sapos (¿o son ranas?) ante un público expectante que termina aplaudiendo cuando luego los expulsa vomitándolos en un gran chorro de agua... Mon Dieu, mon Dieu...
Entretanto (en este no sabemos si drama o documental), van apareciendo caras y personajes famosos, como José Luis de Vilallonga, el propio Jacques Demy, Eddie Constantine, Michel Legrand (que pronto conquistaría Hollywood con sus bandas sonoras), Godard, Anna Karina, Samy Frey... hasta que su amiga y cicerona tiene que dejarla, y entramos en el tramo final, el contacto casual con un soldado, que también teme a la muerte, con un miedo muy distinto: salir destinado enseguida a Argelia, que en esos años finalizaba su guerra de independencia del colonialismo francés. Unos minutos plácidos, de mutuas confesiones, a través de un parque que los conforta y termina llevándolos a la entrada del Hospital, donde Cleo sabrá su futuro médico y vital, y se cruzan con el doctor que llega en su coche y le dice, sonriendo a Cleo (¿buena señal?), que la espera en su consulta.
Y ahora el reparto: Cleo es una espléndida (en el fondo y en la forma) Corinne Marchand, que el año anterior ya había aparecido en Lola, del propio Jacques Demy (pero con un papel secundario y Anouk Aimée como estrella), el atemorizado y preocupado soldado es un excelente Antoine Bourseiller, y Ángeles, la amiga y ayudante, es Dorothée Blanck... y a los demás ya los hemos nombrado.
En cuanto a Agnès Varda, muchos años después, ironizaba sobre si era o no la Abuela de la Nueva Ola, y recordaba que en un número especial de los Cahiers ni tan siquiera la nombraban, y en cambio metían a Chantal Akerman, ¡qué además es belga! También contaba que en un homenaje a Agnès en Los Ángeles, la cantante Madonna fue a saludarla y se declaró fan de Cleo de 5 a 7 y, con Jack Nicholson de por medio, le pidió los derechos para hacer un “remake” de su película, proyecto que no llegó a cuajar... y puede ser que eso fue lo mejor, a pesar de las buenas intenciones que, seguro, tenían los dos estadounidenses...
(06-07-2025)
90'