C R I T I C A L I A C L Á S I C O S
Procedente del oficio de la decoración de escenarios teatrales, Jean Negulesco (Craoiva, Rumanía, 1900 – Marbella, España, 1993) fue un director de origen rumano que se afincó en Estados Unidos a mediados de la década de los años veinte del siglo XX. Tras pasar por diversos oficios del cine, a mediados de los años treinta inició una carrera como realizador que se prolongaría durante 34 años. No fue uno de los grandes (Hawks, Ford, Hitchcock, Mann, Ray, Lang, Wyler, Cukor, Wilder, Mankiewicz…), pero sí un profesional solvente, además con un estilo muy marcado, de una exquisitez como solo la pueden tener aquellos que se han formado en profesiones relacionadas con las bellas artes (en su caso, como queda dicho, el diseño de decorados teatrales). Entre la larguísima lista de títulos que dirigió a lo largo de su vida (más de ochenta películas) cabría citar el melodrama romántico De amor también se muere, con Joan Crawford y John Garfield, la popularísima Belinda, que le valió el Oscar a Jane Wyman, el musical Papá piernas largas, con un maduro pero todavía en forma Fred Astaire, y, por supuesto, esta Cómo casarse con un millonario, quizá su mejor película, una deliciosa comedia en clave (cínicamente) romántica.
La acción se desarrolla en Nueva York, en el tiempo de su rodaje, a principios de los años cincuenta del siglo XX. Conocemos a Schatze, una joven que busca en alquiler una vivienda de lujo, consiguiendo un casoplón cuyo dueño ha marchado a Europa durante un año. La vivienda la comparte con su amiga Pola, otra joven, en este caso miope, que nunca se pone las gafas cuando hay un hombre presente. Ambas han alquilado la casa con la intención declarada de “pescar” un millonario cada una y así vivir la vida; Pola le propone ampliar el número de inquilinas con Loco, quien a pesar del nombre no es un majara sino una chica también despampanante, como ellas dos. Reticente, Schatze finalmente acepta. Loco se presenta en el piso acompañada de un pollo que la ha ayudado a transportar los víveres que ha comprado la guapa, pero las otras dos, especialmente la que lleva la voz cantante, Schatze, aligera la estancia del pánfilo para que se vaya porque no le ve madera de millonetis. Tras eso, la “jefa” alecciona a las otras dos sobre lo que deben hacer y, sobre todo, lo que no deben hacer, si quieren cazar a un ricachón…
Es curioso, porque la película comienza con una secuencia en la que se abren las cortinas de un teatro, aparece una orquesta al completo tocando una composición (de Alfred Newman, el músico de la peli), que interpretan enterita, sin ahorrarnos ni una corchea, cuatro minutos de música que, desde luego, hoy día sería literalmente imposible en una película de nuestro tiempo… pero estábamos en los años cincuenta, y entonces este tipo de excursos cultistas eran perfectamente aceptables para el público. Tras ese número musical orquestal se cierran las cortinas del teatro y aparecen los títulos de crédito, cosa también peculiar porque los cánones de la época indicaban que esos créditos debían ir siempre al comienzo del film.
La comedia se sigue con sumo agrado, con las tres bellas intentando, cada una a su manera, conseguir su objetivo; como cabe esperar, ese objetivo no se cumplirá exactamente como ellas pretendían, con matices…
Con un ambiente elegante, un vestuario sumamente vistoso, con un montón de modelitos monísimos, originales de Travilla, el diseñador que ganó el Oscar por El burlador de Sevilla y que también estuvo nominado por esta película y otras dos más, la cinta resulta ciertamente muy curiosa por su planteamiento, siendo, eso sí, declaradamente machista, a la manera de la época, pero también deliciosamente amoral, con estas tres jóvenes (especialmente Schatze, la más dura en ese aspecto) cuyo objetivo vital no es otro que casar con un millonetis para pegarse la gran vida. Para eso hace falta, claro, elegancia, belleza, distinción, clase… y también astucia, como se encarga de subrayar la líder del grupo. Claro que, como cabía imaginar, las tres historias románticas que se van desarrollando paralelamente, convergiendo de vez en cuando, irán por caminos diferentes a los previstos por las bellas; y es que el amor, al final, siempre es el caballo ganador, aunque aquí se agradece esa táctica calculadora, ese tono manifiestamente interesado (sobre todo de la mentada “jefa”) que se separa de los edulcorados planteamientos amorosos de las películas al uso dentro del género romántico, de la que esta cinta es, de alguna forma, una cierta parodia, casi una sátira.
Comedia clásica, ligera, original y moderadamente divertida, con buenos diálogos y situaciones de enredo bien planificadas y resueltas, Cómo casarse con un millonario representa a las mil maravillas el cine y la sociedad de su tiempo, no tanto por el hecho de las cazamillonetis, por supuesto, sino sobre todo por ser una radiografía de lo que gustaba a la gente de la época, este tipo de comedia blanca, con su puntito picante, muy ligero pero evidente, subvirtiendo sibilinamente los parámetros pacatos de la sociedad biempensante con estas tres interesadas que (claro está, estamos en los años cincuenta) se llevarán un chasco (o no…) en su búsqueda, porque a lo mejor no encuentran millonarios pero sí el amor, o puede que ambas cosas…
Con escenas curiosísimas, como las oníricas en las que las bellas se imaginan ya casadas con sus pretendidos ricachones, una soñando con las vacas del suyo, otra con los pozos petrolíferos del segundo, la tercera con arramblar con toda una joyería, la película también se permite algunos guiños cinéfilos y cómplices, como la escena en la que Lauren Bacall habla del “galán maduro de La reina de África”, que no es otro que… su marido, Humphrey Bogart.
Con un Technicolor un tanto desvaído (el paso del tiempo no ha debido ayudar…), del que fue responsable el director de fotografía Joseph MacDonald, y una música elegantísima del ya citado Alfred Newman, el apartado interpretativo es, por supuesto, fundamental, en esta adaptación de la obra teatral de Katherine Albert, Dale Eunson y Zoe Akins, con guion del gran Nunnally Johnson. Las tres actrices protagonistas, Lauren Bacall, Marilyn Monroe (esta, como queda dicho, con un delicioso papel de miope, que propicia algunas de las carcajadas más estentóreas del film) y Betty Grable, las tres estupendas; a su lado, los actores palidecen, como era de prever, aunque es cierto que Cameron Mitchell consigue sacar la cabeza sobre sus colegas, en un personaje que, además, guarda un as en la bocamanga (de varios millones de dólares, concretamente…).
(07-09-2024)
95'