Confesiones de una mente peligrosa

Estrenada hace dos años en Estados Unidos con un notable fracaso de público, nos llega con retraso Confesiones de una mente peligrosa, el debut en la dirección del actor George Clooney. Ese ya es un dato a analizar: el porqué una estrella de primera fila se pasa a la realización con un complejo guión, como todos los de Charlie Kaufman, con una historia difícil, llena de recovecos argumentales, aportando una ácida visión de las costumbres y la moral de la sociedad estadounidense. Con lo fácil que hubiera sido para el guapo George hacer una comedia agradable, y seguir ganando pasta tras la cámara como cuando está delante de ella.

Sin embargo, no ha sido así, ha preferido el riesgo, la valentía de asumir una cinta difícil, con producción de Steven Soderbergh, y contarnos la historia de Chuck Barris, personaje increíble pero real que en la década de los sesenta inició en USA lo que luego se llamó telebasura.

Paralelamente, por oscuras circunstancias, fue reclutado por la CIA como asesino de elementos que consideraban antinorteamericanos. Como su relato, la cinta es un desdoblamiento de las dos facetas del protagonista, con un estilo casi expresionista, continuos saltos temporales y una plástica colorista para las secuencias televisivas frente al oscurantismo de las escenas como asesino.

Confesiones de una mente peligrosa tiene un buen trabajo de Sam Rockwell en el personaje clave, mientras van apareciendo nombres famosos como Drew Barrymore, Julia Roberts, Rutger Hauer o el propio George Clooney, todos muy ajustados, en un vano intento de darle comercialidad a un producto descaradamente minoritario.