La reina de África

John Huston no se prodigó mucho precisamente en la comedia. Aunque los directores del cine clásico norteamericano eran casi siempre eclécticos en los géneros (entre otras cosas porque solían estar a sueldo de los grandes estudios y aceptaban por contrato los encargos que estos les hacían), está claro que Huston hizo muchos más thrillers, films de aventuras, westerns y bélicos que comedias. De hecho, las que hizo siempre estuvieron entreveradas de otros géneros que eran más de su gusto; así, La burla del diablo (1953) era comedia pero también thriller (además de un disparate de película, quizá una de las peores de Huston), La horca puede esperar (1969) tenía también claros elementos del género de aventuras, como igualmente ocurre con esta La reina de África, por lo demás una película hecha en estado de gracia, una de esas obras que consigue la rareza de gustar a todo el mundo, por su sencillez y al tiempo su hondura sin postureos.

África negra, circa 1914: en el contexto de la Primera Guerra Mundial, dos solterones, él borrachín y cochambroso, ella atildada y gazmoña hermana de predicador, se ven obligados a viajar juntos, muy a su pesar, en una prodigiosa aventura, conducir una barcaza llamada “La Reina de África”, a través de las superficies húmedas del continente negro, huyendo de la guerra y, especialmente, de los alemanes, que son sus enemigos declarados. En el trayecto ambos aprenderán a conocerse mejor y llegarán a intimar, a pesar de sus muy distintos caracteres, o quizá precisamente por ello.

El gran Bogart consiguió un merecidísimo Oscar (el único de su carrera) por su extraordinaria composición del marino adicto a la ginebra que inopinadamente topa con una antialcohólica militante (espléndida Katharine Hepburn, en un trabajo memorable), agua y aceite juntos: absolutamente deliciosa.

Como curiosidad, buena parte del film se rodó en estudios, mientras que los exteriores africanos se rodaron en Uganda y el Congo.